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Antonio Sifuentes, el custodio de La Goma

En alianza con la Fundación Lerdo Histórico, intenta rescatar una de las haciendas más importantes de La Laguna

SAÚL RODRÍGUEZ

El 12 de septiembre de 1864, Benito Juárez llegó a la Hacienda de San José de La Goma, en el ahora municipio de Lerdo, Durango, y cuatro días después ordenó la fundación del Ejército de Oriente para enfrentar a las tropas francesas. Décadas más tarde, en plena erupción de la Revolución Mexicana, arribaron los primeros guerrilleros comandados por Agustín Castro, quienes el 21 de noviembre de 1910 iniciaron la lucha armada en Lerdo. Además, el 28 de septiembre de 1913, Francisco Villa también visitó el inmueble, antes de reunirse en la vecina Hacienda de La Loma con los generales de Cuencamé, Pedriceña y Zacatecas para formar la División del Norte.

Estas eran las historias que, a finales de los años sesenta, un niño llamado Antonio hojeaba en su cabeza tras salir a las ocho de la mañana de un humilde hogar en el pueblo de La Goma. Morral al hombro, aquel infante se empolvaba los huaraches por la terracería salitrosa, al tiempo que se acercaba a la arboleda de la plaza principal. Allí tenía que dar vuelta a la izquierda, pasar el templo y adentrarse en el edificio de la vieja Hacienda, pues esta albergaba su escuela primaria.

Toño cursaba el primer año y tomaba clases en un salón con suelo de machimbre, paredes de adobe forradas en papel tapiz verde y techos altos, cuyas vigas soportaban todo el peso histórico de la edificación. Ahí compartía su pupitre de madera con Isidro, otro chavalo igual de travieso que él. Frente a ellos había dos pizarrones, en varias ocasiones el maestro Carlos les azotó las manos con una vara de pinabete. Aquel castigo tenía licencia moral, de dolor en nombre del conocimiento.

El patio central, custodiado por dos palmeras altas, tenía un jardín y albergaba en medio un andén con piso de barro. Los estudiantes solían jugar en la explanada exterior durante el receso vespertino, donde el sosiego lugareño cedía ante el borlote del chinchilagua y los encantados.

El viejo edificio fue sede de la primaria hasta 1970, cuando la institución se mudó a sus actuales instalaciones, justo al otro lado de su explanada. Entonces la Hacienda cayó en paulatino abandono. A Toño no le quedó más remedio que observar cómo se agrietaba ante sus ojos el principal memorial de La Goma.

RECONSTRUIR UNA INFANCIA

Un jueves de diciembre es envuelto por el bullicio en la plaza principal. Al pueblo han llegado benefactores para entregar juguetes a los niños. Son vísperas de Navidad y suelen verse este tipo de actos en la zona rural de La Laguna. Muy pocas personas portan cubrebocas a pesar de que la pandemia ya se ha llevado a varios en la región.

Cae la tarde, la reverberación solar baja su intensidad y un par de infantes toman el antiguo Camino Real para volver a sus casas, ahí por donde los primeros colonos españoles alborotaron la tierra con sus carretas; ha sido renombrado como avenida Lázaro Cárdenas del Río.

El sendero, irreprimible, serpentea la yerba quemada por el frío, desafía a un alambrado para cruzar la explanada de la añosa Hacienda de San José de la Goma, edificada en 1830 por Fermín de Arriaga y en cuyos aposentos, como se mencionó, se hospedaron figuras de la historia nacional como Benito Juárez y Francisco Villa.

La casona desempolva su amplia sombra, la arroja cual tapete sobre la explanada, como si tratara de recibir con su historia a quienes pasan por ahí. Entonces, los niños saludan a un hombre de complexión menuda y cabello canosoque reposa en los escalones de la antigua tienda de raya: "¡Don Toño!", exclaman. Antonio Sifuentes Alvarado tiene ahora 59 años, se ha convertido en custodio del edificio y en cronista del pueblo.

Bajo los 15 arcos de medio punto que forman la fachada de la finca, las memorias narradas al principio de este texto son reconstruidas por el propio don Toño. Al trote del presente, se dirige a esos retazos que une con mortero nostálgico. Sí, todo se trata de amalgamar recuerdos, de zarandear el pensamiento y vaciar el pasado en una losa… ¡y vaya si el guardián conoce el oficio de reconstruir! hace más de 16 años inició una cruzada para rescatar la Hacienda, una batalla épica a la que se lanzó en solitario sin más armas que sus convicciones.

Auxiliado con el poco dinero que sacaba de sus labores en la obra y en el campo, recorrió la región como pudo, así, como Dios le dio a entender. Inmune a comentarios de terceros, fue más terco que un nómada en busca de agua; recopiló información de hemerotecas y archivos históricos, contactó a familiares de expropietarios de la Hacienda, incluso se entrevistó con empresarios y políticos para solicitar apoyo, pero la respuesta siempre fue la misma: no se podía hacer nada en la casona mientras perteneciera al ejido.

