Antonio Lomelín hijo indultó a su segundo enemigo, mientras que Pablo Hermoso de Mendoza no pudo cortar apéndices a sus rivales. (EL SIGLO DE TORREÓN/ JESÚS GALINDO)
Redonda tarde se vivió ayer en la plaza de toros Alberto Balderas, de Ciudad Lerdo, Durango, donde Antonio Lomelín indultó al toro Pichirilo, de la ganadería de Marco Garfias, en un festejo que marcó la primera ocasión en que Pablo Hermoso de Mendoza se presentó en la céntrica plaza lerdense, que lució llena en sus tendidos.
A la usanza española, sin vendedores en las gradas durante la lidia del toro, abrió plaza Jorge Mata vestido con traje campero, enfrentando a Vuelve, novillo herrado con el número 60 y con 360 kilogramos de peso, caribello. Breve con el capote, Jorge voltea de vez en vez a su prótesis de la pierna derecha, convenciéndose de que está de regreso en su pasión luego de una larga ausencia de 9 años. Tras una estupenda suerte de varas, los banderilleros dejaron mucho qué desear, irrumpiendo Jorge para brindar al respetable que le correspondió con una sonora ovación de pie.
Brindis a la afición presente, para luego dialogar en el ruedo con sus dos pequeños hijos y con Pablo Hermoso de Mendoza, emotivo momento que desató carretada de aplausos. Con la muleta consiguió buenos pases, recordando sus días de mayor actividad taurina y arrancando aplausos del respetable, que reconoció el esfuerzo ante un novillo distraído. Con el acero falló al primer intento, pero en la segunda ocasión tocó pelo, lo que le valió para reclamar una oreja que paseó reflejando total satisfacción en cada paso que dio.
PABLO HERMOSO DE MENDOZA
Ante atronadora ovación ingresó Pablo Hermoso de Mendoza por primera vez en la historia a la plaza lerdense, a bordo de su hermoso caballo moro, recibe a Navarro, de 450 kilos, cárdeno. De inmediato conecta con los tendidos al acercarse de forma temeraria al astado, colocando de forma exitosa rejones y banderillas, para ceder turno a los Forcados de Mazatlán, quienes ejecutaron exitosa pega que arrancó palmas del respetable. Pablo falló en par de ocasiones con el rejón de muerte, al intentar descabello se incorporó el toro, pero volvió a doblar para que el rejoneador se despidiera entre palmas.
En su segundo turno enfrenta a Gitano, negro bragado de 456 kilogramos, montado en prieto azabache falla con el primer rejón de castigo, para cambiar a su equino retinto, posteriormente abordó un moro y terminó en un tordillo, todos animales majestuosos que parecían una extensión del cuerpo del centauro navarro, quien ejecutó el desplante del teléfono y puso banderillas a dos manos, ante una gran algarabía en los abarrotados tendidos, que lamentaron las cinco fallas de Pablo con el rejón de muerte para perder toda posibilidad de cortar orejas, aunque los aficionados lo tributaron con aplausos, reconociendo su indiscutible calidad.
ANTONIO LOMELÍN HIJO
Vestido en azul cielo y oro, el "Torero Dinastía" tuvo como primer enemigo a Lagunero, cárdeno, paliabierto, herrado con el número 62 y registrado con 445 kilos. Abreviada labor con el capote incluyó sus primeras chicuelinas en su tierra natal. Brindis al matador Arturo Gilio para con la muleta alternar de manos, acudiendo el toro para desencadenar los primeros "olés" de la labor del matador, quien se acercó demasiado y terminó volando por los aires, aunque rápidamente se incorporó sin arrojar consecuencias. Mató con estocada bien colocada, ligeramente tendida pero que hizo estragos en el astado, para terminar su existencia tras el segundo intento; palmas.
En el turno final salió Pichirilo de la puerta de toriles, herrado con el 63 y dueño de 463 kilos de bravura. Faroles de rodillas fueron la recepción y los aplausos no tardaron en llegar, seguidos por mandiles y remate con media verónica. Brindis a los aficionados presentes para iniciar el trabajo muleteril, vistoso y con los pies bien plantados en la arena, pero su arrojo le costó otro derribe por parte del astado, que todavía hizo por el matador, que se levantó ante gritos de "torero, torero". Tan noble el animal, que siguió embistiendo a cada invitación, al grado que convenció a los aficionados de que merecía el perdón y tras más pases, el juez de plaza concedió el indulto, encumbrando a Lomelín hijo como profeta en su tierra.
