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Saque de Banda

René de la Torre

Helmut Klopfleisch nunca jugó profesionalmente al futbol y sin embargo, en Alemania es toda una leyenda dentro del gremio. Aficionado hasta la médula del Herta Berlín, a los 13 años sintió que su mundo se derrumbaba cuando en 1961 un gran muro construido por motivos políticos y de reparto de botín tras la Segunda Guerra Mundial lo separó de su equipo.

A Helmut no le quedó de otra que acudir con sus amigos los fines de semana a la parte más cercana de la barda al estadio para escuchar a la distancia los ruidos que salían de las tribunas del recinto deportivo. El gusto les duró poco, pues la policía de inteligencia de la Alemania Oriental (la Stasi) se los comenzó a prohibir pues el régimen dominado por los soviéticos no permitía que sus ciudadanos rindieran culto a algo que representara a la Alemania Occidental.

Tras la prohibición, Helmut y sus amigos comenzaron a reunirse de manera clandestina para intercambiar información de su equipo. Se citaban en bares, cafeterías, parques y cualquier otro lugar que no levantara sospechas. Con el tiempo, la voz se comenzó a correr y tanto directivos como jugadores de La Vieja Dama que podían ir y venir se enteraron y comenzaron a acudir a las reuniones para proveer información relevante del club de primera mano a sus aficionados.

El problema fue que al regresar a la Alemania Occidental, los encuentros eran relatados en los programas impresos que se reparten a los asistentes al estadio. La Stasi puso fin a las reuniones y de paso comenzó a investigar a fondo a los miembros de este grupo de aficionados encabezados por Klopfleisch.

Al crecer, Helmut pudo visitar los países del régimen soviético para observar a los equipos occidentales, pero en los 70, cuando el Herta Berlín visitó Polonia, la Stasi reforzó la seguridad en la frontera para evitar que los aficionados cruzaran de forma masiva. Klopfleisch ideó un plan y convenció a su madre para que lo ayudara.

Al llegar a la frontera, dijo que irían a visitar a unos parientes polacos. Sólo así pudo disfrutar de un partido luego de varios años. Los agentes que lo investigaban se enteraron y a su regreso al país fue encerrado algunos días. En el 79 el Herta Berlín visitó Praga gracias a la entonces Copa de Europa, por lo que Helmut no dejó pasar la oportunidad y pese a las amenazas recibidas por la policía, dejó todo y se fue a la ciudad checa. El Dukla era favorito en el encuentro pues venía de vencer al Stuttgart.

Sorpresivamente, el Berlín consiguió ganar el encuentro y los jugadores aseguraron que la presencia de Klopfleisch en el estadio les había dado suerte. El día después del partido lo invitaron a su autobús para recorrer los sitios turísticos de Praga y le hicieron varios regalos que tuvo que esconder como contrabando a su regreso a la Alemania Oriental.

Debido a sus constantes desacatos, Helmut fue constantemente interrogado e incluso cuando era encarcelado cuando un club occidental visitaba aquella región para impedirle asistir a los encuentros. En el 86 estuvo en prisión por enviarle a la Alemania Federal una carta deseándoles suerte en el Mundial de México.

El aficionado, cansado de tanto acoso, hizo la petición formal para irse a vivir del otro lado del muro pero ésta le fue negada en repetidas ocasiones hasta que en 1989 su madre enfermó de gravedad y le dijeron que ya podía marcharse. Helmut pidió unos días para acompañar sus últimas horas, pero le dijeron “es hoy o nunca”. La madre, comprensiva le dijo que aprovechara su oportunidad, por lo que acompañado de su esposa e hijo abandonaron la casa y la abuela murió unos días después.

El muro cayó el 9 de noviembre de 1989 y Helmut lo festejó en un partido del Herta Berlín con sus viejos amigos del Este. Para su sorpresa, en el palco de honor del estadio se encontraban los jefes de la Stasi que lo acosaron por años, pues parte del plan de reunificación era olvidar lo sucedido anteriormente.

Para entonces, Klopfleisch ya era toda una celebridad. Los jugadores lo consideraban un amuleto, por lo que lo procuraban y lo invitaban a sus viajes. Prácticamente se convirtió en un miembro más de la selección alemana, acompañó al equipo al mundial del 90 y vio a Lothar Matthaus levantar el trofeo de campeón en Italia.

Helmut Klopfleisch aún vive y aunque ya no viaja tan seguido, muchos lo consideran el mejor aficionado de futbol del mundo.

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