El Señor hizo a los cocuyos.
Les puso una lucecita que se encendía en medio de la noche. Las cocuyitas, enamoradas de la pequeña luz que las llamaba, iban hacia ella y así se consumaba el eterno rito del amor.
Todo fue bien durante mucho tiempo: los cocuyitos encendían su luz y las cocuyitas respondían al llamado.
Un día, sin embargo, el Señor encontró a todos los cocuyos tristes y apesadumbrados. Tenían encendida su amorosa luz, pero ninguna hembrita se llegaba a ellos.
-¿Qué sucede? -preguntó el Creador-. ¿Por qué los veo tan solos? ¿En dónde están las cocuyitas?
Respondieron los cocuyos con voz que era al mismo tiempo de enojo y de congoja:
-Los hombres construyeron un faro. Cuando lo encendieron todas las cocuyas se fueron y nos abandonaron.
¡Hasta mañana!...