Siglo Nuevo

Sinónimos femeninos de arte

La inspiración a la sombra del éxito

Pablo Picasso y Jacqueline Roque. Foto: Douglas Duncan.

Pablo Picasso y Jacqueline Roque. Foto: Douglas Duncan.

Ivan Hernández

Las musas bajaron de sus divinas alturas para convertirse en mujeres de inteligencias, bellezas y temperamentos singulares. El siguiente es un distinguido recuento de pasiones que sirvieron como combustible del talento.

El proceso creativo es una de esas cosas que nos hacen pensar en la existencia efectiva de la magia o de la alquimia. La forma en que una imagen se convierte en una obra literaria o en una pintura da material suficiente para montones y montones de elucubraciones, análisis, conjeturas, opiniones...

¿Dónde reside el arte? Por supuesto que en las obras tangibles, perceptibles, en esos poemas que inflaman el pecho, en los cuadros que dilatan las pupilas del alma, en la música, en la escultura, en esas proezas surgidas de la nada o transmutadas en algo infinitamente superior a lo que eran en un principio.

A veces la cuestión es tan simple, o tan enigmática, como que una persona de talento conoce a otra que, de alguna manera, hace las veces de gatillo para disparar la acción, la avalancha o la presión, la felicidad o la tortura, que atiza al genio artístico hasta extraer de él, luego de un original y despiadado despliegue de recursos, un diamante o algún tipo de tesoro.

Para los griegos, las patrocinadoras de las artes y fuente de toda inspiración eran las musas, hijas de Zeus y Mnemosine. Tenían una para cada rama artística que, desde su óptica, gozaba de prestigio: Clío en la historia, Euterpe en la música, Talía en la comedia, Melpómene en la tragedia, Terpsícore en la danza. La lista se cerraba con Erato en la elegía, Polimnia en la lírica, Urania en la astronomía y Calíope en la retórica y poesía heroica.

Su papel era estimular el cerebro del artista. Visuales como eran, los griegos las representaban como adolescentes de armoniosas formas, vestidas con túnicas blancas, bien peinadas desde luego, y portando en sus manos instrumentos característicos del arte que patrocinaban.

Los siglos pasaron, y la idea de las musas bajó de sus divinas alturas para aterrizar en la forma de mujeres de carne y hueso, bendecidas, o maldecidas según se mire, con una belleza desmedida o con temperamentos inusuales, aunque esta es una manera un tanto simplista de abordar el caso.

EL ESPECTRO

Los caminos del arte son misteriosos. En la pintura, por ejemplo, las musas de Toulouse-Lautrec eran las prostitutas de Monmartre. El genio de Picasso era atizado por sus amantes. Dante Gabriel Rossetti tuvo en Elizabeth Siddal, quien se suicidó ingiriendo láudano, un preparado de opio, a causa de los celos que sentía hacia el pintor, y en Jane Burden a dos musas y amantes. A esta última Rossetti la siguió pintando después de muerta.

A Picasso se le atribuye la frase de "si llegan las musas, que te cojan trabajando", pensamiento similar a lo que afirmaba el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe, para quien la inspiración era trabajar todos los días.

El camino de la creación, empero, no es el mismo para dos artistas. Cada proceso es único e irrepetible. Todo buen investigador, no obstante, se da a la tarea de buscar las coincidencias, el común denominador. La influencia o el influjo de una mujer está entre los primeros.

Hace varios siglos, con Vico, según algunos autores, comenzó el llamado género de la autobiografía intelectual. La idea de estos documentos es ofrecer claves, ubicar referentes, revelar influencias, que, en un momento dado, confluyeron en la gestación de una obra destacada como la Scienza Nuova (publicada por Giambattista en 1725).

Emprender ejercicios similares con artistas es más complicado que en el caso de los científicos. Las obras de arte tienen orígenes tan variados como infinitos. Sin embargo, hay biografías de creadores como Auguste Rodin, Scott Fitzgerald, Salvador Dalí, que están ligadas, a veces con claveles, a veces con espadas, a nombres propios menos conocidos aunque ineludibles a la hora de ofrecer la clave de sus obras maestras.

