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Danny Boyle

Escatología y algo de sentimentalismo

Danny Boyle

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Miguel Báez Durán

Hay varios adjetivos para describir el cine del británico Danny Boyle: contundente, trepidante, ácido, cruel, escatológico incluso en su artificialidad e hipnotizador. En ocasiones también sentimental.

Danny Boyle es un director que deja al espectador noqueado, pocas veces le concede tregua y, aunque acierte o no, por lo regular la experiencia cinematográfica de la cual es creador resulta muy entretenida. Ahí se encuentran los filmes más destacados del cineasta desde 1994 cuando se inaugura su carrera con la ópera prima Tumba al ras de la tierra, Trainspotting, La playa, Exterminio, Quisiera ser millonario y 127 horas.

SUPERVIVENCIA LACRIMÓGENA

En 127 horas Aron, el protagonista, se levanta de madrugada tras escenas de grandes desplazamientos en diferentes partes del mundo. Se prepara para salir a una excursión más y, para su desgracia, no logra encontrar su navaja suiza. Se dirige, primero en automóvil, después en bicicleta, hacia un cañón en Utah. Escucha música, se saca fotos, se encuentra con dos muchachas a las que les muestra un oasis bajo la roca y luego de que ellas lo inviten a una fiesta de fin de semana cerca de ahí Aron las deja y continúa su camino. Todo va bien hasta que tropieza con una roca que sin aviso se desprende y le cae encima del antebrazo dejándolo atrapado. Atrapado, en completa soledad y en medio de la nada. Hasta aquí, si acaso, la primera media hora del filme. El resto, la cámara de Boyle permanecerá encima del actor entre las paredes rocosas para contar esta historia real de supervivencia.

Boyle manipula los sentimientos, sí. Pero no lo hace de una manera tan burda como algunos cineastas estadounidenses. Con una agilidad tan maliciosa como subrepticia, el dilema de Aron se va colando en la conciencia del espectador hasta terminar convenciendo. El concepto detrás del entramado de la cinta se revela y resulta simple: por muy arrogante e independiente que se sea, todos necesitamos de todos. Aquí lo sentimental se desborda. Antes de eso, sin embargo, el realizador inyectará unas buenas dosis de lo grotesco. Cuando se le termine el agua a Aron tendrá que beber su propia orina. Cuando se dé cuenta de que no hay escapatoria tendrá que cortarse el antebrazo con una navaja diminuta. Tanto la visión como el trance no serán nada placenteros. 127 horas no se halla exenta de interés aunque tampoco está a la altura de una obra maestra. Ni siquiera al nivel de la filmografía anterior de Danny Boyle.

ROBAR UN GOYA

En descanso, mientras preparaba la ceremonia de inauguración de los juegos olímpicos en Londres, el director se da tiempo para un crédito titulado En trance, concebido además como mero divertimento. Cómo no, siendo una cinta que gira alrededor del robo de una pintura de un tal don Francisco de Goya y Lucientes. Simon Newton es sólo al comienzo nuestro narrador cuya perspectiva nos conduce a través del mundo de las subastas de arte. Algo ha de saber pues trabaja como subastador y, por ciertos problemas económicos no claros al inicio, necesita dinero. Conforme avance la cinta nos daremos cuenta que está asociado con unos mafiosos liderados por Franck para robar durante una subasta Vuelo de brujas. El asalto no sale exactamente como Franck lo había anticipado. Simon recibe un golpe en la cabeza. La amnesia fílmica obliga. Ni siquiera la tortura infligida por sus cómplices logra sacarle el recuerdo de la cabeza. Hasta aquí -a pesar de la ya bien conocida estética trepidante del realizador que tan bien casa con música tecno- lo verosímil. Pero el asunto del robo se lleva hasta los terrenos del inconsciente a través de la hipnosis. Entonces entra a escena la femme fatale del género: Elizabeth. No será el típico objeto del deseo. Aunque es una hermosa y exótica terapeuta con acento estadounidense en plena calle Harley de Londres, se viste como bibliotecaria. Ella asegura que es capaz de recuperar el secreto guardado en el inconsciente de Simon. En estos momentos ya se pisan los terrenos de lo fantástico, incluso de lo delirante. Tal vez, hasta de lo absurdo. El espíritu juguetón del realizador se manifiesta además en los diferentes géneros que roza durante cada uno de los trances de Simon: thriller por supuesto; pero también cinta de terror, de acción, drama y hasta comedia romántica. En esta Simon se ve con una bella mujer y como pasajero de un auto rojo ante un campo de girasoles. Luego es llevado a una sala donde se exhiben obras de arte robadas como El concierto de Vermeer o Tormenta sobre el mar de Galilea de Rembrandt. Todo culmina cuando se detona otro recuerdo. Y viene el retorno a la realidad ficticia del thriller.

