Cultura

Ligia Urroz, la memoria tras el fantasma de un dictador nicaragüense

La escritora conversa sobre su nueva novela Somoza

Ligia y su familia arribaron a suelo azteca en 1979 provenientes de Managua. El motivo no era para menos: una guerra civil se había desatado en suelo nicaragüense ante la negativa de Somoza a dejar el poder. El hecho bélico fue bautizado como la Revolución Sandinista, la cual provocó el derrocamiento del mandatario en ese mismo año.

Ligia y su familia arribaron a suelo azteca en 1979 provenientes de Managua. El motivo no era para menos: una guerra civil se había desatado en suelo nicaragüense ante la negativa de Somoza a dejar el poder. El hecho bélico fue bautizado como la Revolución Sandinista, la cual provocó el derrocamiento del mandatario en ese mismo año.

SAÚL RODRÍGUEZ

El reloj marcó las 10:20 horas del miércoles 17 de septiembre de 1980. Un estruendo hizo retumbar a Asunción, capital de Paraguay, sobre el asfalto de la avenida Francisco Franco, mejor conocida como España. Allí el vómito de un lanzacohetes hizo volar el techo y la puerta delantera de un Mercedes Benz blanco. Los trozos del chófer cayeron al suelo en una lluvia de carne. Al interior del vehículo, el resto de los tripulantes se hallaban cocidos a balazos.

Sobre el asiento trasero, el cadáver de un hombre de 1.9 metros de estatura, calva pronunciada y bigote recortado, que mostraba al menos 28 impactos por arma de fuego, acapararía los titulares de los diarios internacionales: el general Anastasio Somoza Debayle, ex dictador de Nicaragua, murió en un atentado orquestado por un comando argentino.

Mientras tanto, en un domicilio de la colonia Condesa de Ciudad de México, la escritora Ligia Urroz y su familia, que fue cercana al general, recibían la noticia a través de la televisión. Ligia era entonces una niña de 11 años y antes de su exilio había tenido la oportunidad de convivir con Somoza.

“Fue muy triste porque, de hecho, estando en México, mis papás recibieron una carta del general donde nos invitaba a irnos a Paraguay con él”.

Ligia y su familia arribaron a suelo azteca en 1979 provenientes de Managua. El motivo no era para menos: una guerra civil se había desatado en suelo nicaragüense ante la negativa de Somoza a dejar el poder. El hecho bélico fue bautizado como la Revolución Sandinista, la cual provocó el derrocamiento del mandatario en ese mismo año.

Los Urroz comenzaron una nueva vida en México, donde Somoza era visto como villano. La confusión abordó a Ligia, quien fue hostigada por otros niños debido a su acento, mientras la buena imagen que tenía del general se fragmentaba.

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Entonces, en ella apareció un silencio, de esos que almacenan por años los sentires más profundos. Mismo silencio que hoy se transforma en literatura gracias a Somoza. La novela del hombre que robó los sueños de una nación (Planeta, 2021), obra que intenta mostrar los claroscuros del general desde la mirada de la autora y que fue presentada este sábado en la Feria Internacional del Libro Coahuila 2021.

-Tu libro comienza con una aproximación a la conspiración que los argentinos realizaron para asesinar a Somoza. ¿Qué tanto crees que se tenga que entender la muerte de alguien para comprender su vida?

Creo que es bien interesante y que soy un poco irónica cuando hablo, no sólo de la muerte del general, sino también de la muerte de uno de sus comandantes, el comandante Bravo, donde digo que el que a hierro mata a hierro muere. Es un poco irónico, pero es verdad, y más que nada quise poner la muerte del general para dar una faceta de la gente que no lo quería. Si tú te fijas, la novela no es una apología a la dictadura, al contrario, es la figura de Somoza vista desde la perspectiva de sus enemigos y de sus amigos. Entonces son ambos. Y la primera parte es ese comando argentino que lo asesina, que si tú te pones a pensar y dices: ‘¡Ah! ¡Son los héroes!’, porque es el comando que va a quitar el posible regreso del dictador a Nicaragua, pero en realidad esos ‘buenos’ también matan a sangre fría y a bazucazos. Es justamente esa parte de la condición humana, de que vives y mueres pero eres un ser redondo. No nada más puedes ser bueno o malo.

-Impregnas cartas, mensajes donde intentas comunicarte con Somoza. ¿Qué tanto de esos mensajes tiene qué ver con un diálogo contigo misma?

Todo qué ver. La primera parte, si te fijas, es la perspectiva desde quienes lo matan y la segunda parte es este rompecabezas que quiere armar Ligia niña con Liga adulta. Es esta niña que vivió al lado de él y que lo conoció, lo conocí, y que además caminé con él en la playa, platiqué con él, le hacía chistes, le contaba adivinanzas. Y luego, cuando vino esta guerra tan terrible, llegó a México y me doy cuenta de que aquí es odiado y repudiado, y empiezo a atar cabos y digo: ‘A ver, ¿qué pasó? Aquí tengo que reconstruir entre lo que vi y lo que en realidad pasa’, como adulto. Entonces es esta reflexión de rendir cuentas, con esta misma lija, para entender qué fue lo que pasó en la historia de mi país, de mi familia y de mi exilio.

-También hay referencias a los ‘hubiera’. ¿Cómo has convivido con ellos en tu vida y cuál ha sido el más significante?

