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Alebrijes 'pintan' la Ciudad de México

Xipe, un quetzal de distintos tonos, encabezó la marcha

Los creadores arrastraron en carros metálicos sus figuras. (AGENCIAS)

Los creadores arrastraron en carros metálicos sus figuras. (AGENCIAS)

AGENCIAS

Pancholín, uno los 250 alebrijes que tomaron el Paseo de la Reforma, cargaba una historia característica: era el homenaje que Carlos Flores, un colono de Lomas de Becerra, en Álvaro Obregón, hacía a su hermano fallecido a inicios de año.

Con mirada cansada tras finalizar el recorrido de 3.8 kilómetros el cual inició en el Zócalo capitalino y concluyó cerca de las 16:00 horas, Carlos narró que su hermano falleció por las constantes inhalación de solventes a las que se expuso en su trabajo como fabricador de barnices.

El sentimiento tras la muerte de su hermano lo motivó en crear a Pancholín, a pesar de que su familia se opuso al principio. Tardó tres meses en diseñar el alebrije que inscribió en el Desfile y Concurso de Alebrijes Monumentales 2019, por noveno año consecutivo. Una figura imaginaria con forma de cobra repleta de colores y acompañada de otros alebrijes, pero a escala.

Pancholín acompañó al resto de los 250 seres imaginarios que crearon diferentes artistas, talleres y colectivos para participar en la treceava edición de este desfile, los cuales estarán expuestos en las aceras de Paseo de la Reforma.

Cerca de 25 mil espectadores acompañaron por la calle 5 de Mayo, avenida Juárez y el Paseo de la Reforma, para concluir en el Ángel de la Independencia. Gozaron con la música y baile, acrobacias y conjuntos de tamboras, que amenizaban la caravana multicolor.

El alebrije que encabezó la marcha fue Xipe, un quetzal de distintos tonos, alas y cabeza parecida a la de un perico, creado por 40 personas del Centro de Atención para Adultos con Discapacidad Intelectual Dependientes (CAADID).

Sin embargo, uno de los que más divirtió a la gente fue el "Amigo Cósmico"; una figura de casi tres metros de alto con forma de jaguar, mariposas y patas de pato.

Cada vuelta que daba, imponía a las personas, quienes gritaban cuando el enorme alebrije pasaba a un costado de ellos. Además, la historia de estas artesanías no se hizo esperar, pues entre los participantes se encontraba un familiar de Pedro Linares, creador de los alebrijes en 1936.

Los creadores arrastraron en carros metálicos sus figuras sin importar los intensos rayos del sol de la tarde, maniobra que implicaba un desgaste físico y más cuando el público pedía "vuelta, vuelta".

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