Pronto el núcleo de la película pasa del robo a una reflexión sobre lo que el protagonista decide recordar y olvidar. Si lo anterior no es suficiente Boyle lanza a sus personajes a una conclusión de taquicardia rozando los límites de lo hiperbólico por su espectacularidad. Siendo un thriller psicológico las metáforas visuales de los espejos, las ventanas translúcidas y los omnipresentes monitores (televisiones, cámaras, tabletas electrónicas) apuntan al lugar común de “nada es lo que aparenta”. En trance tampoco supera lo antes logrado por Boyle con, por ejemplo, Trainspotting. Tampoco está al nivel de su crédito más comercial y exitoso en Hollywood, ese que le valiera el Óscar al mejor director: Quisiera ser millonario. En cambio, sí recuerda al Danny Boyle primerizo, al novato inquieto de hace veinte años que se diera a conocer con Tumba al ras de la tierra. El dato anterior se explica muy bien al saber que el guión original se gestó a mediados de los noventa.

GENIO INCOMPRENDIDO

El sello de Boyle no es tan predominante en su filme más reciente puesto que las circunstancias en la hechura de Steve Jobs indican que se trató de un trabajo por encargo. El talento más destacado aquí es el del guionista Aaron Sorkin y su presencia opaca incluso a la del cineasta. Luego de cambiar de director y de actor protagonista, la trama termina contando tres momentos importantes en la vida de quien da nombre al filme. Se trata de los momentos anteriores a la presentación de un nuevo producto informático: la Mcintosh en 1984, el cubo NeXT en 1988 y la iMac en 1998.

El carácter de la cinta puede describirse como teatral y no sólo porque ocurra tras bambalinas en diferentes auditorios, no sólo tampoco por su estructura en tres actos bien definidos. El universo, además, se halla contenido y se limita a interiores. Los diálogos de Sorkin salen de la boca de los actores sin cese, dando la impresión de que no hay suficiente tiempo en la cinta para abarcarlos. En esta obra de puertas cerradas pocos personajes allegados a Jobs tratan, muchas veces sin lograrlo, de interactuar con él y así entender su conducta a veces fría otras frontalmente desdeñosa. La relación más difícil de resolver para Jobs será con su hija Linda, a la que en principio ni siquiera reconoce como propia. Protagonizada por Michael Fassbender y Kate Winslet, Steve Jobs presenta actuaciones excelentes. Este tras bambalinas de la vida del magnate de las computadoras no pretende cubrir de principio a fin su biografía ni explicar por entero a la persona. Sino más bien explorar estos tres instantes claves que culminan con la recuperación de Apple y el deseo de darle al mundo entero un cúmulo de información a dedos de distancia. Hecha más para el lucimiento de los actores, muy poco del estilo de Boyle se manifiesta segundos anteriores a la entrada de Jobs sobre el estrado de sus presentaciones. Ahí también se hallará ese sentimentalismo tan característico de otras de sus cintas. En especial, durante la secuencia final. Será quizá en el próximo crédito que veremos de nuevo a Danny Boyle al mando de un producto fílmico más personal y con su sello distintivo.

FILMOGRAFÍA

Tumba al ras de la tierra (1994)

Trainspotting: la vida en el abismo (1996)

Vidas sin reglas (1997)

La playa (2000)

Exterminio (2002)

Millones (2004)

Alerta solar (2007)

Quisiera ser millonario (2008)

127 horas (2010)

En trance (2013)

Steve Jobs (2015)

Twitter: @mbaezduran

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