Siglo Nuevo

Huesos de San Lorenzo

La imposibilidad de aprehender por completo la realidad

Foto:Rodulfo Gea/CNL-INBA

Foto:Rodulfo Gea/CNL-INBA

Jessica Ayala Barbosa

Vicente Alfonso (Torreón, 1977) se lanza a la conquista de los amantes del misterio con Huesos de San Lorenzo, una suerte de novela negra y de suspenso muy lagunera y al mismo tiempo universal que será traducida al turco, alemán e italiano.

Hace un par de años el escritor lagunero Vicente Alfonso y su pareja, la también escritora Iliana Olmedo, se encerraron en Winston-Salem, un pueblito de Carolina del Norte, Estados Unidos, sin otro medio de comunicación -y de distracción- que un pequeño radio donde escuchaban las noticias por la mañana, “el resto se nos iba en escribir cada quien lo suyo, encerrados en su estudio cada uno”, cuenta el autor. Estaba rodeado de costas, montañas, rascacielos y abundante vegetación, sin embargo él habitaba un universo muy diferente, uno donde los ‘lonches’ de adobada y las ‘gorditas’ se pueden comer en cualquier esquina, donde pueblos como Viesca, Parras o Sierra Mojada no le son ajenos a nadie, donde una final disputada entre el Santos Laguna y el Pachuca puede paralizar a toda una ciudad: su Comarca Lagunera. “Era vivir más dentro de la ficción que dentro del mundo real, pues acaba uno pensando y dialogando más con los personajes que con las personas. Anda uno ahí como loquito hablando solo en el súper, rebotando las ideas”.

La región que le vio nacer, crecer, vagar por el desierto en un estado de introspección que sólo “surge cuando tiene uno por delante kilómetros y kilómetros de espacio donde no hay contacto humano”, ahora le proveía el escenario perfecto para su novela Huesos de San Lorenzo, ganadora del Certamen Internacional de Literatura Sor Juana Inés de la Cruz 2014 y publicada recientemente por Tusquetes Editores.

La más reciente obra del lagunero pinta para convertirse en todo un éxito a nivel mundial, incluso un clásico; su lanzamiento fue hace apenas unas semanas y la editorial ya anunció su traducción al turco, alemán e italiano, una noticia que llena de satisfacción a Vicente Alfonso porque aunque “es una historia netamente coahuilense y autobiográfica, esto nos da indicios para pensar que sí es una historia redonda, que en otros puntos del planeta puede ser leída como una historia autónoma, que puede generar interés”, comenta.

LA ESENCIA DE LA REALIDAD

La realidad es una; sus lecturas infinitas. El mago y su público tienen distintas interpretaciones de los hechos. Para los espectadores el acto es único e inexplicable: un instante de fe. Para quien ejecuta el truco, en cambio, la magia es precisión, ensayo. Fluidez conseguida a fuerza de repetir los movimientos. Conocer la técnica, ese trasfondo de resortes, poleas, tiene un altísimo precio para el mago, lo vuelve escéptico. Pero a cambio le permite hacer creer a los demás, el primer párrafo de Huesos de San Lorenzo hace las veces de manifiesto, pista y conclusión en este libro que una vez abierto no dejará más remedio a los lectores que que devorar página tras página de un jalón con tal de llegar al fondo del misterio.

La novela de Vicente Alfonso tiene varias líneas conductoras que en algún momento se entrecruzan y contribuyen a hacer de ella una historia alucinante: un caso psicológico convertido en libro, una obsesiva investigación periodística, las cartas que un joven escribe acerca de la búsqueda de su desaparecida madre, las andanzas de una chica de pueblo, un par de noticias; retazos de una realidad fragmentaria e inconmensurable, como la vida misma.

“A mí me gusta mucho la literatura que está construida a partir de fragmentos, pero también me interesaba mucho reflejar el carácter fragmentario de la vida, uno tiene diferentes espacios de acción, su casa, su trabajo, sus amigos, y no es que se vayan dando historias redondas y se cierran, sino, vivimos un fragmentito cada día en la oficina, vivimos un fragmentito cada día con la familia, y a partir de esos fragmentos vamos construyendo historias completas, entonces me interesaba que el lector, al ir desentrañando, desenmarañando las historias lo fuera haciendo de la misma manera”, detalla Vicente Alfonso acerca de la estructura de su obra.

MAGOS, DETECTIVES, REPORTEROS Y UN PAR DE GEMELOS

Parras, Coahuila, 10 de agosto de 1995. En un improvisado auditorio, un mago que se hace llamar “El Gran Padilla” presenta el plato fuerte de su espectáculo, el acto del escapista Juan Borrado. Pero algo ha salido mal; el primer capítulo se cierra cuando el rostro del mago se ensombrece como si años de trabajo le hubieran caído encima en un instante.

Torreón, Coahuila, septiembre de 2010. En un intento por armar un rompecabezas en el que las piezas no acaban de embonar, el psicólogo Alberto Albores decide escribir sobre su paciente Remo Ayala. El joven, quien terminó suicidándose en 2004, ha significado su mayor fracaso profesional y ello lo ha impelido a cerrar su consultorio para reconstruir el pasado. Lo cierto es que en 1995, cuando conocí a Remo, no pensé que acabaría escribiendo un libro sobre él. Ni siquiera lo pensé nueve años después, cuando salió de la cárcel, aunque ese día estaba convencido de que el muchacho había sido condenado injustamente.

Su búsqueda lo llevará a escuchar las grabaciones de las sesiones de terapia con Remo y las visitas que le hizo durante su estancia en la cárcel; a la casa del magistrado Ayala, padre de su paciente; a la cantina “El último trago”, donde ocurrió el funesto asesinato de Farid Sabag la tarde en que el club Santos Laguna disputaba su tercera final del futbol mexicano contra el Pachuca, en 2001.

