Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, estaba yogando con mujer casada. En el deliquio del consorcio erótico le demandó: "¡Bésame! ¡Bésame!". "¿Besarte? -se ofendió la pecatriz-. ¡Ah no! ¡Ya le estoy faltando lo suficiente a mi marido!". Pepito le preguntó a la profesora: "¿Qué aprendí hoy en la escuela?". La maestra se desconcertó. Explicó el chiquillo: "Es que eso me preguntarán mis papás cuando llegue a la casa". Letrero en la máquina expendedora de condones: "En caso de defecto en la mercancía inserte el bebé en la ranura". Juan Jacobo es un tipo que me cae muy bien. Hablo de Juan Jacobo Rousseau, no de Juan Jacobo Larios, amigo mío de infancia a quien su padre puso ese sonoroso nombre -no puedo decir que lo bautizó con ese nombre- porque era librepensador. Rousseau me es simpático por la desfachatez con que escribió sus "Confesiones", en las cuales hay más confesiones que todas las que puso San Agustín al relatar su vida de pecado, considerablemente más interesante que su vida de virtud. (El diablo es mejor escritor que su competencia). También me gusta Rousseau porque aconsejaba a los profesores permitir el libre desarrollo de las aptitudes naturales de los niños -"Maestros: perded el tiempo"-, en vez de hacerles tragar el cúmulo de sandeces que se enseñan en la escuela y que en la vida no sirven para nada. En una cosa no estoy de acuerdo con el autor de "El contrato social". Juan Jacobo niega el derecho de propiedad. Dijo: "Todos los males del mundo comenzaron el día en que un hombre fue lo suficientemente imbécil para decir: 'Esto es mío', y los demás hombres fueron lo suficientemente imbéciles para creérselo". Lejos de mí la temeraria idea de contradecirlo -yo ni siquiera he escrito mis confesiones, y vaya que tengo bastantitas que hacer-, pero según mi punto de vista, basado en las autorizadas opiniones de perros, pájaros y animales en general del bosque y de la selva, la necesidad de apropiarse en forma exclusiva de un territorio está en la naturaleza de los seres vivos, y es parte, como el impulso reproductivo, de su instinto de conservación. Al revés de Rousseau yo diría: "La ruina de un país empezó el nefasto día en que el Estado fue lo suficientemente imbécil para decir: 'Todo es mío', y los individuos fueron lo suficientemente imbéciles para creérselo y aceptar ese dominio". De tan insensata concepción vienen los muchos males que México padece, y que los gobiernos intentan remediar cambiando personas en vez de transformando leyes e instituciones. Mientras empresas como Pemex sigan siendo instrumento de un monopolio estatal seguirán padeciendo los vicios de corrupción, ineficiencia, burocratismo y lastres sindicales que aherrojan a esa entidad, perpetuamente en bancarrota. Ya podrán poner al arcángel San Miguel a custodiar Petróleos Mexicanos: de nada servirán su flamígera espada y su airoso estandarte. Por encima de caducos tabúes estatistas y de anacrónicos dogmas revolucionarios -ya muy reaccionarios-, deben abrirse con audacia puertas y ventanas a la modernización de México, antes de que alguna nueva oleada de populismo haga retroceder aún más a la nación. Eso implica necesariamente la apertura a modelos de inversión en que los particulares actúen más en la actividad económica, y el Estado menos. Y que me perdone Juan Jacobo (Roussueau, digo, no Larios). La señora le dijo al doctor Duerf: "Mi marido se cree Batman". El célebre analista le indicó: "Tráigamelo, y en 10 sesiones le quitaré la manía". "No sé si eso me convenga, doctor -vaciló la mujer-. Su amigo Robin es muy bueno en la cama". Comentó doña Macalota, la mujer de don Chinguetas: "Todos los días, a las 5 de la mañana en punto, esté el tiempo como esté, mi marido abre la ventana de su cuarto. Por ahí entra a la casa". La luna de miel ha terminado cuando él llama para avisar que llegará tarde a la cena y la contestadora le dice que su cena está en el refrigerador. El primer día de trabajo el gerente le dijo a su nueva secretaria: "Señorita Rosibel: hará usted aquí lo mismo que hacía como secretaria del subgerente". De inmediato la chica procedió a despintarse los labios y a desabrocharse la blusa. FIN.

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