CAMILLE CLAUDEL (1864-1943)

Nacida en Fereen-Tardenois, ciudad del norte de Francia, la vida de la hermana del escritor Paul Claudel fue intensa, artística y trágica. Pasó sus últimos 30 años de vida internada en el manicomio de Montdevergues. Ni su familia la visitaba.

Camille fue musa y colaboradora de Auguste Rodin, el maestro, el mal amor, el escultor francés que contribuyó decisivamente al deterioro mental de la artista.

Desde sus años púberes, mostró una inusitada facilidad para crear formas con el tacto. Luego de las discusiones familiares acerca de su futuro, sus padres le permitieron andar por el camino del arte. Paul consiguió el permiso. Todavía no cumplía las dos décadas de edad cuando ingresó, como alumna, al taller de Rodin. Las crónicas hablan de una atracción instantánea que no fue interrumpida ni por el matrimonio de Auguste ni por la presencia de Rose Beuret, la amante oficial del artista.

En una carta, la última que escribió en el asilo, dirigida al hermano escritor, la estropeada Camille puso: Todos los días pienso en mamá. [...] Pienso en ese lindo retrato que hice de ella a la sombra, en nuestro bello jardín. [...] No he vuelto a ver jamás ese retrato (ni a ella). Si oyes algo de eso, por favor cuéntame. No creo que el odioso personaje del que te hablo de vez en cuando haya tenido la osadía de atribuírselo, como mis otras obras, eso sería ya demasiado fuerte.

Adela Muñoz Páez, en su texto Camille Claudel o la magia del movimiento, nos dice: además de ser la principal musa de Rodin, era el modelo habitual para sus obras, y así la cara, las manos y el cuerpo de Camille están en todas las obras de Rodin de la época en que estuvieron juntos, que fue la más productiva y brillante del escultor.

Sobre las acusaciones de la musa, comenta que lo más probable es que trabajaran juntos y que hubiera ideas de ambos en las obras que cada uno firmaba de forma independiente. Un amigo de la escultora, Mathias Morhardt, afirmó que Rodin apreciaba el talento de Camille de tal manera que, durante el proceso creativo, la consultaba para todo, discutía con ella y sólo cuando lograban ponerse de acuerdo, Auguste tenía clara la línea a seguir.

A Camille no le ayudó que su propia obra tuviera un estilo similar al de Rodin. Fueron constantes los comentarios de que el gran artista permitía a su pupila firmar obras que él había elaborado. Años después, cobró fuerza la idea de que era Auguste quien se apropió tanto de las ideas como del trabajo de una mujer incluso más talentosa que él.

Promesas de amor incumplidas, un aborto, separación y olvido, fueron otros partes de la historia que terminó con la Claudel encerrada en su estudio, esculpiendo cabezas de niños que eran destruidas poco después. Al final de su vida la cordura volvió, pero nadie quedaba para ella fuera de las paredes del manicomio. Camille fue una musa muy activa, no sólo incendiaba la mente del artista sino que entregó mucho más de lo que recibió en las arenas del arte y de la vida.

GALA (1894-1982)

Vino al mundo en una provincia del imperio ruso y recibió el nombre de Elena Ivanovna Diakonova. Tenía una capacidad inestimable para reconocer el genio artístico y creador allí donde existía, no por nada hizo migas, a lo largo de su vida, con intelectuales y artistas.

En 1912, en el sanatorio para tuberculosos de Clavadel, Suiza, la joven Elena conoció a Eugene Grindel, mejor conocido por la posteridad como Paul Eluard, quien la rebautizó como Gala. Se casaron en 1917, para esos días Eluard ya era un poeta conocido. En 1929, en Cadaqués, en el extremo oriente de la península ibérica, conoció a Salvador Dalí y de inmediato, Diakonova estimuló el cerebro del artista español: Estaba destinada a ser mi Gradiva (nombre de una heroína de W. Jensen), afirmó el pintor surrealista. Dalí comenzó a cortejarla, a pesar de que en esos tiempos, padecía alucinaciones que le producían ataques de risa histérica. Eluard regresó a París, pero Gala se quedó con el pintor.

Gala era nueve años mayor que Salvador, pero eso no impidió que se convirtieran en compañeros. Se mudaron a París. Cinco años después se casaron en una ceremonia civil. Gala, se convirtió en la musa y gerente de Dalí. Dirigió al surrealista español en la búsqueda de fama y fortuna.

