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Las raíces de la aporofobia

Nombrar correctamente lo que señalamos con el dedo

Las raíces de la aporofobia

Las raíces de la aporofobia

Minerva Anaid Turriza

Cuando una palabra es reconocida, identificada y, sobre todo, reflexionada, se intenta una posición frente a lo que nombra, desarrollando así la conciencia social. He ahí la importancia de llamar al pan, pan, y al vino, vino.

Ciertamente el lenguaje es poderoso, la posibilidad de nombrar certeramente personas, objetos, actitudes, sentimientos y hechos reviste gran importancia para los individuos y las sociedades. Cuando no se es capaz de explicar qué es lo que sucede o se dice una cosa en lugar de otra, los equívocos se multiplican, puede ser una receta para el desastre puesto que quien recibe el mensaje no entenderá cabalmente, o quizás en lo absoluto, lo que se quiere transmitir. Por su parte, nombrar con precisión hace que la comunicación resulte más eficiente, elegir cuidadosamente los vocablos, respetar las reglas gramaticales, entre otras cosas, ayudará a emitir mensajes claros y por tanto los errores se minimizan.

Pero ¿qué ocurre cuando faltan las palabras para decir lo que pasa? Eso fue lo que le sucedió a Adela Cortina. ¿Su solución? En 1995 creó un interesante neologismo para referirse a una realidad social que tenía bien localizada pero que, hasta entonces, era literalmente innombrable. Sin embargo, esa realidad no es novedosa, se encuentra arraigada y es muy antigua en la humanidad.

Adela Cortina es una reconocida filósofa española, catedrática de ética en la Universidad de Valencia. Autora de múltiples obras, es Doctora Honoris Causa por doce universidades nacionales y extranjeras, también directora de la fundación Ética de los Negocios y las Organizaciones Empresariales (Étnor).

Con investigaciones en la Universidad de Múnich sobre ética marxista y la filosofía de Habermas, decide orientar sus estudios al campo ético, siempre ligando su cátedra y discurso a temas como la discriminación a la mujer, la guerra, la ecología, la genética y la desigualdad.

Allá por los noventas una situación concreta despertó su interés y decidió comenzar a analizarla. En el Mediterráneo existía un problema de tiempo atrás que era catalogado como “xenofobia”, sin embargo a la académica le parecía que era un término mal empleado.

Uno de los grandes pilares de la economía en España ha sido desde siempre el turismo, que busca atraer gente con dinero a visitar diferentes locaciones del país y disfrutar de lo que ofrece el sector. Estas personas son tratadas con hospitalidad, e incluso se ha creado una carrera especial para la atención al turista; sin embargo, a la par de estos hechos, también ocurre que miles de inmigrantes, refugiados de otras naciones con problemas terribles de pobreza, guerra y marginación, producen rechazo en una gran parte de la sociedad española, que no ha parado de arremeter en su contra. Para la doctora Cortina no sólo era evidente un maltrato contra los migrantes; esta conducta también iba dirigida en contra de los gitanos más pobres, que siempre eran excluidos en forma similar, a pesar de ser conocidos de tiempo atrás por sobrevivir en las calles del mismo barrio, aun así, el rechazo siempre continuaba.

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La comunidad gitana en España mantiene arraigadas sus propias costumbres. Foto: EFE

Fue de esta manera que en el afán de la doctora por generar conciencia ante este comportamiento de la sociedad, decidió recurrir a los diccionarios de lenguas clásicas hasta encontrar los términos griegos áporos: pobre, sin recursos, indigente, y fobos: miedo, aversión, rechazo. Así se creó “aporofobia”, cuya definición a algunos les resulta bastante trillada, innecesaria y simple pero para otros es completamente pertinente y reflexiva; tanto que puso en la mesa de discusión una realidad enquistada por largo tiempo.

En seguida, la doctora Adela Cortina decidió publicarla valiéndose de distintos medios. Alguna vez escribió un artículo que buscaba llamar la atención de la Real Academia Española (RAE) para que fuera incluida en su diccionario y por fin lo consiguió.

Alrededor de veinte años después de haber sido acuñado, el 20 de diciembre de 2017 aporofobia pasó a formar parte del acervo lingüístico español; en esa edición aparece por primera vez de manera oficial el nombre femenino culto cuya definición reza, sencillamente: “fobia a las personas pobres o desfavorecidas”.

