Llegó sin anunciarse y dijo:
-Soy el ascensor.
Yo ya lo conocía, y no ignoraba que tenía muchos altibajos. Le pregunté:
-¿En qué puedo servirlo?
Me respondió:
-Diga usted a sus lectores que la gente no aprecia mi trabajo. Me llama simplemente "el ascensor", como si no sirviera también para descender. Eso me indigna. Ganas he sentido de ascender solamente, como dice ese nombre que me aplican, y dejar a la gente arriba, sin descenderla.
Le dijo que eso estaría muy mal. Le hablé de mi propio caso: Yo borro más de lo que escribo, y, sin embargo, me considero sólo un escritor, no un escritor y borrador. Hay que ser modestos, añadí, aunque sólo se reconozca la mitad de nuestros méritos.
Me respondió: "Tiene usted razón". Y me prometió que bajaría un poco sus aspiraciones.
¡Hasta mañana!...