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Mujeres cantan al unísono

Taparon sus ojos con tela negra, suspiraron lentamente, y, nuevamente, la primera línea hizo su aparición desgarrando el cielo ya oscuro de la Comarca Lagunera. (FERNANDO GONZÁLEZ / EL SIGLO DE TORREÓN)

Taparon sus ojos con tela negra, suspiraron lentamente, y, nuevamente, la primera línea hizo su aparición desgarrando el cielo ya oscuro de la Comarca Lagunera. (FERNANDO GONZÁLEZ / EL SIGLO DE TORREÓN)

SOFÍA GAMÓN

"¡Somos 37!", se escucha una voz. Sentadas, paradas, fundiéndose en un abrazo, saludando a sus hermanas, se encuentran reunidas bajo el apremiante sol de La Laguna. Van de negro, con pañuelos que adornan sus cuellos; unas cuantas lo portan verde, a lo lejos se ve un trozo de tela rojo, otro pedazo de color negro. Murmuran el canto que entonarán ante la mirada expectante de quienes han frenado su camino guiados por la curiosidad de observar a tan misterioso grupo de mujeres.

Alguien corrige, “así no va esa estrofa”, y los murmullos comienzan nuevamente, en un ritmo caótico que deja muchas frases al aire. Poco a poco, aquellas que estaban sentadas comienzan a tomar su lugar en las escaleras que conducen al más importante edificio de la Plaza Mayor, donde las laguneras acordaron reunirse para hacer eco a la voz de sus compañeras chilenas, las que con su canto de propuesta, “Un violador en tu camino”, estremecieron el 25 de noviembre, mientras se exigía por la erradicación de la violencia hacia la mujer.

Ellas ríen, platican, bailan mientras esperan a que todo comience, a que el momento de convertirse en una misma y fusionar sus brazos, piernas, rabia y dolor se haga presente. Una de ellas toma un megáfono y las demás callan. “Vamos a ensayar, porque nos tiene que quedar muy bien” dice, mientras comienzan distribuirse en los escalones de manera tosca y desorganizada. “¡Vamos a contarnos!”, gritan y poco a poco comienzan a intentar enumerarse.

De repente ya no son 37, sino 40 y llegan dos más, y tres, y una, hasta que el conteo se hace casi imposible porque sus voces se pierden y sus pies ya no se mantienen fijos. Entonces, la aventura comienza, el primer ensayo está lleno de tropiezos: movimientos no coordinados, errores en la lírica, sonrisas de nerviosismo. Pero aquello no las desalienta, porque a lo lejos se ve alguien corriendo con su pañuelo morado en la mano y el cielo las acompaña adoptando esa misma tonalidad.

Son alrededor de 65 mujeres quienes comienzan, nuevamente, a entonar las primeras líneas del canto:

"El patriarcado es un juez

que nos juzga por nacer

y nuestro castigo

es la violencia que no ves"

acompañadas de un golpeteo que refuerza cada una de sus palabra. La encargada del sonido sostiene orgullosamente su recipiente de plástico mientras lo golpea asintiendo con su cabeza, como queriendo que cada una de las mujeres que tiene frente a ella sean capaces de adentrarse en aquel ritmo, sin dudas ni titubeos.

Algunas se ríen de su poca coordinación, otras intentan continuar aprendiéndose la letra que ha sido cambiada para que tenga más significado para ellas y su contexto. “¿Quién se quiere pintar la cara de rojo?” pregunta una de las mujeres mientras sostiene un bote grande en su mano, varias se acercan a ella para protestar, para exigir que el derrame de sangre pare.

Mientras ensayan, se corrigen unas a las otras, se apoyan, animan y escuchan. En algún momento, uno de sus ensayos se ve opacado por la música estruendosa de uno de los locales a un costados de la Plaza. “¡Tenemos que cantar más fuerte!”, “Vamos a darle que ya nos quieren callar” fueron algunos de los gritos que se escucharon mientras las demás vitoreaban y cantaban con más fuerza.

Su público ya no solo eran un par de personas, sino que las cámaras fotográficas y los celulares no dejaban de apuntar sus rostros, sus pañuelos, de captar el sonido de sus voces furiosas. Seis ensayos hicieron ese grupo de mujeres feministas, hasta que dijeron que estaban listas, que podían hacerlo. Nada de sonrisas, ni de muecas, de risas apagadas. A partir de ese momento, se convirtieron en una sola, mientras luchaban por todas.

Taparon sus ojos con tela negra, suspiraron lentamente, y, nuevamente, la primera línea hizo su aparición desgarrando el cielo ya oscuro de la Comarca Lagunera. Ni el local de un lado, ni el bullicio típico de la ciudad pudieron contra aquel canto de protesta cargado de impotencia. Al pronunciar la última frase, “el violador eres tú” sus gritos no se hicieron esperar. Se aplaudieron, se observaron, se reconocieron. Un humo morado las envolvió mientras se agradecían por el momento vivido. Las posibles fallas y la manera tardada y complicada que fue ponerse de acuerdo parecía ya no tener importancia.“Ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven, abajo el patriarcado, se va a caer, se va a caer”, siguieron entonando con firmeza porque su lucha, aún, no termina.

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Escrito en: un violador en tu camino CRÓNICA EN TORREÓN

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Taparon sus ojos con tela negra, suspiraron lentamente, y, nuevamente, la primera línea hizo su aparición desgarrando el cielo ya oscuro de la Comarca Lagunera. (FERNANDO GONZÁLEZ / EL SIGLO DE TORREÓN)

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