También en 2017 la Fundación del Español Urgente BBVA (Fundéu BBVA), dio a conocer que el neologismo creado por la doctora Adela Cortina, había sido elegido como su palabra del año, generando más revuelo social y un interés especial en aquellos que están al pendiente del punto de vista lingüístico, pero yendo más allá, para la sociedad en general y la develación de su realidad. Uno de los principales requisitos para elegir ganador fue que el vocablo haya estado presente en el debate social y en los medios de comunicación, requisito que fue cumplido por completo por el neologismo de la doctora Cortina. Otra de las razones más importantes por las que resultó seleccionada fue su capacidad para generar, a partir de su análisis y de su concientización, una “transformación en la realidad”.

El término poco a poco fue generando discusión, encontró tanto detractores como aprobación por diversos sectores, desde organizaciones de beneficencia o en busca de la solidaridad, que lo emplean en sus campañas y jornadas, hasta el Observatorio del Ministerio del Interior, que analiza casos de discriminación, xenofobia, homofobia, etc; incluyendo estudiantes de maestrías y posgrados, como en la Universidad Cervantes en Nueva York, donde se utilizó por primera vez en un debate formal, demostrando así la relevancia que tenía la introducción de esta palabra en la sociedad contemporánea.

GERMEN

La doctora comenta que notaba un fenómeno real que no había sido conceptualizado por la sociedad, no tenía nombre y por tanto era como si no existiera. En su momento, el término utilizado era el de xenofobia (odio o resentimiento al extranjero), sin embargo, no le parecía que ese fuera el problema en cuestión, ya que muchos extranjeros son bienvenidos, como futbolistas, actores, personalidades distinguidas por diversas razones, pero también personas comunes que iban a vacacionar a España, turistas con una gran cantidad de dinero, etc.

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Migrantes al norte de África detenidos por la Marina Italiana de Inmigración. Foto: EFE

Había un sector especialmente marginado, que molestaba a parte de la población española y con quienes (aún en la actualidad) el gobierno no sabe qué hacer, este sector es el de los pobres, la gente sin solvencia económica, personas que intentan llegar a las costas de Italia, España, etc. A ellos no se les recibe con alegría, la mayor parte de las veces se encuentran con una fuerte hostilidad, en ocasiones tienen la suerte de ser acogidos por un pequeño grupo de gente de organizaciones solidarias, pero no por el grueso de la población. Es así como a Adela Cortina se le ocurrió que era necesario buscar una palabra que definiera el rechazo al pobre, al relegado por su condición económica y no precisamente por ser extranjero.

Como bien señaló en un artículo publicado en El País en el año 2000: “No repugnan los árabes de la Costa del Sol, ni los alemanes y británicos dueños ya de la mitad del Mediterráneo; tampoco los gitanos enrolados en una tranquilizadora forma de vida paya, ni los niños extranjeros adoptados por padres deseosos de un hijo que no puede ser biológico. No repugnan, afortunadamente y por muchos años, porque el odio al de otra raza o al de otra etnia, por serlo, no sólo demuestra una innegable falta de sensibilidad moral, sino una igualmente palmaria estupidez. Sólo los imbéciles se permiten el lujo de profesar este tipo de odios. Sin embargo, sí que son objeto de casi universal rechazo los gitanos apegados a su forma de vida tradicional, tan alejada de ese febril afán de producir riqueza que nos consume; los inmigrantes del norte de África, que no tienen que perder más que sus cadenas; los inmigrantes de la Europa Central y del Este, dueños, más o menos, de la misma riqueza; siguiendo en la lista los latinoamericanos escasos de recursos. El problema no es de raza ni de extranjería: es de pobreza. Por eso hay algunos racistas y xenófobos, pero aporófobos, casi todos”.

ALCANCES

La aporofobia no se encuentra localizada, no es endémica de algunos lugares determinados ni ocurre sólo en pequeñas comunidades, el interés por poner en tela de juicio este comportamiento social es precisamente porque ocurre en todos lugares, clases sociales y razas. En España no es extraño notar la molestia por los inmigrantes, sin embargo, no se dirige contra aquellos que cantan, realizan espectáculos o tienen dones peculiares que exhiben en algún escenario. Quienes generan molestia en el pueblo español son aquellos que hurgan en la basura, viven en zonas conflictivas o cinturones de miseria, usan ropa sucia y en malas condiciones o piden dinero en las calles para subsistir.

Muestras de estas manifestaciones sobran, pero pueden ser muy bien ejemplificadas por el presidente de los Estados Unidos, personaje que ha expresado su ira contra ciertos grupos de extranjeros, (naturalmente) no canadienses o europeos. Quienes incomodan al presidente Donald Trump son precisamente los mexicanos, los centroamericanos, los que provienen de naciones tercermundistas. Es para contener su avance que enarbola la construcción de un gran muro, para que no puedan cruzar e “infectar” al pueblo norteamericano, según palabras del mismo mandatario.

