Columnas la Laguna

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Mi hijo contrajo una enfermedad venérea". Así le dijo don Chinguetas al doctor Ken Hosanna. "No sea duro con él -le aconsejó el facultativo-. Son cosas de la edad". "Sí -admitió el señor-. Pero el muchacho estuvo con la criadita de la casa, y le trasmitió su mal". "Que vengan conmigo los dos" -le indicó el médico. "Eso no es todo -prosiguió Chinguetas-. Yo también estuve con la muchacha, y ella me contagió". Dijo el doctor: "Pues venga usted con ellos". "No he terminado todavía -declaró don Chinguetas-. Le hice el amor a mi esposa, y ahora ella presenta los mismos síntomas" "¡Uta! -exclamó el médico, alarmado-. ¡Eso significa que todos estamos enfermos!". Si un recién casado se ve feliz, sabemos por qué. Si un hombre con 10 años de casado se ve feliz, nos preguntamos por qué. Considero un alto honor haber sido invitado a la develación de la estatua de don Porfirio Díaz en Orizaba, Veracruz. Por esa invitación le doy las gracias a Juan Manuel Díez Francos, alcalde de la hermosa ciudad. También le doy las gracias por su valentía: Se necesita mucha entereza y firmes convicciones para erigirle un monumento a don Porfirio y arrostrar las iras de quienes todavía se aferran a la historia oficialista, paraestatal, pro yanqui y burocrática, esa historia maniquea llena de falsedades, ocultamientos y deformaciones, de mitos mentirosos, de héroes impolutos sin mancha de culpa y villanos perversos sin posible redención. Los mexicanos apenas estamos empezando a darnos cuenta de que nuestra historia no la han hecho personajes de bronce o mármol, sino seres humanos de carne y hueso, capaces de grandeza y capaces también de mezquindad. En mi opinión el general Porfirio Díaz fue un gran patriota que amó profundamente a México y buscó siempre su bien. Sacó al país del caos y anarquía que ya duraban décadas, y le allegó los dones que derivan de la paz. Para conseguir eso hubo de gobernar con mano dura, es cierto -las circunstancias así lo requerían-, pero debemos preguntarnos si puede darse el título de dictador a quien se sometió al escrutinio de sus gobernados presentándose siempre como candidato en elecciones constitucionales. Juárez, tan exaltado por la historia escrita al gusto del país del norte, no hizo eso: Algunos de sus más cercanos partidarios le reprocharon haberse mantenido en el poder violando flagrantemente la Constitución. Y, sin embargo, don Porfirio, que se negó a entregar el país a los Estados Unidos, es deturpado, en tanto que Juárez, tan propicio al interés de los norteamericanos -a ellos debió su triunfo sobre los conservadores- es llamado benemérito. Luces y sombras tuvieron ambos personajes, igual que todos los humanos. A Juárez le debemos ese magnífico bien que es la separación de la Iglesia y el Estado. Así lo requería su época, y él siguió la corriente de la historia. Muy bien puede decirse que los aciertos de Juárez fueron propios de su tiempo, y sus errores son atribuibles a su persona. En cambio los aciertos de don Porfirio son suyos, en tanto que sus errores son achacables al tiempo en que vivió. Reconocí sus méritos y señalé sus faltas en la conferencia que dicté en Orizaba, a la que asistieron más de 2 mil personas que al final me aplaudieron de pie. Tuve otra distinción: Haber conocido a los descendientes de don Porfirio -bisnietas y bisnietos-, personas amables y sencillas, cuyo trato y conversación disfruté grandemente. Por todo eso, y por muchas cosas buenas más que gocé en Orizaba, le doy las gracias al alcalde Díez. No cobra él sueldo por su trabajo al frente de la municipalidad; los salarios que ha dejado de percibir sirvieron para costear el monumento a don Porfirio. De su señor padre recibió Juan Manuel un buen consejo para gobernar. Le dijo ese sabio señor: "Piensa en los pobres. Y ya que no puedes hacerlos ricos en sus casas, hazlos ricos en sus calles, sus plazas y paseos". No hay calle en Orizaba que no esté pavimentada, ni casa que no disfrute de todos los servicios públicos, y con otras magníficas obras ha embellecido este alcalde a Orizaba, que tantas bellezas tiene. Hablaré más acerca de mi estancia en la hermosa Pluviosilla que dijo don Rafael Delgado. Y por largo que hable de sus hermosuras sé que me quedaré muy corto. FIN.

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