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Reacomodo

Sobreaviso

RENÉ DELGADO

Lo más asombroso y llamativo del reacomodo en el gabinete presidencial es la permanencia de Virgilio Andrade: cuando se acepta ser un funcionario desechable, el interesado no puede permanecer en el puesto después de haber sido utilizado. Si los funcionarios fusibles despiden mal olor al ser quemados, los desechables hieden.

Los demás ajustes son lo de menos. Los designados no responden, en una primera impresión y aunque así hayan sido presentados, a "las nuevas circunstancias y desafíos" ni a la intención de "dar un renovado impulso a la gestión pública", como tampoco calan -en su mayoría- en el terreno donde fueron acomodados. No. El ajuste reitera la manía o el vicio de entender la administración como un asunto de cuotas y de cuates, práctica lamentable donde poco importa qué tanto se conoce o se domina el área o la materia donde el nominado habrá de ejercer su función.

Si el reacomodo no responde a la necesidad de pasar de la administración a la solución de los problemas, de las expectativas a los resultados ni a recuperar la posibilidad de un gobierno en el tramo final de su mandato, podría concluirse -así lo suponen algunos- que se perfila rumbo a la sucesión en el 2018. Sin embargo, hay un detalle: los dos funcionarios que se agregan sin reparo al listado de precandidatos, Aurelio Nuño y José Antonio Meade, no satisfacen los requisitos estatutarios del partido tricolor para, en su momento, competir por la postulación. Claro, si pertenecen a él.

En tal tesitura, es difícil entender el plan -si lo hay- del jefe del Ejecutivo para atemperar el entorno económico adverso, la incertidumbre política y el malestar social. Sin planes, cuadros ni dinero, la hazaña de remontar el presente y reperfilar el futuro se vincula más con el azar que con la política.

Si el Tercer Informe de Gobierno marca el punto de inflexión donde una administración repara sobre la ruta seguida y el tramo recorrido a fin de ratificar o rectificar la dirección y el rumbo, de nuevo se dejó ir la oportunidad. El reloj sexenal gobernó la decisión, no la decisión al reloj.

Dos precondiciones exigían hacer del Tercer Informe ocasión para relanzar la gestión: operar en su momento y con tino los cambios en el equipo de colaboradores y cerrar del mejor modo posible algunos de los muchos flancos abiertos que han vulnerado la posibilidad del gobierno.

Realizar en tanda el reacomodo sin explicar la razón y el motivo redujo el ajuste a un simple movimiento donde unos se van, otros llegan y algunos más cambian de oficina sin la obligación de ocupar en serio el nuevo puesto. Despedir con agradecimiento o recibir con reconocimiento a unos y otros borró por igual errores y aciertos y, con ello, el afán de rectificar o ratificar. La cortesía, si eso fue, acható el ajuste y confundió la necesidad con el deseo, anulando el argumento.

Se entiende el ajuste en la titularidad de la Secretaría de Educación y en la Comisión Nacional de Seguridad, el resto semeja una charada con tinte de desprecio por la diplomacia, el medio ambiente, la pobreza y el reordenamiento del territorio nacional. Y, por si ello no bastara, asombra la permanencia de algunos colaboradores en su puesto cuando lejos de acreditar eficiencia y vocación de servicio público han dado muestra, por decir lo menos, de frivolidad o negligencia o abuso.

Si, a pesar del costo político, cuando la circunstancia demandaba operar cambios -por no decir ceses- en el gabinete, se resolvió postergarlos en atención a la idea de realizarlos de conjunto en una sola tanda con el ánimo de reconfigurar un nuevo gobierno, lo conveniente hubiera sido explicar primero la idea en el mensaje del informe y, luego, llevarlos a cabo. Ejecutarlos sin explicación no viene en abono de la intención de replantear y relanzar la administración.

Ojalá en el mensaje de su informe, el presidente Enrique Peña Nieto explique qué pretende con la sopa de fichas que ha hecho y, desde luego, si las fichas pertenecen a un solo juego.

En sendos ejercicios el mandatario ha pretendido cerrar sólo dos de los flancos que debilitan su administración -aplacar el desafío de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación a la reforma del sector y dar carpetazo al conflicto de interés en que, oficialmente, ni él ni su secretario Luis Videgaray incurrieron- y en un movimiento ha pretendido demostrar que cuenta con un nuevo gobierno.

Si ambas operaciones no son simple fuego de artificio y el mensaje político contiene y explica los argumentos del plan para remontar la coyuntura y reponer el horizonte nacional, no es aventurado presumir en el presidente de la República a un genio político con talla de estadista. Si no es así y los demás flancos se mantienen abiertos en medio de la adversidad económica en puerta, la mezcla de esos factores terminará por horadar la posibilidad de su gobierno e impedir el reposicionamiento de su partido de cara al 2018 y, algo peor, colocará en un franco apuro al país.

Viene, ahora, el informe de gobierno. De él no hay mucho que esperar, es el autoelogio de lo hecho y el boceto del progreso que, dicen, más tarde vendrá. Seguirá a él el mensaje del mandatario donde ojalá explique el plan y argumente el reacomodo en el gabinete que, hoy, se resume en un galimatías. Ahí se tendrá noticia de si las piezas pertenecen al rompecabezas por armar.

La siguiente noticia sobre si el presidente Enrique Peña Nieto, su equipo y su partido corren sin desbocamiento en pos del mismo objetivo y en la misma dirección se tendrá cuando Manlio Fabio Beltrones integre el Comité Ejecutivo Nacional tricolor.

Hoy, por lo pronto, el afán de cerrar flancos a como dé lugar, reacomodar al gabinete sin explicar el movimiento, ampliar la baraja de presidenciables, realinear el partido poniéndolo bajo el ojo y la sombra del gobierno revela cierta desesperación y nerviosismo. Estadio nada recomendable cuando se está apenas por entrar a una zona de turbulencia y le restan tres años a una administración que, pese a lo prometido, no consigue constituirse en gobierno.

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