En una parada, acudió al Chalet Gorosave, ahí conoció la Fundación Lerdo Histórico, cuyos miembros idearon una estrategia para solicitar la donación de la Hacienda a cambio de restaurarla. Pero el ejido no cedió con facilidad: si la Fundación no era capaz de cumplir su promesa en un lapso de siete años, las ruinas se reducirían al polvo que flota en el aire y el terreno se utilizaría para otros fines.

Era una lucha contra reloj. En 2006 el edificio yacía en ruinas: la maleza del olvido se había instalado a sus anchas en la casa grande, los muros de adobe que quedaban en pie estaban vandalizados y se desmoronaban por el tiempo. ¿Qué se podía hacer? Solo a un loco se le ocurriría volver a levantar todo eso. Rescatarlo rayaba en lo absurdo, era un disparate, o por lo menos eso decían en el pueblo. Pero en el fondo de sí mismo, don Toño sabía que aquello a lo que llaman absurdo es lo único que puede tener un enjarre de sentido.

"Me nació levantar esta hacienda porque me dio lástima mirar en qué se estaba convirtiendo y de recordar que aquí fue mi escuela".

Don Toño y la Fundación Lerdo Histórico movieron cerros de negativas hasta que, en 2013, en el último suspiro del plazo, lograron conseguir siete millones de pesos del presupuesto federal. Las obras comenzaron un año después, ante la presión del ejido y la indiferencia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en Durango, dependencia a la que no le interesó supervisar el proyecto, a pesar de que la finca es una de las 74 edificaciones lerdenses registradas en el Catálogo Nacional de Monumentos Históricos.

"Yo no entiendo al INAH por qué en ese momento no quiso. A mí me tocó ir esa vez. No quiso intervenir".

Pero, ¿quién inspiró a don Toño a protagonizar tal odisea? La respuesta exige retornar a su infancia. En esa época, los maestros solían encargarles a los niños que investigaran historias de su comunidad. Toño y sus amigos sabían que, si alguien podía contarles relatos, ese era don Alfredo Rodríguez, el entonces historiador de La Goma. Así que fueron a buscarlo a su casa, lo llevaron a la Hacienda y allí les narró sobre la fundación del pueblo en 1621, la construcción de la Hacienda en 1830 y la creación del ejido en 1930, sin más documentos que aquello registrado por su mirada.

"Nuestros abuelos no eran de aquí, vivían en las haciendas de Gómez Palacio. Ellos llegan en el año de 1930 y los peones de aquí son los que formaron la villa de Juan E. García. Esos eran los originarios de esta hacienda. Nuestros abuelos llegaron aquí porque el Gobierno federal les compró esta hacienda para que se vinieran de Gómez Palacio, de con los lavines".

Así, desde niño se vio inmerso en un cuadro lleno de escenas de la Reforma y de la Revolución. Entendió la narrativa de los relatos y se apropió de esas experiencias históricas que han pasado a cuentagotas, de generación en generación. Entonces sí, se puede decir que don Toño reconstruyó la Hacienda, al igual que su infancia cada que entra al edificio.

El custodio abre el pórtico y desnuda el interior. A paso seguro camina por el zaguán que comunica al jardín central. Algunos polines de madera intentan sostener los arcos del muro trasero. Hay nueve habitaciones. Las ventanas y puertas son solo huecos transparentes por donde se cuelan la luz y el aire. Las paredes han cambiado su tapiz por estiércol de palomo. También hay murciélagos, pero don Toño dice que no se asoman por el frío.

Los últimos rayos del sol pintan el patio de la Hacienda. El custodio toma asiento en el límite de uno de los cuartos y observa en contrapicada el campanario del templo. La iglesia, que pertenece al ejido, se llama Refugio de Pecadores, como dicta el colguije de doña Eduviges Dyada en la novela Pedro Páramo.

La Hacienda también tuvo de albacea a una doña Eduviges, pero esta se apellidaba Holguín. Cecilia Reyes, propietaria del lugar durante la segunda mitad del siglo XIX y viuda de don Refugio Tarín, la había nombrado así tras heredarle la finca a sus sobrinas Guadalupe e Isabel Tarín. Doña Eduviges fue la encargada de recibir a los primeros revolucionarios tras el levantamiento lagunero del 21 de noviembre de 1910.

Las páginas históricas de esta finca a veces se tornan porosas, amarillentas; hay que tratarlas con cuidado para que no se desbaraten en el olvido. Por eso don Toño va más atrás y afirma que, en 1854, don Fermín de Arriaga le heredó la hacienda a su sobrino José Garde, de ahí el nombre de San José de La Goma.

