Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

La maestra le pidió a Pepito: "Escribe en el pizarrón la cualidad más grande que tengas". Pepito escribió: "La cualidad más grande que tengo es mi...". La profesora se preocupó al ver lo que Pepito había escrito. Tras acallar las risas de los niños le dijo: "Al terminar las clases te quedarás a hablar conmigo". Pepito les guiñó el ojo a sus compañeritos y les dijo en voz baja: "¿Lo ven? ¡Da resultado la publicidad!". El granjero llegó a su casa con una gallina que compró en la feria. Era muy fina, dijo; le había costado 3 mil pesos. Esa misma noche se oyó escándalo en el gallinero. Corrió el hombre y encontró al perico de la casa desplumando a la gallina. "Por 3 mil pesos -explicó el cotorro- la quiero encueradita". A Babalucas le dijeron que era muy divertido pescar en el hielo. Esperó, pues, la llegada del invierno y se compró una caña de pescar y un buen taladro. Así equipado fue y empezó a hacer un agujero en la superficie helada. De pronto escuchó una sonora voz venida de lo alto: "Aquí no hay peces". Desconcertado se movió unos pasos y empezó a taladrar de nuevo. "Ahí tampoco hay peces" -se oyó otra vez la sonorosa voz. Buscó otro sitio Babalucas y se aplicó o a taladrar de nueva cuenta. Volvió a escucharse la altitonante admonición: "Tampoco ahí hay peces". "¿Quién eres? -preguntó asustado el pavitonto alzando la vista a las alturas-. ¿Acaso eres el Señor?". "No -respondió la voz-. Soy el encargado de la pista de patinaje"... Doña Pasita y doña Chalina se encontraron. Dijo con pesaroso acento doña Pasita: "Estoy muy sentida con usted, comadre. No me ha llamado para preguntarme cómo estoy de salud". "Perdone, comadrita -se disculpó doña Chalina-. Es que he andado muy ocupada. Dígame: ¿cómo está de salud?". Contestó doña Pasita: "¡Ande, ni me pregunte!". Quisiera yo tener la fe del carbonero que tenía mi querido tío Refugio, relojero, quien al referirse al Papa usaba siempre la expresión "el Santo Padre". Narraba él cómo "un pagano" -nunca precisó qué clase de pagano- había caído de rodillas con sólo ver a Pío XII: el aura de santidad que brotaba del pontífice bastó para convertirlo a la verdadera fe. El Papa que hoy llega a nuestra tierra no es angélico. Es jesuita. No suscita la devoción espiritual de sus antecesores que han venido a México: el interés de su visita tiene que ver con cuestiones terrenales que si no son de política sí se le acercan mucho. Nos preguntamos qué dirá de la corrupción, de la impunidad, de la falta de justicia, de la pobreza, de la criminalidad. La gente del gobierno ha de estar sobre ascuas. Y a lo mejor también la gente de la iglesia. ¿Qué irá a decir este santo señor que tantas cosas dice? La gente común espera mucho de la visita del Pontífice, no en beatitudes, sino en pronunciamientos que señalen lacras e inciten a corregir el rumbo que ha tomado este país. Quiere oír del Papa no música celestial, sino palabras de profeta. Escuchemos. Después de 10 años de trabajar en los Estados Unidos un individuo regresó cargado de dólares al pequeño pueblo del que había salido. Buscó a la novia de su juventud, y la encontró casada con otro. Fue con el marido y le dijo: "Amo profundamente a su esposa y quiero casarme con ella. Si me la deja le ofrezco el peso de ella en billetes de 100 dólares". "Deme un mes" -pidió el sujeto. "Entiendo -dijo el recién llegado-. Mi propuesta es tan extraña que necesita usted tiempo para pensarla". "No -contestó el marido-. Necesito tiempo para engordarla". El joven científico salió al campo con la incitante y voluptuosa chica. En eso vieron dos libélulas que pasaron volando unidas en evidente trance amoroso. Preguntó la muchacha: "¿Cómo sabe la libélula macho que la hembra está dispuesta para el amor?". Explicó el joven científico: "Las hembras despiden un incitante perfume sexual a través de ciertos elementos llamados feromonas. El macho percibe ese perfume y el acoplamiento se realiza". Pasó el día. Eso fue lo único que pasó. Cuando el joven científico llevó a la muchacha a su casa ella le dijo fríamente en la puerta: "Búscame otra vez cando se te pase ese catarro que te impide percibir los perfumes". FIN.

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