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La Plaza Juárez y los tacos: Martín Terán (Última parte)

HÉCTOR RAÚL AVENDAÑO

El pasado domingo 20 de septiembre, en esta misma columna, desarrollamos una breve introducción sobre el tema general a que se alude arriba y que utilizaremos para abordar, en posteriores entregas...

...la historia de los negocios de comida preparada que han existido en los alrededores de nuestro jardín central. En esa ocasión, nos referimos a los restoranes "La Gatita Blanca" y "Basilio", y también a los carritos de tacos que se apostaban frente al Cine Palacio, para centrarnos al final en un negocio similar, el más antiguo de que tenemos memoria: sobre el terraplén, de lo que pudiera ser la banqueta en la esquina de las ahora denominadas avenida Morelos y calle Centenario, se instaló en los años veinte la taquería de doña María Terán, atendida posteriormente por su hijo Martín Terán, quien de aquellas fechas hasta 1979 cambió de domicilio comercial en más de una docena de veces.

Continuando con nuestra investigación, agregaremos que por los años cincuenta, Martín montó su negocio por la Morelos contiguo al bar "El León de Oro" (actualmente, Centro de Servicio LTH), en el cruce con calle Constitución, según nos lo refieren don Blas de Luna Sornia (locutor y cronista de beisbol de las ligas regionales, en los buenos años del Unión Laguna) y la señora María del Socorro Martínez de Gámez vecina por muchos años de esa manzana; por su parte, doña Evangelina Santos Torres nos comenta que llegó a saborear los tacos de Martín por la calle 16 de Septiembre, entre Independencia y Santiago Lavín. Otros gomezpalatinos avistaron su brasero en la banqueta de la esquina sureste de Centenario y Aldama; igualmente, frente al edificio que por muchos años ocupó la Confederación Nacional Campesina (CNC) por la avenida Victoria, y en las esquinas suroeste de Mina y Degollado y Mina e Independencia, domicilio, éste último, actualmente ocupado por un consultorio médico. ¡Ah, qué taco tan vago!

Nuestro querido e ilustre Barrio de las Banquetas Altas, aunque en su extremo norte, también hospedó a Martín allá por 1960, en la esquina de Allende y 20 de Noviembre donde después se abrió el salón "Bacardí"; lo anterior, atendiendo al testimonio del profesor de idiomas Sergio Caldera Ramos, "el Pili", quien vivió por la avenida Allende, unos cuantos metros más al norte del cruce con González Ortega, en el mero Barrio del 14.

No hemos podido comprobar, ¡lo aclaramos!, si el eterno peregrinar de Martín por toda la ciudad de Gómez Palacio se debió a su proverbial espíritu aventurero, a su gitanería, o bien, fue de los que inauguraron esa enfermedad que le denominan… ¿Cómo se llama? Sí, esa que es de origen alemán… ¿Cómo empieza?, bueno, ya no me acuerdo…, y a lo mejor se olvidaba de cubrir la renta. Lo que si es cierto y probado, porque hay múltiples testimonios, es que su brasero fácilmente tapizó de hollín el cielo raso de más de una docena de locales. ¡Cambiaba de domicilio, como si de "calcetines" se tratara!

Martín, para unas fiestas patrias se confeccionó en tela de raso una camisa con los colores de nuestra enseña nacional, la que lució muy festivo la noche del Grito, al pie de su brasero. Para pronto, los polis de "la 28" (así se les conocía a los de la Municipal por el número del teléfono de su cuartel) se lo cargaron en "la Julia" (una camioneta panel que la hacía de ambulancia), por el grave delito de uso indebido de los colores de nuestros símbolos patrios. ¡Claro!, pagó su multa y regresó muy orondo a atender a su clientela. No era tanto el celo patrio de nuestros antiguos guardianes del orden público, que no distan mucho de los actuales importados, sino que se "cayera cadáver".

Martín, aparecía siempre pulcro en la calle y en su papel de distinguido chef. Vestía camisas con estampados de flores, llamativas, de colores fuertes: solferino, rojo, verde, amarillo y rosa mexicano, zapatos blancos, pantalón sencillo, su mandil, con pechera, impecablemente blanco.

En su mesa de trabajo, a un lado de su inseparable brasero, le acompañaban unas charolas rectangulares de 30 x 18 centímetros de peltre blanco con las orillas o filetes de color azul, marca Cinsa, donde disponía los guisos: frijoles, papa, deshebrada, chorizo y sesos, que aportaban el exquisito sabor a sus tacos. Éstos, tenían la característica de freírse con la tortilla doblada para que el comensal tuviera la oportunidad de abrirlos y aderezarlos con la guarnición (lechuga, cebolla y tomate), los rociara con la especial salsa roja (receta de exclusividad familiar), y los acompañara con una Coca Cola, o mejor con una Carta o una Quijote Colosal, bien frías. ¡Una delicia al paladar!,

El gran profesional que siempre fue Martín, se ponía en pie desde muy de madrugada todos los días; después de la ducha se acomodaba su cabellera ondulada, se aplicaba un discreto maquillaje, con delineado de ceja y lápiz labial, rubor en las mejillas que le resaltaban su lunar sobre el labio superior derecho y su respectivo rizado de pestaña; ya debidamente ataviado y enfundado en su camisa de color chillante, con la manga corta arremangada hasta, casi, el hombro, abordaba el tranvía (esto hasta 1952) y más delante un autobús de Transportes Laguna (de los verdes) para trasladarse al Mercado Alianza de la ciudad de Torreón.

