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Divorcio afecta a la educación

Juan de la Borbolla

Según datos de la ONU el 90% de los delincuentes en los Estados Unidos son actualmente hijos de padres divorciados o personas que han sobrevivido fuera del entorno familiar por el hecho de que sus progenitores físicos nunca establecieran un lazo matrimonial y por ende familiar.

En Francia también se ha llegado a concluir que más del 80% de los niños y jóvenes “reclutados” por la delincuencia juvenil y la drogadicción provienen de hogares deshechos. El psicólogo alemán Mûller Kûppers llegaba a la conclusión de que el suicidio infantil o juvenil se da con mayor recurrencia cuando las relaciones entre los padres y el niño están perturbadas y puede por supuesto constatarse una mayor incidencia de este lamentabilísimo fenómeno de nuestro tiempo en caso de hogares destrozados por el divorcio.

Estudios pedagógicos serios, realizados en distintos centros educativos de Europa central y de Norteamérica señalan claramente que los hijos de divorciados por lo general rinden menos en la escuela y tienen mayores índices de deserción. Y es que si ya de por sí educar viene siendo una de las acciones más difíciles que tenemos entre manos los seres humanos, que no será cuando el hogar no sólo está trunco por alguna clase de accidente no deseado: muerte de alguno de los cónyuges, ausencia de alguna de las figuras familiares por motivos laborales, de emigración etc., sino que además está dividido y segregado por efecto del divorcio y carece por lo mismo de ese aporte conjunto y solidario que entregan ambos cónyuges en beneficio de la educación de sus hijos. La acción auténticamente educativa implica por parte del que pretende educar al educando, coadyuvar consciente, voluntaria e intencionadamente a que este último vaya actualizando sus potencialidades humanas para alcanzar la perfectibilidad propia de su naturaleza y por ende requiere en determinados momentos cruciales de ese proceso de formación y de educación, de los aportes de papá y de mamá, del varón y de la mujer, que van otorgándole a la criatura con absoluta generosidad nacida del amor fraterno, no sólo la vida física: al unirse en ese íntimo acto procreativo, y ni siquiera simplemente su determinación genética, sino también y sobre todo: su ejemplo de vida y su fundamento de seguridad personal basado en actitudes y virtudes, además de sus enseñanzas, su cultura, su cosmovisión, su lengua, su religión y sus costumbres.

De ese modo y de manera espontánea y natural el ser humano en proceso de formación y de educación, conoce y aprende los atributos de la masculinidad y de la feminidad, y desarrolla también de manera natural y espontánea su personalidad individual y social, su elenco de valores; en muchos sentidos también su inteligencia emocional, y su calificación primera para enfrentar los retos que conlleva la vida personal y de relación con los demás.

Es por ello y por otras razones más que en este breve espacio ya no hay posibilidad de considerar, que el divorcio afecta enormemente las posibilidades plenas del proceso educativo de una persona, lo cual por supuesto no quiere decir que el hijo de unos padres divorciados esté determinado irremisiblemente en algún sentido concreto. La libertad humana está por encima de predeterminismos y así constatamos que hijos de rufianes pueden ser magníficas personas y viceversa, pero que de matrimonios deshechos y familias rotas por efecto del divorcio resulte más difícil poder construir educativamente niños y jóvenes integrales.

, resulta también una realidad demostrable sociológicamente.

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