Los herederos de la familia Tarín fueron los últimos propietarios antes de que el Gobierno federal comprara la Hacienda en 1930 y se la regalara al ejido. Se sabe que los cuerpos de don Refugio Tarín, doña Cecilia Reyes y su hijo, el niño Rafael Tarín, estuvieron sepultados bajo el altar de la iglesia Refugio de Pecadores, pero fueron exhumados y trasladados a unas criptas en el Panteón Municipal de Lerdo.

"La Hacienda se vino abajo por el descuido del ejido, porque el ejido era el dueño. No le dieron tanto interés. Más bien no se dieron cuenta de la historia que tenía aquí adentro".

Así (valiéndose de las investigaciones realizadas por la Fundación Lerdo Histórico, los viejos planos de la Hacienda y la memoria de don Toño) la casa grande se restauró con la única misión de emular el fulgor que tuvo en el pasado.

"Tenía que andar diciéndole al arquitecto 'Esto fue aquí, esto era allá, esto así era'… sí, le estuve diciendo a él. A través de mí se hizo lo que se tenía que hacer, dejarla como tal es, no hacerle cambios a la Hacienda".

Cada día, don Toño se desmañana para ir a trabajar y conseguir sustento para su familia. Por la tarde se dirige a la Hacienda ante la reprobación de su esposa: "¿Qué vas a hacer ahí? ¡Ni te pagan!". Al llegar le da una barrida a los cuartos y recorre la casa grande por si brota un desperfecto. Luego revisa que ningún intruso haya hurtado el material de construcción sobrante. Hace lo que puede, es un vigía, desde que la primera etapa de la restauración finalizó en 2015.

Mientras tanto, la Fundación Lerdo Histórico continúa sus diligencias en la cabecera municipal. En noviembre pasado mantuvo una reunión con el Ayuntamiento que arrojó incertidumbre con tintes de esperanza. Las obras tienen un avance del 85 por ciento solo en el casco de la Hacienda, la cual es la primera de cuatro etapas. Se necesitan cerca de diez millones de pesos para terminar el proyecto.

"Nos falta la mano de obra y el dinero. Nos falta poner acá arriba teja, los pisos de madera en los cuartos y levantar lo que fue el comedor del hacendado, porque ahí va a ser una sala de audiovisión".

El proyecto incluye crear el Museo de La Goma dentro de la casa grande, así como el Centro Tradicional de Artes y Oficios de La Laguna en el predio de lo que algún día fueron las caballerizas, el cual actualmente es una propiedad privada; la Fundación Lerdo Histórico buscará adquirirla.

Don Toño es el único centro de documentación que tiene La Goma. Su cabeza registra datos, personajes y fechas precisas en torno a la Hacienda. A pesar de que los niños suelen hablar con él para desenvolver la imaginación y jugar en el pasado, don Toño está solo en el pueblo, pues nadie de sus habitantes acompaña su misión y en su familia solo uno de sus hijos está dispuesto a continuar su legado.

"No, nadie me ayuda, nada más yo. Yo soy el que me hago cargo de todo esto, soy el guía turístico, soy el custodio de la Hacienda".

DONDE EL CIELO ESTÁ MENOS LEJOS

El mediodía dominical es armonizado por cantos litúrgicos. Los feligreses se han congregado en la iglesia Refugio de Pecadores. Metros más adelante, don Toño se encuentra en los portales de la casa grande, bajo los arcos, atrincherado tras una vieja mesa de madera."Llegó a la mera hora de la misa".

Sobre el mueble coloca tres carpetas llenas de documentos vetustos. Leerlos es como escuchar a un ser vivo que grita en silencio toda su historia, pero únicamente es una parte del archivo que el lugareño resguarda en cajas de cartón. "Para mí es imposible sacar todo, conforme vayas mirando ahí tú me vas preguntando".

El archivo incluye cartas, fotografías, contratos, testamentos, escrituras, documentos notariados y recortes de periódico. Uno de ellos narra el asalto de El Chojo Ladislao a un banco de San Pedro de las Colonias. Entonces, don Toño saca un viejo rifle, con apariencia de piedra, como si se hubiese chamuscado con los años.

"Este es el rifle de él. El Chojo Ladislao aquí vivía en La Goma y este rifle lo encontraron donde escondía todo su dinero en los Puentes Cuates. Tenía bodegas y allá era donde guardaba todo. Allá encontraron el rifle en 2009, andaban arando la parcela".

El desfile de información no cesa. Documento tras documento, don Toño comprueba los relatos que transmite con su voz. Con la precisión de un escultor describe el perfil de cada personaje fotografiado: héroes, bandidos, lugareños, maestros y alumnos de la antigua escuela rural, de la cual hasta ha escrito una reseña histórica.