Allí, en aquel laberinto de andadores angostos y sinuosos, atiborrados de fruta y legumbres, aspirando la atmósfera cargada de olores de yerbas y fragancias frutales, deambulaba Martín alegremente, contoneándose, con canasta y con rebozo de bolitas (este último, se lo endilgamos para estar a tono con nuestro inolvidable CRI, CRÍ, el Grillito Cantor, de nuestra dorada niñez), armando el alboroto entre los dependientes y estibadores de los puestos de mercadeo. Era muy popular entre la tropa, además, de ser muy escrupuloso al escoger la lechuga, el tomate, la cebolla, la papa y el chile, ¡todo de primera calidad!

Los clientes muy asiduos y de confianza al llegar a disfrutar sus tacos saludaban a nuestro chef popular: "Martín Terán, por las pompis te atenderán", recibiendo a cambio una simple sonrisa. No falta quien recuerde, que habiendo llegado a la taquería se toparon él y sus acompañantes con una ingrata sorpresa. Martín, atento y presuroso, los reanimó: "¡Ay! muchachos, ya se acabó todo pero no se apuren que ahorita voy a hacer de cenar para mí, y los invito". Así como refinaba de atento era de bueno para los catorrazos, y en más de una ocasión acostó, con un solo puñetazo, a quien le faltó al respeto, incluidos boxeadores profesionales. ¡Échense ese trompo a l'uña!

Nos platica don Luis Humberto Santibáñez García, ferrocarrilero jubilado con 42 años de servicio (1952-94), vecino del Barrio del 14, que conoció (y trató a Martín, así como a su abuelita materna, ya que ella trabajó con su madre en los quehaceres del hogar), al rey del taco gomezpalatino y le consta que a la hora de fajarse era más hombre que más de cuatro. Y que en una ocasión, allá por el año de 1960, le tocó presenciar tales atributos al estar esperando que le sirvieran su apetecida cena. Sucede, que estando oficiando Martín en Allende y 20 de Noviembre pasó intempestivamente un tipo de nombre Hilario, vecino de por el rumbo de la cantina El Triunfador, y, sin más, le dejó caer un trozo de ladrillo sobre el comal que, además de salpicarle la cara con la manteca caliente, le ensució los tacos terminados y los que estaban en proceso.

Martín, echando mano de un cuchillo de carnicero que tenía sobre la mesa, se fue tras del vándalo y lo fue persiguiendo hasta llegar al bar América (ubicado en avenida Francisco I. Madero), anexo al Hotel Monárrez -éste, en la actualidad sigue vivito y hospedando-; lugar donde se refugió y, también, hasta donde se apersonó el curioso de Luis, que no quiso perderse el desenlace. Martín, enfurecido se fue sobre su agresor quien se cubrió con el cuerpo de don Arnulfo Sánchez Iriarte, ayudante del Superintendente de los Ferrocarriles en la ciudad, una gran personalidad en aquel entonces, y vecino a unos cuantos pasos del negocio del ofendido.

-Déjemelo, don Arnulfo -le exigía Martín-, que le voy a partir su ma…

-Cálmate, Martín -le suplicaba don Arnulfo-, todo tiene solución.

-No, don Arnulfo -insistía enfurecido Martín- él me ensució mis tacos, ¡déjeme arreglarlo!

Don Arnulfo le extendió un billete de $50.00 para resarcir el perjuicio. Martín, en principio se rehusó a tomarlo. No fue sino hasta después de sentir el abrazo y escuchar la insistente invitación a la calma del providencial mediador, que el ofendido recibió el papel azul mate con la efigie de don Ignacio Allende.

-Ahorita voy a tu negocio para que me digas a cuánto asciende el daño y repararlo totalmente-, fue así, como don Arnulfo coronó su faena de orejas y rabo. No obstante, Martín, se retiró del lugar todavía con el rostro desfigurado por la rabia.

Así terminó aquel sainete, originado por un acto reprobable, que pudo desembocar en una tragedia, y que registrado en toda su magnitud y emotividad por el joven Luis Santibáñez (quien no se perdió ningún instante del dramático episodio), nos permite reproducirlo nítidamente, 55 años después, a nuestros fieles lectores.

Ese fue a grandes rasgos Martín, el ser humano amable, respetuoso y familiar, orgullo de los suyos, quien como muchos otros de su tercer género, nació a destiempo. ¡Qué lejos quedamos de aquellos ayeres!, en que los "delicaditos" a lo más que llegaban, andando por las calles, era a depilarse la ceja, a maquillarse la cara, y a arrequintarse los pantalones. ¡Sea por Dios!, ¡de veras sufrían a causa del escarnio popular aquellos atrevidos seres llegados de un mundo raro! Nos encontraremos dentro de dos domingos, D. M. Agur.

Condolencia: Vaya nuestro más sentido pésame a nuestros estimados y numerosos amigos, descendientes y parientes, del tronco familiar Gutiérrez Benítez (con sede familiar en el Barrio de las Banquetas altas), por el sensible fallecimiento de doña María Concepción Benítez Rivas, deseándoles pronta resignación.

P.D. Pronto tendrán noticias de nuestro libro "LA PLAZA JUÁREZ DE GÓMEZ".

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