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Pobreza y reserva monetaria

JULIO FAESLER

Coneval nos confirma que México sigue siendo un país donde la pobreza domina el escenario socioeconómico.

No basta decir que desaparecerán los pobres si toda la economía creciera. Es la teoría de la marea: subimos o bajamos juntos. Esta tautología no oculta de que 7.1 millones de mexicanos padecen pobreza alimentaria extrema y que el 60 % de los pobres está en las ciudades.

Sedesol nos dice que entre 2012 y 2014 nacieron 1.2 millones en condiciones de pobreza mientras que el crecimiento del PIB de sólo 2 % para 2015 - 2016 resulta insuficiente. Crece la población y lo que cultivamos y fabricamos no basta. Hay que importar lo que falta.

Es evidente que necesitamos producir más y, además, aumentar la productividad. Más mexicanos deben incorporarse al sistema productivo nacional y que la inflación, ahora de cerca del 4 %, no borre sus frutos.

Prospera es un programa que impulsa la producción mientras que la Cruzada Nacional contra el Hambre coordina 19 dependencias federales además de varios gobiernos estatales, intenta mitigar la pobreza con subsidios que nunca bastan.

Surge ahora la devaluación del peso lo que es una carga adicional al déficit comercial al que hace años nos hemos acostumbrado ya que nos irán resultando más caros los insumos que ocupan el 60 % de la composición de lo que fabricamos para exportación.

Además de tener que hacer frente a la demanda de dólares que el déficit a diario demanda, la reserva monetaria en el Banco de México que la semana pasada serán aún de 180,000 millones de dólares está siendo afectada a ritmos de millones diarios para sostener el peso en la coyuntura actual. No hay que olvidar que la reserva monetaria proviene de lo que aporta nuestra balanza de pagos y más fundamentalmente de la eficiencia con que trabajamos nuestros recursos materiales y humanos y que estamos lejos de haber aprovechado racionalmente. No podremos seguir mermando indefinidamente nuestra reserva monetaria si continúan débiles nuestras ventas al exterior.

Tenemos abundancia de recursos que hay que poner a trabajar para, procesándolos, atender la demanda interna. Entre los productos que venimos importando se cuentan artículos de consumo doméstico, incluso superfluos o de lujo como podrá verse en los anaqueles de cualquiera de nuestros supermercados. Si entre las estrategias para vencer la pobreza está el reducir la creciente brecha que separa a los que vivimos cómodamente de una pobre mayoría, esto significará sacrificios para algunos cuantos, pero pocos o ninguno para las mayorías urbanas o rurales.

Uno de los programas que el gobierno se propone inaugurar para aumentar la producción nacional es la de crear un corto número de Zonas Económicas Especiales para levantar el nivel de actividad en ciertas regiones hasta ahora desatendidas. Se trata de imitar las zonas (Zes) que desde 1980 se abrieron en China para eximir a los inversionistas de impuestos y reglamentaciones aplicadas en el resto del país.

Esas zonas han probado su éxito en los impresionantes desarrollos de regiones como Shenzhen cerca de Hong Kong, Shanghai, Dailian, Ningbo y Tianjin.

Caben dos comentarios: en primer lugar el propósito declarado de las Zes en China y otros lugares como Vietnam o Tailandia, ha sido el escapar de los rigores de los impuestos y de la legislación centralizadora y altamente controlada de esos países. La futura legislación mexicana no ofrece sino escasas favores fiscales y administrativas.

La segunda observación tiene que ver con el estrecho concepto que tenemos en México de las zonas especiales que sólo serán áreas fiscales que faciliten la logística de entrada y salida de mercancías de las empresas que ahí se instalen.

El programa de zonas especiales es insuficiente. Lo que necesitamos para vitalizar las grandes áreas desatendidas del país son espacios diseñadas con visión comunitaria, para que en ellas funcionen actividades enteras, relacionadas entre sí, con todos los servicios comunitarios respectivos, donde vivan sus habitantes permanentes, no meramente transitorios.

La reserva monetaria de México, por ahora la mayor de su historia, no es ilimitada. Los programas diseñados para liberar al país de los tonos más sensitivos de la pobreza son muchos y complejos. Tienen un fuerte costo al que todos debemos aportar.

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