El custodio se dispone a resguardar los archivos en un cuarto de la casona, mientras los rezos de los lugareños envuelven el ambiente. Dentro hay muebles antiguos, empolvados, además de herramientas y otros materiales de construcción. Don Toño se dirige a un armario de donde saca más rifles viejos, frascos, tesoros desenterrados, además de un enorme plano enmarcado de La Goma. "Ahorita vamos a ir a ver las lápidas, sirve que mientras se termina la misa".

Don Toño se refiere a las lápidas de los Tarín que antes se encontraban en el templo. Los descendientes las tenían resguardadas tras haber abierto el machimbre del altar para exhumar a sus familiares. Ahora las lápidas de mármol están almacenadas en una bodega detrás de la finca, edificio que alguna vez fungió como almacén de grano y algodón. Allí también yacen las antiguas puertas inservibles de la casona, el cronista dice que después mandarán a sacarles el molde.

La melodía "El cantar de los cantares" emana de la iglesia. Se dice que los rezos siempre buscan las alturas. El custodio decide hacer un poco más de tiempo y trepa por unas escaleras hacia la azotea de la casa grande. Camina en ese lugar cuyo único techo es el cielo, describe cómo colocaron las vigas y un orgullo lo invade mientras el sol se refleja sobre lo blanco, bajo sus pies: "Todo esto, todo lo que ves aquí, estaba por los suelos. Nosotros volvimos a hacerlo como estaba antes. Daba tristeza verla en las condiciones que se encontraba".

La misa culmina, don Toño asoma su cabeza al vacío y dirige su voz hacia una señora: "¡Ingracia! ¡Vamos a subir al campanario! ¡Déjele abierto!". Desciende, cruza el terreno de la Hacienda y se introduce al atrio del templo que es custodiado por dos cipreses. El cronista es saludado por los parroquianos. Explica que hará un recorrido por el edificio litúrgico.

Tras su fulgor histórico, el templo revela un altar mayor que contiene tres nichos. Estos representan la Santísima Trinidad: padre, hijo y espíritu santo. También hay un par de altares laterales con cuatro columnas cada uno que, sumadas a las cuatro columnas del altar, dan como resultado la representación de los doce apóstoles. Mientras que la iluminación del lugar se debe a cuatro ventanas que simbolizan los evangelios por donde entra la palabra y la luz divina.

Es momento de subir al campanario. La madera se queja en la bóveda de la torre, pues don Toño hace crujir los escalones de morillo que, en caracol, llegan hasta donde el cielo está menos lejos. Pero antes de alcanzar la cima, el cronista hace una parada en el entarimado del coro, donde un órgano destartalado deja ver sus entrañas astilladas.

El camino en espiral continúa. El custodio ha arribado a la cima y en la parte más alta de La Goma se recarga sobre la cantera. Observa a lo lejos el Cerro del Picacho de la Muerta, mientras un soplo de esperanza le relaja el rostro. Sí, la esperanza. Esa misma que vive en un costal que carga todo el mundo. Esa misma que, en ese lugar situado entre la vibración de la Carretera Federal 49 y el murmullo seco del Río Nazas, incita a don Toño a finalizar la misión emprendida hace más de quince años. "Mi esperanza es terminar la construcción para acabar con las críticas de la gente".

Los edificios se construyen para ser vividos mientras soportan su propio peso. La Hacienda de San José de la Goma se negó a desmoronarse porque tiene los cimientos bien anclados en la tierra y en la infancia de personas como don Antonio Sifuentes. Hasta en lo más árido, las raíces permiten el renacimiento. El retoño de la casa grande ha absorbido la llovizna de benefactores y está dispuesto a florecer. Su espíritu intenta dialogar, reconciliarse con su historia, solo es necesario entender su silencio.

1830

AÑO

en que fue edificada la Hacienda de San José de la Goma por Fermín de Arriaga.

La Hacienda de San José de la Goma se negó a desmoronarse porque tiene los cimientos bien anclados en la tierra y en la infancia de personas como don Antonio Sifuentes. (VERÓNICA RIVERA)

La Hacienda de San José de la Goma se negó a desmoronarse porque tiene los cimientos bien anclados en la tierra y en la infancia de personas como don Antonio Sifuentes. (VERÓNICA RIVERA)

Antonio Sifuentes tiene 59 años, se ha convertido en custodio del edificio y en cronista del pueblo.
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Se puede decir que don Toño reconstruyó la Hacienda, al igual que su infancia cada que entra al edificio.
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Tras su fulgor histórico, el templo revela un altar mayor que contiene tres nichos. Estos representan la Santísima Trinidad: padre, hijo y espíritu santo.
Tras su fulgor histórico, el templo revela un altar mayor que contiene tres nichos. Estos representan la Santísima Trinidad: padre, hijo y espíritu santo.

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