La española Silvia Munt, actriz y directora teatral, destaca que los intelectuales y artistas con los que Gala se relacionaba disfrutaban de una creatividad más rica y más interesante.

Emparejada con el surrealista, la Diakonova le exige a su pareja trabajar y trabajar, ella se dedica a buscar compradores para la producción, incluso llegó a formar un grupo de mecenas, el Zodiaco. Sobre la influencia de la rusa en la obra del español, Silvia expone que Dalí absorbe a Gala [...], podríamos decir que Dalí fagocita a Gala y con ella toma posesión de sus creencias, de sus filosofías. Los esfuerzos de Gala derivaron, explica Munt, en el concepto de Dalí como marca registrada.

Gala murió primero y aunque ella y Dalí habían hecho preparativos para que sus huesos durmieran en criptas contiguas, esto no sucedió.

LILIA BRIK (1891-1978)

Otro ejemplo de musa activa. La moscovita Lilia fue la musa predilecta de Vladímir Maiakovski. Además de su contribución a la obra del poeta, quien le dedicó la mayor parte de su producción, la Brik impidió que la historia conservara un número indeterminado de testimonios dejados por su amante.

En 1912, Lilia contrajo matrimonio con el poeta Ossip Brik. En 1915 conoció al poeta futurista. Lilia, su marido y Maiakovski, escandalizaron a las buenas conciencias de la época con una relación a tres bandas.

Incendiado por la mujer ajena, Vladímir se puso a trabajar en la elaboración de un filme experimental. Su intención era que la Brik y él llevaran los papeles principales.

Lilia fue la compañera del iniciador del futurismo ruso en su exploración de las corrientes de la época, el dadaísmo y el constructivismo. En 1926, la musa produjo un documental sobre los judíos en las granjas colectivas en Crimea, Maiakovski fue uno de los guionistas.

En febrero de 1930, Lilia se separó de su marido. Dos meses después, Vladímir se suicidó tras la ruptura con Veronika Polonskaia. En noviembre de ese mismo año, la Brik contrajo matrimonio con un general ruso, Vitali Primakov.

La leyenda cuenta que, tras la muerte del autor de La flauta vertebral y Una nube con pantalones, la musa registró el archivo del poeta y alimentó el fuego de la chimenea con todo aquello que no fuera de su agrado, cosas como las cartas dirigidas a Tatiana Yakovleva y Veronika, sus últimas musas, o las misivas en las que el artista no se mostraba particularmente amoroso con ella. Sólo conservó las misivas que daban fe de su sólida relación.

Es conocido que el desarrollo del romance con Polonskaia empujó al poeta al suicidio -se pegó un tiro después de una discusión con su amada. Brik convenció a su rival de no asistir a los funerales de Vladímir y arregló las cosas de manera que no pudiera reclamar algún derecho sobre el acervo artístico a pesar de que en su testamento, el célebre escritor pedía al camarada gobierno cuidar a su familia consanguínea, a Lilia y a Veronika.

En 1935, Lilia Brik envió una carta al camarada Stalin pidiendo que el nombre -y las obras- de Maiakovski no fuera echado al olvido. La respuesta de Stalin fue tachar el nombre de Lilia de una lista de personas que serían entregadas al verdugo. La Brik había sido incluida en el fatal listado en su calidad de familiar de un traidor a la patria. Al año siguiente, su esposo, el general, fue detenido, acusado de participar en una conspiración trotskista contra el gobierno. En 1937 lo ejecutaron. Un año después, su viuda se casó con un crítico literario. El matrimonio duró cuarenta años. En 1978, a los 87 años de edad, Lilia se suicidó con barbitúricos.

ZELDA (1900-1948)

Zelda Sayre, nacida en Alabama, Estados Unidos, fue la mundialmente conocida esposa de Francis Scott Fitzgerald, autor de El gran Gatsby.

Ella también escribía y, según los enterados, su lucha por el reconocimiento profesional contribuyó en gran medida a la destrucción tanto del matrimonio (abuso del alcohol de por medio) como de la carrera artística de Scott.

Zelda intentó destacar como escritora, como bailarina y como pintora. Su etapa más interesante en las disciplinas mencionadas, sin embargo, coincidió con los años en que fue hospitalizada por primera vez, más tarde vendría el diagnóstico de esquizofrenia.