En este caso los fragmentos son dignos de una novela negra, y no me refiero sólo al asesinato de Farid Sabag, pues faltaban años para que ocurriera: hablo de los años que los mellizos pasaron en un internado jesuita (el colegio Ferreira), de un triángulo amoroso que terminó en tragedia, de un padre autoritario habituado a torcer la ley, de una historia familiar marcada por la culpa.

En su rol de detective, Albores nos va revelando al intrigante Remo Ayala; su obsesión por la dualidad, enraizada acaso en la desconcertante realidad de tener un hermano mellizo, Rómulo. Yo le explicaba que él y su hermano no sólo habían nacido separados: tenían temperamentos e intereses distintos. Pero él volvía una y otra vez sobre el tema. Sentía que todo el mundo, en todo momento, lo comparaba con su gemelo. Al mismo tiempo el psicólogo va develando a Rómulo, aunque de una manera difusa. El personaje de Rómulo es un tanto escurridizo en el libro de Albores, una inesperada y breve visita que hizo a su consultorio, las sesiones con Remo, las entrevistas con Magda, prometida del chico, y las acusaciones de fraude que le endilga la Cooperativa de Ixtleros y Candelilleros de La Laguna, es todo lo que tiene para esbozarlo. Será él quien se retrate a sí mismo a través de las cartas que envía a su padre y a su hermano sobre la búsqueda de su desaparecida madre.

La otra línea clave de la historia es la pesquisa emprendida por el experimentado y alcohólico reportero Pepe Zamora, sobre la muerte de la Niña Cande, una curandera muy popular al sur de Coahuila.

Los enigmas que los lectores de Huesos de San Lorenzo tendrán que resolver no son pocos: ¿Cuál de los dos gemelos mató a Farid Sabag y por qué? ¿Es verdad todo lo que cuenta Remo? ¿Dónde se esconde Rómulo? ¿Quién es esa misteriosa vidente y curandera? ¿Está muerta la madre de los mellizos?

De antemano, Vicente Alfonso advierte que todas las respuestas son posibles. “Claro, sí, por supuesto, porque la vida es así; si uno quiere convencerse pregúntale en la calle a cualquiera: '¿oiga, quién mató a Colosio?, y ya con esto se abre el debate. Todos los aspectos de la vida son susceptibles de interpretación y eso lo digo en la primera frase del libro (...) lo que quise es abrir la puerta para que los lectores hicieran sus propias construcciones del mundo de la historia que estoy narrando”.

COLECCIÓN DE OBSESIONES

Como “coahuilense en el exilio”, Vicente Alfonso admite que para él era importante reflejar su identidad lagunera retratando esa Comarca de los ochenta y noventa en que creció y al mismo tiempo rescatando esas historias familiares que moldearon su infancia.

“Decía mi maestro Federico Campbell, que en paz descanse: la identidad construye a partir de la memoria; la memoria es lo que nos da identidad, si se nos borra nuestro pasado nos quedamos sin identidad y sin ser quien somos, y no es esto un discurso con mera retórica, pensemos en la gente que tiene la desgracia de padecer alzhéimer, no reconocen en muchas ocasiones ni a su propia familia, lo que nos hace tender puentes hacia el mundo son nuestros recuerdos, es lo que nos da identidad, a mí me interesa justo contar esas historias que escuchaba desde niños, que palpaba desde niño”.

Su novela es autobiográfica en la medida que abreva de todos esos elementos que conforman esa identidad, porque alberga todas sus obsesiones: la del doble (porque al igual que Remo, Vicente tiene un hermano gemelo); la imposibilidad de conocer la verdad última y absoluta en una realidad de la que sólo somos testigos; el desierto; la culpa, porque “los mejores personajes son los que son culpables, o que sienten que son culpables de algo”; los detectives y la prestidigitación.

“Yo quería ser mago de niño, me acuerdo que afuera de la iglesia de San José había un señor que vendía trucos de magia muy baratos, a mí me llevaba mi abuela o mis padres y saliendo me compraban un truco, entonces yo pensaba que el trabajo perfecto era o ser detective o ser mago, tenían mucho que ver con el misterio los dos, y pues no, al final no me dediqué a ninguna de las dos cosas, pero estoy haciendo las dos cosas de rebote con los libros”.

Huesos de San Lorenzo aspira a lo universal, “me interesaba hacer un libro que pudiera leer cualquiera y que tocara las fibras de cualquiera, va a llegar a lectores de muy distintas condiciones de vida, y bueno pues ya juzgará cada quien si lo logré”. Por lo pronto el lagunero se dice satisfecho de haber gozado la gloria que supone el mero acto de escribir.

“Hace unos días lo platicaba con David Huerta este asunto de los escritores por trascender el tiempo, y él me dijo una frase que me gustó mucho: 'frente a la gloria de la eternidad de la trascendencia del tiempo, está otra gloria que no es menos interesante, que es la del gozo del momento del que escribe uno'. Esa es la que nos toca a los escritores”, finaliza.

Twitter: @gsi_k

Foto:Iliana Olmedo
Foto:Iliana Olmedo
Foto:Iliana Olmedo
Foto:Iliana Olmedo

Leer más de Siglo Nuevo

Escrito en:

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de Siglo Nuevo

TE PUEDE INTERESAR

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Foto:Rodulfo Gea/CNL-INBA

Clasificados

ID: 1195496

YouTube Facebook Twitter Instagram TikTok

elsiglo.mx