Todos los años tienen sus sorpresas. Eventos no esperados que impactan nuestra cotidianeidad. 2016 parece ser el año del zika. Este virus se detectó por primera vez en Uganda en 1947 y a partir de entonces se ha detectado con mayor o menor intensidad en países de África y Asia. En enero de 2016, la OMS anuncia, con alarma, que el virus se encuentra en 24 países de América y que es probable que la enfermedad afecte a tres o cuatro millones de personas. ¿Qué tan alarmados debemos estar?
A lo largo de la historia se han desatado pandemias de consecuencias muy graves. La mayor catástrofe de salud pública fue durante la Primera Guerra Mundial, cuando la influenza, mal llamada española, cobró más víctimas que el conflicto bélico. Mucho tiempo después, gracias a víctimas de esta pandemia, enterradas en Alaska, se supo que este virus que se originó en Estados Unidos y se trasladó a Europa con los combatientes estadounidenses, provenía de la familia aviar.
La mala noticia es que, como todo virus, la enfermedad que proviene del zika no tiene cura. Tampoco existe vacuna para este virus. La buena es que, a diferencia de la gripe aviar o del ébola, lo que produce el zika, en la mayor parte de las personas adultas, no va más allá de los desagradables síntomas de una fuerte gripe: debilidad general, dolor de cabeza, fiebre, malestar general en músculos y articulaciones quizá por una semana. Con remedios básicos, incluso caseros, se sobrevive sin dificultad.
La parte delicada de esta historia -según me cuenta mi asesor científico en materia de salud- proviene de recientes hallazgos en Brasil que vinculan la enfermedad del zika con la microcefalia y otros trastornos neurológicos en el feto humano, si la madre contrae la enfermedad dentro de los tres primeros meses del embarazo.
El zika se transmite en forma masiva a través de un mosquito. No es que el mosquito se halle enfermo, sino que lo abreva de un animal o de un ser humano enfermo y lo transmite al momento de picar la piel de otros seres vivos. Es el mismo mosquito transmisor -de la familia de los Aedes- que sirve también de vector para los virus del dengue, la fiebre amarilla y el chikungunya.
La única forma efectiva de atacar la enfermedad es evitar su proliferación. De ahí que las medidas sanitarias adquieran especial relevancia. La clave es impedir la reproducción del mosquito en sitios con agua estancada donde deposita sus larvas. Las medidas para atacar el zika son las mismas utilizadas para el dengue y el paludismo, enfermedades endémicas en regiones de México. Nuestras autoridades sanitarias tienen amplia experiencia en el uso de insecticidas y larvicidas -autorizados por la OMS- para destruir mosquitos y larvas sin daños colaterales.
La probabilidad de contraer la enfermedad se incrementa en entornos selváticos y tropicales. No es gratuito que sean Brasil y Colombia los principales focos. La constante exposición en ecosistemas de alto riesgo y la mala costumbre de no usar repelentes ni ropa adecuada para protegerse, incrementa las posibilidades de un piquete de mosquito portador del virus. Mujeres embarazadas que presenten síntomas de esta enfermedad deben de inmediato acudir a un centro de salud para verificar su estado. Para el resto de los mortales, las consecuencias son menores.
El zika dista de ser un preámbulo a la catástrofe. Sin embargo, y como sucedió con la influenza en 2009-2010, es un claro anuncio de que los virus pueden constituirse en amenazas graves a la salud pública. Por ello es necesario atender las recomendaciones de la OMS, de las autoridades sanitarias y que cada ciudadano aprenda, modifique sus costumbres y hábitos de vida y todos, como colectivo, asumamos el trabajo preventivo que nos toca para curarnos en salud. No existe otra forma de atacar los virus.
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(Director de Grupo Coppan SC.)