Sus obras no obtuvieron la repercusión deseada. Mejor suerte tuvo a la hora de incendiar el talento de Fitzgerald. Se conocieron en un baile cuando ella tenía 18 años y él 21. De inmediato estimuló el cerebro del futuro escritor. Scott multiplicó a su musa en las mujeres que habitaron los libros del joven autor. Rehizo a la heroína de su primera novela A este lado del paraíso para que fuera una Zelda de tinta. En marzo de 1920 la novela llegó a las librerías. El 3 de abril de ese año se casaron.

Ana Goñi, periodista y editora madrileña, no duda en destacar la presencia de Zelda en la mejor producción de su esposo, porque además de la Rosalind de la primera novela, fue la Gloria de Hermosos y malditos, la Nicole de Suave es la noche y la Daisy de El gran Gatsby.

Muy conocida es la opinión que tenían amigos de Scott acerca de su mujer. Algunos, como Ernest Hemingway en París era una fiesta, hicieron de ella la villana del cuento. La obra protagonizada por el matrimonio Fitzgerald tuvo una cara pública envidiable, un derroche de belleza y armonía; la intimidad, en cambio, era una prisión de reproches, celos amorosos y profesionales, que precedieron a las infidelidades, las decepciones y una nueva rutina de conflictos, incluidos intentos de suicidio por parte de Zelda.

Ya internada en un manicomio, la musa de Scott escribió la novela Resérvame un vals. La obra causó un nuevo problema con el autor de El curioso caso de Benjamin Button porque Zelda utilizó material de una novela que el prosista consagrado estaba preparando, Suave es la noche, publicada un par de años después. Ni el vals de la mujer, ni la noche del hombre recibieron buena acogida de la crítica.

El hospital de Asheville (Carolina del Norte, Estados Unidos) en el que estaba internada la mundialmente famosa esposa de F. Scott Fitzgerald se incendió el 10 de marzo de 1948. Entre las llamas terminó la vida de una musa de incendiario carácter.

KIKI (1901-1953)

La reina de París, una joven provinciana que se transformó en referente de una época. Alice Ernestine Prin, mejor conocida como Kiki de Montparnasse, el barrio artístico por excelencia durante el periodo de entreguerras, alimentó por igual los ímpetus creadores de poetas, pintores, escultores y fotógrafos.

No deja de ser llamativo que una exultante camada de artistas comprometida con la experimentación a rajatabla, la interminable búsqueda de nuevas formas e imágenes, contraria a los esquemas y a las clasificaciones, tuviera a una joven mujer como su común denominador.

Kiki, la cantante, la bailarina, la atrevida reina que contaba chistes picantes, desplegaba todos sus encantos, era un torrente de vitalidad, después de todo, había hallado su lugar a edad muy temprana; a los 17 años, luego de posar para uno de sus amantes, decidió que modelar para los artistas era un buen oficio. Así encontró su destino.

La lista de clientes de Kiki es impresionante, bien podría formarse con los nombres un consejo de Naciones Unidas, en ella aparecen el fotógrafo Man Ray y el escultor Alexander Calder, ambos estadounidenses, los pintores Tsuguharu Foujita, de Japón; Amedeo Modigliani, de Italia; Jules Pascin, de Bulgaria; Moïse Kisling, de Polonia, así como Chaim Soutine y Marc Chagall, de Rusia.

Además, fue amiga de poetas como Jean Cocteau y Guillaume Apollinaire, de cineastas como Anatole Litvak o Sergei Eisenstein.

De entre sus pasiones se destaca el romance con Man Ray. La relación, sin embargo, se topó con un dilema irresoluble: conciliar el espíritu libre de Montparnasse, ese que mantenía embriagados las mentes y los sentidos, con una aspiración tan humilde, y por lo mismo triste, de Kiki, el deseo de formar una familia, en el esquema tradicional, sin más sorpresas que la rutinaria convivencia y los frutos regulares que de ella emanan.

La Segunda Guerra Mundial acabó con la fiesta. Kiki había dejado París ante el avance de la bota germana. Regresó a Montparnasse para seguir cantando, pero lo único que hizo fue apurar el último trago de una vida que se gastó en un torrente de noches deliciosas.