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Protesta contra la propuesta del Presidente Trump de construir un muro en la frontera con México. Foto: Notimex/Eduardo Jaramillo

Parte de su discurso conservador y “proteccionista” dice ir en contra del terrorismo, que principalmente proviene (según Donald Trump) de Medio Oriente. Sin embargo, a los jeques árabes no se les prohíbe el acceso, al contrario, el mismo Presidente les brinda las mejores atenciones y ha mantenido relaciones laborales y empresariales con ellos por mucho tiempo. Las prohibiciones se hacen efectivas contra las comunidades de inmigrantes que huyen de la guerra y el desastre, los actos de barbarie se cometen contra niños, hombres y mujeres escudándose en el débil argumento de proteger al pueblo estadounidense.

Las conductas aporófobas también se observan en las personas que ven a un mendigo en la calle y reaccionan burlándose de su situación, lo humillan, lo agreden o exigen a las autoridades que sea retirado del lugar. Comportamientos que ocurren a lo largo y ancho del planeta pero que no tenían nombre con qué señalarlos.

OBRA

Una de las justificaciones clásicas del discurso de la profesora incluida en su libro El rechazo al pobre: Un desafío para la democracia (2017) es el inicio de Cien años de soledad: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y caña brava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”.

Para poder reconocer las cosas, la humanidad ha tenido que ponerle nombre a cada una, desde objetos tangibles, hasta las intangibles ideas. Para Cortina los grandes conceptos han creado grandes cambios en la historia de la humanidad, desde la justicia, la confianza, la compasión, la democracia, etc. Los conceptos y las palabras han surgido para ser utilizados, para conversar, para comprender la realidad y eso es justo lo que pretende generar a partir de la introducción de su novedoso término, apuntar una realidad que existe en un mundo donde ya fueron señaladas otras cuestiones negativas que han dado paso a la reflexión, como la homofobia, el antisemitismo, el racismo, etc. Realidades que cuando fueron señaladas dieron paso a cambios históricos, a nuevas leyes, a una percepción social que parecía normal en cada contexto histórico pero que, al ser conceptualizadas como negativo, por medio no sólo de la creación de una palabra, sino también de la reflexión y de los actos, llegaron a ser vistas como ofensas, injusticias y hasta delitos, haciendo de la equidad una meta social.

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Foto: Fundeu

Esto justamente es el propósito que conviene a la creación de una nueva palabra, señalar con precisión algo que de otra manera no es cabalmente identificable y puede confundirse con algo más. Cuando una palabra es reconocida, identificada y, sobre todo, reflexionada, se intenta una posición frente a lo que nombra, desarrollando así la conciencia social. He ahí la importancia de llamar al pan, pan, y al vino, vino.

En El rechazo al pobre… la escritora aborda el que para ella es el principal problema del siglo XXI: la pobreza. En un período de la historia de la humanidad en el que el crecimiento económico mundial es el más alto de la historia sigue existiendo la pobreza pese a que la carencia material extrema puede eliminarse. Una de sus afirmaciones es que es indispensable reconocer que todos los seres humanos son aporófobos, y esto tiene raíces cerebrales y sociales que se pueden y se deben modificar si tomamos en serio las claves éticas de una sociedad democrática que pretenda ser “justa”. A la vez que indaga en las problemáticas, explora las herramientas para que la ciudadanía haga frente a estos preocupantes hechos, invitando al lector a preguntarse, por ejemplo, cómo es posible que el neocapitalismo no sea capaz de reducir las desigualdades, la pobreza y las exclusiones extremas.

Atina la doctora Cortina al señalar que colocar nombres a las cosas y categorizarlas es caminar partiendo de la senda del discernimiento. Es lo que intentaba al acuñar el término de marras. Aporofobia, “la fobia hacia el pobre”, daba título a un texto de hace ya más de dos décadas, aparecido en el ABC Cultural de entonces. Para caracterizar la pobreza, Adela Cortina se afirma en Amartya Sen y reflexiona su postura desde una perspectiva no sólo económica, sino también social. Ser pobre involucra con frecuencia mala salud, violencia y diversos problemas. Enfermedades mentales, adicción al alcohol, a las drogas o una esperanza de vida más corta que el resto de la población, son algunas de las contrariedades implícitas en la falta extrema de recursos.

