La corrupción llega en silencio y se posiciona: Hace ver maldad en el bien y bondad en el mal.
El Mahabharata es el segundo poema épico más extenso y, seguramente, el más antiguo de la humanidad; sus más de cien mil versos, transmitidos originalmente de manera oral y sólo muchos milenios después, escritos en sanscrito, narran la vida de dos grupos de jóvenes combatientes, primos entre sí; que se enfrentan en una terrible guerra destructiva originada por la ambición y la corrupción. El rey Pandú, padre de los Pándavas, mientras iba a meditar, confió el poder a su hermano Dhritarastra, padre de los Kauravas y éste se negó a devolver el poder que correspondía a sus sobrinos, despojándolos de sus derechos legítimos a través de triquiñuelas y artificios ilegales y empecinándose en colocar en el trono a su hijo Duryodhana, quien quería gobernar tiránicamente y construir obras que nadie deseaba y que únicamente lo lucían a él.
Tras una noche de apuestas, el hermano mayor de los Pándavas perdió todo contra un kaurava tramposo que utilizó dados cargados; los desafortunados fueron obligados a dejar el reino que había sido de su padre y exiliarse en el desierto por trece años, al final de los cuales regresarían a exigir lo que por derecho les correspondía. Aun cuando podría reclamar un amplio territorio, los Pándavas, cinco hermanos, solamente solicitan cinco pueblos; pero Duryodhana el primo ambicioso que espera el trono para él, se niega a entregarles algo, nada: "ni cinco granos de arena tendrán", clama furioso sin aceptar, ni siquiera de sus padres, consejo alguno contra su agraviante conducta.
Tras intentar en varias ocasiones llegar los Pándavas a un acuerdo con sus primos los kauravas, se desata la guerra en la que mueren infinidad de héroes, todo por una corrupta conducta de un gobernante déspota que prefiere perder a sus amigos y familiares antes que su poder y riquezas. Al final de la misma Yudhisthira, o Dhaemajara, respetado por su amor a la virtud y la verdad, símbolo y arquetipo del pueblo hindú, gobernó el mundo para el bien.
En México, históricamente la guerra había sido la causa de las grandes fortunas en manos de los vencedores; tras la independencia los criollos forjaron riquezas de tierras inmensas y minas abundantes, apoyados por el clero terrenal; después de la intervención francesa, los generales liberales juaristas se convirtieron en grandes terratenientes, mutando rápidamente a hacendados científicos autoprotegidos por Don Porfirio; pero la mayor corrupción llegó con la revolución, ya Carlos Fuentes apunta apenas un simple ejemplo en "La Muerte de Artemio Cruz"; sin embargo, va a ser la institucionalización de dicha revolución, la que convertida en partido político va a generar a los más ricos y los más corruptos; agravándose la diferencia entre mexicanos, ya no por la guerra, sino por el descubrimiento de recursos naturales como el petróleo, que en el jolopotismo llevó a los priistas a "Administrar la abundancia", pero para sus propios peculios.
Más tarde, bajo el salinismo uno de los 90→ s del siglo XX y en salinismo dos de la segunda década del siglo XXI, solamente una veintena de políticos convertidos en prósperos empresarios, algunos ligados al narcotráfico, obtienen, para ellos solos, más del doce por ciento del producto nacional, mientras que decenas de millones viven en la indigencia.
En el transcurrir de los años posrevolucionarios, líderes sindicales y populares, se jugaron las riquezas de sus agremiados y hasta los recursos de sus regiones, a fin de gozar de privilegios políticos; cambiaron la riqueza local y al pueblo mismo por míseras prebendas, dejando, al igual que los Pándavas, que el pueblo mexicano quedara exiliado de poder, la soberanía, derechos propios y hasta dignidad; haciendo crecer el número de pobres, mil veces más allá del "apestado" porfiriato. Y también, al igual que los kauravas, los políticos mexicanos actuales no son capaces de entregar al pueblo mexicano ni un milímetro de la tierra usurpada ni devolverle un céntimo de lo robado, mucho menos un ápice de su dignidad.
Tanto en el Mahabharata como hoy en todo México, la Corrupción y el maquiavelismo corren de la mano; más aún, se amellizan con la simulación, la perversidad, el agravio al pueblo; y, en el culmen del cinismo superlativo, los peores delincuentes se sienten ofendidos y gimen a los dioses reclamando la justicia que ellos negaron al pueblo al que vilipendiaron y hasta juran volver al poder. El PRI exige castigo a panistas y perredistas e inmunidad a los priistas y verdes; pero en la realidad todos son igualmente delincuentes y están en el mismo rasero, aunque no todos tienen comprados a jueces y a fiscales.
Leyes anticorrupción vienen y van, pero ninguna es efectiva y aplicable, en tanto la población sigue sufriendo los embates que la envilecen y arropan en un halo de temor. El senado ofrece acabar con la corrupción, pero si Diógenes, el perro, ingresara a ese recinto, saldría sin su famosa lámpara, alguien de ahí mismo se la habría birlado. El problema es que este tipo de anuncios quedan solamente en el discurso y no se llevan a cabo, se aplauden al mencionarlos, pero no llega el momento de aplaudir su correcto funcionamiento.
Todo esto lleva a los ciudadanos a una peligrosa desesperación; una gran parte de la sociedad se encuentra sumida en la terrible desconfianza de algún día encontrar justicia, atormentándose con auténticas reservas sobre la legitimación y la legalidad del gobierno en todos sus niveles. Una amarga desesperanza por el ocultamiento severo de los actos de corrupción más perceptibles que terminan con un "cerramiento" judicial, aunado a una reserva multianual de los archivos que contienen evidencias y que cuando se puedan abrir, ya nadie podrá ser acusado de delitos o a nadie le importen ya, e incluso, tal vez ya todos hayamos pasado a la vida eterna.