CATHERINE DENEUVE (1943)

La actriz francesa permite introducir una nota de atractivo reposo en estas líneas. La descripción hecha por Buñuel debería bastar para explicar por qué hizo de ella una de sus musas: “Hermosa como la muerte, seductora como el pecado, fría como la virtud”.

Catherine Fabienne Dorléac, mejor conocida como Catherine Deneuve, además de inspiración de pesos completos de la cinematografía como Roman Polanski, François Truffaut, Jacques Demy, tuvo a bien incendiar el talento de personajes de otros ámbitos, como Yves Saint Laurent.

Nacida en París e hija de actores, comenzó su carrera en el cine en 1957. Junto a Buñuel rodó Bella de día y Tristana. Gracias a la primera, al papel de la esposa en busca de emociones fuertes, se elevó a la calidad de icono del cine y de la moda. En la filmación conoció a Yves, el creador del esmoquin femenino. Catherine se convirtió en su acompañante de rigor, luciendo sus trajes en las fiestas parisinas más deslumbrantes. El diseñador se encargó del vestuario de varias películas de la Deneuve como La sirena del Misisipi y El ansia.

Hablar de la Deneuve es referirse a una mujer que lleva más de medio siglo presente en eso que podría denominarse lo mejor del séptimo arte, vive en el ojo de los espectadores, acaso igual de deslumbrados que los directores, por una presencia elegante, atrayente y serena al mismo tiempo. Lo mismo puede decirse, con los sustitutos correspondientes, en el mundo de la moda. No por nada el pueblo europeo se ha mantenido fiel a la musa a lo largo de más de medio siglo.

Gracias a Catherine cobran sentido frases como la de “una imagen dice más que mil palabras”.

ADELE BLOCH-BAUER (1881-1925)

Musa del pintor modernista Gustav Kilmt, los nazis pretendieron erradicarla de la memoria cambiando el nombre de la obra Retrato de Adele Bloch-Bauer I por el de La dama de oro.

Era judía, se casó a los 18 años, y, como varias de las mujeres aquí mencionadas, sentía una irresistible atracción por el arte.

Su posición acomodada le permitía ofrecer fiestas a las que eran invitados artistas e intelectuales al por mayor. Fue anfitriona de escritores como Stefan Zweig, de músicos como Gustav Mahler y Richard Wagner.

Testimonios de la época la describen como una criatura delicada, proclive al sufrimiento, incapaz de sonreír y, sin embargo, arrogante, además de fumadora compulsiva. Adele murió de meningitis en 1925, a los 43 años de edad.

Los rumores dicen que Klimt y su musa tuvieron algo más que amores platónicos. Adele incendió el cerebro del pintor y este le correspondió convirtiéndola en la única mujer a la que pintó en dos ocasiones. Críticos de arte consideran que Gustav consiguió transmitir en sus obras a propósito de la Bloch-Bauer el intenso deseo que sentía por ella. Además, el rostro de Adele guarda un razonable parecido con el de la Judith semidesnuda, con la cabeza de Holofernes en las manos, pintada por Klimt en 1901.

Y pensar que todo comenzó, en 1903, cuando el marido de Adele, Ferdinand Bloch-Bauer, 16 años mayor que ella, encargó al maestro la tarea de inmortalizar a su querida esposa. Gustav dedicó cuatro años a la obra, óleo y oro sobre tela marinera.

Ronald S. Lauder, magnate de la empresa de cosméticos que lleva su apellido, compró el retrato de Adele en 2006 por la módica cantidad de 135 millones de dólares.

LOU ANDREAS-SALOMÉ (1861-1937)

Ser confidente del doctor Freud, amiga íntima de Nietzche, y amante de Rilke, no son cosas para decir a la ligera. Dichas credenciales, por separado, son estupendas, pero reunidas en una sola persona, incitan a hablar de una coleccionista de genios.

El buen ojo de esta mujer, rusa de nacimiento, se demuestra en que a los tres los conoció antes de la fama. Además, afirman varios estudiosos, poseía una prosa digna de elogio. Sin embargo, la mayor parte del crédito concedido a Andreas-Salomé proviene de sus ideas sobre el psicoanálisis, del amor que despertó en el filósofo y de su intimidad compartida con el poeta.

