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Aullidos y quejas

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Claudio Penso

Una mujer escuchó aullidos de dolor. Se acercó y vio a un perro vagabundo acostado sobre una tabla. A su lado había un mendigo, el hombre miraba sin ver. Le preguntó por qué se quejaba el animal, observó que estaba echado sobre algunos clavos que lo estaban lastimando.

La mujer se encendió de furia contra el hombre, lo increpó por su indiferencia y desamor, le rogó que hiciera algo.

-Señora yo no puedo hacer nada, él está ahí por su propia voluntad, todavía no tiene la dosis de dolor suficiente para que lo impulse a levantarse.

En nuestras empresas hay mucha gente que está cómodamente inmersa en la queja. Dispersa una gran cantidad de energía aullando por lo que no tiene, por lo que tiene y por lo que debería tener.

Las personas al quejarse producen contaminación instantánea, ya que contagian su malestar a quienes están próximos y que un instante antes, tal vez tenían otra sensación. Como un brote vertiginoso se expande, aumenta, se acrecienta sobre los ánimos. Eso es algo que hacen muy bien los agitadores profesionales.

Al igual que la leche que hierve, hay un punto de no retorno.

En una reunión de catarsis, un grupo de trabajadores estaba quejándose por sus salarios. Justamente en una de las actividades mejor pagadas del mundo: el petróleo. Mientras los escuchaba, imaginaba qué pasaría si grabara los comentarios para luego compartirlos. Estaba seguro que nadie creería que muchas de esas personas que protestaban airadamente, duplicaban o triplicaban los ingresos de la mayoría.

Finalmente, usé un marcador y lo deslicé por la pared. Con letras grotescas escribí una pregunta: ¿Por qué todavía están aquí?

Fin de la historia: El grupo comenzó una reivindicación compartida de aquellas cosas que valoraban. Simplemente se sentían tensionados y poco escuchados. Además, se habían contagiado unos a otros.

Podemos prestarle mucha atención a quienes aúllan. Si el dolor por la insatisfacción los hubiera colmado, ya no estarían allí. Esos aullidos son altamente contaminantes, se dispersan como un narcótico por los pasillos y son grandes consumidores de entusiasmo.

En ocasiones, desperdiciamos la energía en tratar de convencerlos, de rescatarlos. Es inútil. Incluso, si los despidiéramos a todos, vendrían otros y ocuparían su lugar. El rol de los que se quejan permanece inalterable.

Muchas veces no es posible ayudar a los quejosos a levantarse del suelo, pero sí podemos apartarnos del efecto de sus aullidos. La clave está en concentrar nuestra energía en aquellas personas que continúan trabajando con entusiasmo, a pesar de los ecos.

Claudio Penso

¿Y tú que piensas al respecto?, cuéntame a [email protected]

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