Creo que todo mundo necesita de terapia en la vida. Debería ser como si fueras al doctor, al médico general, una terapia psicológica que te ayude adónde vayas cuando tienes dudas, pérdidas, lo que sea. Yo nunca lo tuve, nunca acudí a nadie que me ayudara, que me diera terapia ni nada. Y yo creo que el libro es una parte fundamental para corresponder a todos esos ‘hubiera’ y esas preguntas que me llegan. Tengo una amiga psicóloga que quiero un montón y me dijo: ‘El capítulo de hoy que tienes en la novela es como diez años de terapia’. Es esa forma de querer encajar estos ‘hubiera’, de preguntarlos. Tal vez algunos no tienen respuesta, pero mientras lo preguntas sabes aliviar un poco, alivias algo. Creo que él ‘hubiera’ más especial es: si Somoza se hubiera retirado a tiempo qué hubiera pasado con Nicaragua. Yo sé que a lo mejor me hubiera quedado, no me hubiera exiliado, viviría en Nicaragua y hubiese hecho una familia con una carrera allá. Pero el país entero, todas las familias que salieron, ahorita mismo lo que está pasando en Nicaragua, a lo mejor no hubiese pasado. Pero bueno, así es la vida y estamos hechos de decisiones. Te puedes ir por un lado o por el otro, nunca sabemos.

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-Nicaragua tiene dos grandes marcas: el terremoto de 1972 y el propio Somoza.

Durísimo. En el terremoto se cayó todo Managua. Fue una desgracia espantosa porque el epicentro estuvo a cinco kilómetros de la ciudad. Se devastó y como quedó ahí la falla, cayó ahí toda la Managua colonial y ya no se volvió a reconstruir. Es un dolor que Nicaragua tiene y siempre nos acordamos del terremoto. Lo traigo también a colación porque a pesar de ser un evento muy importante para los nicaragüenses, ahí se acusó al general Somoza de que la Guardia Nacional se robó muchas cosas que habían mandado con la ayuda internacional, por eso es que también viene en el libro.

-La descripción que haces sobre Somoza parece referir al concepto de los claroscuros en la condición humana.

Sí, claro. Creo que no podemos decir ‘soy una persona buena’ o ‘soy una persona mala’, sino que somos una escala de grises. Podemos cometer cosas que a lo mejor no quisiéramos y luego dices: ‘¡Ay! ¿Por qué dije esto? ¿Por qué hice esto?’. Creo que eso mismo es la condición humana: a veces errar, a veces tener éxito, a veces tener fracaso y tenemos que estar preparados para ver cómo respondemos ante todas las eventualidades.

-Haces referencias al habla nicaragüense. Aunque en México también se habla castellano, se trata de dos visiones del mundo distintas. ¿Qué eco te provoca el habla de Nicaragua en estos momentos?

Digamos que si el nicaragüense fuese una lengua, sería mi lengua materna. Cuando llegué a México se morían de risa, porque llegué a los 11 años y los niños se burlaban: ‘¿Qué? ¿Qué dijo? ¿Qué quiso decir? Y bueno, en ese sentido tuve que cambiar mi acento. Si estoy en mi casa hablo en nicaragüense, si estoy con mi familia hablo en nicaragüense y con mi esposo, con mis hijos siempre hablo en nicaragüense. Entonces es esta dualidad que tenemos y, claro, se tiene que escribir porque el castellano es tan grande y tan rico que también se me hace muy interesante meterte a la literatura y tener todos los acentos que se puedan utilizar. Si iba a hablar de gente nicaragüense y de personas que estaban en Nicaragua, no les iba a poner otro acento.

-En la introducción de la segunda parte escribes una carta muy íntima. La última línea indica la intención de este libro: hacer las paces con tu pasado. Después de su publicación, ¿qué tanto te has reconciliado con ello?

Fíjate que después de escribir Somoza sí ha venido un proceso de reconciliación muy importante, porque, además al principio, cuando llegué a México, era algo de lo que no podía hablar, era un tema tabú. Es más, a mí me dijeron: ‘En el colegio no puedes decir nada porque podemos ser perseguidos políticos’. Independientemente de que no tuvimos ninguna relación política con él, ni de ningún negocio ni nada, pero por la amistad podría ser materia de represalias. Entonces nunca lo hablé. Apenas mis amigas de la secundaria, que están leyendo el libro, me dijeron: ‘¿Cómo no nos dijiste para estar más cercanas a ti?’. Entonces todo eso de que ya lo puedo hablar, de que además le puedo decir en su cara al nuevo presidente nicaragüense (Daniel Ortega) que está repitiendo los patrones. Es una manera de soltar y de conciliarte con tu pasado.

-Ligada a la última pregunta, ¿qué libertad te ha dado la publicación de esta novela?

Un montón, porque cosas que de pronto tienes escondidas, que no las puedes decir como en este momento, no las podía hablar en ‘79, ‘80, ‘81. Ahora ya me siento una mujer más libre con este pasado que está expuesto a todos y que, además, sirve para que lo leamos y no replicar esos errores en el presente (que sí se están replicando en Nicaragua). Considero que es bien importante que este libro se lea ahora para que te des cuenta de que, si vuelves a cometer los mismos errores, vas a caer en estos mismos temas, como está pasando ahorita. El presidente Daniel Ortega tiene encarcelados a más de treinta opositores porque en noviembre son las elecciones y él no quiere competir con nadie, quiere instalarse en su dictadura cuando fue de los primeros que quiso quitarla. A mí eso se me hace terrible y creo que el libro a mí me da la libertad para hablar y decir que no quiero que vuelva a ocurrir eso en mi tierra.

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