Independiente, joven, de buena cabeza, causaba molestia en su tradicional entorno por su decidido desinterés hacia los asuntos propios de su sexo. Una mujer dueña de una voluntad muy varonil, con la carga que esto conlleva de autoestima rayana en el egocentrismo.

Se casó con Carl Friedrich Andreas, un erudito en temas iraníes, en 1887. Para convencerla de las nupcias, Carl procedió de un modo admirable: tomó una navaja y, dispuesto a matarse si ella no daba el brazo a torcer, se clavó el arma en el pecho. La hoja metálica, sin embargo, acabó rota antes de alcanzar el corazón. Cosa curiosa, el matrimonio no llegó a consumarse y eso que vivieron juntos varios años.

Una década después, en 1897, conoció a Rainer Maria Rilke, el futuro autor de Elegías del Duino y Sonetos a Orfeo tenía 22 años de edad. Lou fue maestra, musa, amante, promotora, terapeuta, asesora y todo lo que podía ser para ayudar al poeta a encumbrarse. Y Rilke, hasta su muerte en 1926, fue fiel a su querida Lou, una correspondencia de más de 25 años da cuenta de ello.

En 1911 conoció a Sigmund Freud y el psicoanálisis se convirtió en un profundo motivo de interés para la musa. Escribió al doctor para que la admitiera en su grupo de estudio. Lo demás fue una relación de amistad y respeto. Tanta estima se ve reflejada en el hecho de que el doctor Freud, le pidió convertirse en mentora de su hija Anna. Además, Lou fue la única mujer admitida por Freud en el círculo exclusivo de la Sociedad Psicoanalítica de Viena.

Antes de Freud y antes de Rilke, una Lou veinteañera había trabado relación con el filósofo alemán, Friedrich Nietzsche. El encuentro sucedió en Roma, en 1884. El autor de La gaya ciencia se enamoró; ella flitreó un poco con él, pero la diferencia de edad y el gusto personal de la joven de buena cabeza impidió cualquier tipo de intercambio que no fuera de ideas.

Luis Fernando Moreno Claros, traductor y ensayista español, comenta que a Nietzche le costó mucho olvidar a aquella inteligente mujer. En el tránsito hacia la curación escribió Así habló Zaratustra.

Según Moreno Claros, Friedrich vislumbró en su amiga a la amante y a la compañera que había idealizado en su Humano, demasiado humano, en el aforismo que dice: Antes de contraer matrimonio deberíamos plantearnos la siguiente pregunta: ¿Crees que podrás conversar animadamente con esta mujer hasta bien entrada la vejez? Todo lo demás es transitorio en el matrimonio, mientras que la mayor parte del tiempo de convivencia pertenece a la conversación.

Así fue, en breves líneas, la relación de Lou Andreas-Salomé, una musa en toda regla, con tres nombres que hacen de las suyas en la mente de los demás.

CARMEN MONDRAGÓN O NAHUI OLIN (1893-1978)

Fue pintora, poeta y, especialmente, musa. Lo mismo posó para el ojo fotográfico de Edward Weston o de Antonio Garduño, que para los pinceles de Diego Rivera, Roberto Montenegro o Alfredo Ramos Martínez.

Su segundo nombre, el que sustituyó al de Carmen Mondragón, le fue otorgado por su adorado amante, el pintor Gerardo Murillo, Dr. Atl. Naui Olin, la fuerza, el movimiento perpetuo, también la renovación.

Irene Herner, investigadora de la UNAM, la presenta como la rubia de gigantes ojos de agua y expresión entre desolada y fúrica del primero de los murales de Rivera, La Creación: Carmen en el papel de la musa de la poesía erótica.

Desde muy temprana edad se decidió por los artistas. Enamorada del Dr. Atl, abandonó a su marido, Manuel Rodríguez Lozano. Así consumó la rebelión hacia las maneras de su época. Se sumó a la fiesta en la que intervinieron, entre otros, Tina Modotti, Antonieta Rivas Mercado, Frida Kahlo, el ya mencionado Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco. Su belleza fue un pasaporte, su forma de pisotear el papel de lo que debía ser una mujer mexicana, un sello distinguido. Ya fuera frente a una lente, frente a una tela o entre los brazos de los creadores, cumplió con su parte del trato.

Cumplidos los cuarenta años de edad, la decadencia se instaló en ella, a esas alturas ya había sufrido suficiente, las decepciones y los desengaños se habían visto coronadas con la muerte de su capitán español, Eugenio Agacino, su último amor. El movimiento cesó. Pasó el resto de su vida alejada de aquello que había consumido su pensamiento y su carne.

LA FÓRMULA

El camino del arte suele ser difícil para el artista y decididamente injusto con la musa. Hay sus excepciones, como en todo, pero la norma suele confirmarse. Quizá el mayor problema sea la entrega desmedida, el hacer suyo el sueño de alguien más, darse por completo a un proyecto que no tiene cabida para otro nombre luego del primer apellido. Además, se trata de una categoría estrictamente femenina.

La idea de la musa, para aplicarse a un destinatario masculino y conservar el género, implica emplear otras palabras, inspiración o estro, por ejemplo. De esa manera, un joven poeta podría decirle a la foto de Arthur Rimbaud, "eres mi inspiración", lo mismo aplicaría para una relación como la de Tim Burton y Johnny Deep. Con el estro la situación se complica, porque la segunda acepción del término es "Período de celo sexual de las hembras de los mamíferos".

El arte se levanta sobre un túmulo de sacrificios. Muchos de ellos son borrados de los registros. Algunos, sin embargo, consiguen salvarse y nos ofrecen historias sorprendentes, originales incluso en sus coincidencias, porque si bien los artistas son fenómenos únicos, irrepetibles, las musas que los hacen andar, hacia adelante y hacia arriba, también gozan de una cualidad singular, incendiar el genio creador hasta extraer de las cenizas un tesoro, una llave que abre las puertas del firmamento.

Retrato de Dora Maar, Pablo Piccaso,1937.
Retrato de Dora Maar, Pablo Piccaso,1937.
Retrato de Sylevette David en silla verde, Pablo Piccaso, 1954.
Retrato de Sylevette David en silla verde, Pablo Piccaso, 1954.
Beata Beatrix, Dante Gabriel Rossetti, 1864. Foto: Colección Tate.
Beata Beatrix, Dante Gabriel Rossetti, 1864. Foto: Colección Tate.
Jane Burden, 1865. Foto: J.Robert Parsons.
Jane Burden, 1865. Foto: J.Robert Parsons.
Sylvette David posa para Picasso en su estudio, 1954.Foto: François Pagés.
Sylvette David posa para Picasso en su estudio, 1954.Foto: François Pagés.
Camille Claudel y Jessie Lipscomb en su taller, 1930.Foto: Archivo Siglo Nuevo.
Camille Claudel y Jessie Lipscomb en su taller, 1930.Foto: Archivo Siglo Nuevo.
Camille Claudel, 1884.Foto: Archivo Siglo Nuevo.
Camille Claudel, 1884.Foto: Archivo Siglo Nuevo.
Retrato de Gala con dos costillas de cordero en equilibrio sobre su hombro, Salvador Dalí,1934.Foto: Colección Gala-Salvador Dalí.
Retrato de Gala con dos costillas de cordero en equilibrio sobre su hombro, Salvador Dalí,1934.Foto: Colección Gala-Salvador Dalí.
Galatea de las esferas, Salvador Dalí, 1955.Foto: Colección Gala-Salvador Dalí.
Galatea de las esferas, Salvador Dalí, 1955.Foto: Colección Gala-Salvador Dalí.
Gala y Salvador Dalí, 1933.Foto: Colección Gala-Salvador Dalí.
Gala y Salvador Dalí, 1933.Foto: Colección Gala-Salvador Dalí.
Lilia Brik y Vladímir Maiakovski, 1926.Foto: Archivo Siglo Nuevo.
Lilia Brik y Vladímir Maiakovski, 1926.Foto: Archivo Siglo Nuevo.
Familia Fitzgerald, 1925.Foto: Archivo Siglo Nuevo.
Familia Fitzgerald, 1925.Foto: Archivo Siglo Nuevo.
Bella de día, Luis Buñuel, 1967.Foto: Valoria Films.
Bella de día, Luis Buñuel, 1967.Foto: Valoria Films.
Jane Avril saliendo del Moulin Rouge, Toulouse-Lautrec, 1892.Foto: Archivo Siglo Nuevo.
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