A mitad de este interesante volumen, la autora cuestiona el abismo que existe entre las declaraciones de igualdad y respeto hacia los desfavorecidos y el insuficiente empeño en la solución real del problema. Para entender esta irregularidad entre los buenos propósitos verbales y su escasa aplicación en los hechos apela al desarrollo de las neurociencias aplicadas al estudio del cerebro.

Sin caer en el resbaladizo terreno del biologismo, la doctora Cortina se pregunta si rasgos como la xenofobia o la aporofobia están implícitos en la fisiología del cerebro y en su funcionalidad. Desde los años 50 del siglo pasado Edward O. Wilson y seguidores pretenden explicar la sociedad desde la biología, sus argumentos están recogidos en libros como El gen egoísta y su contraparte El gen altruista. Pero estos intentos no dejan de ser reduccionismos que establecen atrevidas afirmaciones sobre el comportamiento humano.

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Adela Cortina dedica también una porción de su libro al estudio de la conciencia, parte de una visión prosaica en la que la biología es el principio del desarrollo de la conciencia y continuamente se encuentra con el misterio de lo que significa ser humano, misterio que el darwinismo no fue capaz de desvelar; y acaba por recurrir a una referencia espiritual: la tradición judeocristiana, que en la imagen del Paraíso y la caída de Adán y Eva ha sabido plasmar de manera icónica y certera el juego interior que viven los seres humanos entre moral, libertad y conciencia.

Lo anterior no es el único guiño al cristianismo como elemento capaz de explicar las verdades más profundas sobre el ser humano. Cuando la autora inquiere acerca de las raíces del rechazo atávico hacia los pobres, se encuentra con San Agustín y su visión sobre el pecado original, como elemento perturbador de la naturaleza humana y que hiere también las relaciones entre personas. No es que lo proponga como explicación, pero sí como una tradición que testimonia un problema. Razón y fe no tienen por qué ser opuestas.

Puede parecer descomunal el espacio que el libro dedica a temas como los mencionados que, aparentemente, no están relacionados con el tema principal y que podrían calificarse como cuestiones secundarias, sin embargo, cada aspecto que aborda el libro juega su papel en la explicación de la aporofobia. Hay también algunas cuestiones que convendría analizar más despacio. Por ejemplo, Adela Cortina señala que, mientras las sociedades occidentales opulentas no tienen inconveniente en dejarse “invadir” por un número ingente de extranjeros pudientes que las visitan como turistas, sin embargo, rechazan o ponen demasiadas trabas a la entrada de refugiados, sólo porque son pobres.

Aunque la autora alude a él, quizás habría que profundizar aquí en el miedo de parte de la población a la llegada de terroristas islamistas entre esos refugiados. Temor que algunos políticos ignoran, mientras que otros rentabilizan en un discurso populista y que, en ningún caso, exime a una Europa con raíces cristianas de prestar la ayuda necesaria a tantos hombres, mujeres, ancianos y niños que huyen de su tierra de origen porque no les queda otra opción.

Adela Cortina señala también que la educación ha sido utilizada, a lo largo de la historia, como el vector destinado a mitigar patologías sociales del tipo de la xenofobia o la aporofobia. Este esfuerzo docente se ha visto desasistido en los últimos tiempos, por una sociedad que, desencantada con la política, está girando hacia un consumismo hedonista e individualista. Se hace necesario construir instituciones capaces de empoderar a las personas discriminadas, reducir la desigualdad y erradicar la aporofobia.

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Con su ciudad asediada por las fuerzas del Estado Islámico, los sirios de etnia kurda de Kobane se agolpan frente al alambre de púas que separa la frontera con Turquía. Foto: John Stanmeyer

Al mismo tiempo, los valores de una ética cívica deben extenderse al mundo empresarial. Asumir la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) no debe ser una cuestión publicitaria para dar una buena imagen, sino un medio capaz de impulsar una economía social y solidaria, debido a que en este sector es donde se encuentra concentrado el poder.

Se cierra el volumen con una oda a la solidaridad. Un futuro mejor requiere la capacidad individual y colectiva de recibir al que no es como nosotros. Por un lado, hay que fomentar la hospitalidad en las relaciones interpersonales y, por otro, la que corresponde al Estado. España y la UE han de atender el éxodo de refugiados. Las personas vulnerables procedentes de lugares en guerra requieren cuidado en nuestros espacios de convivencia. Hoy, concluye esta obra, es imprescindible construir una sociedad más justa y cosmopolita

El libro es relativamente sencillo de entender, a pesar de ser un texto cargado de filosofía por la formación de la doctora, específicamente en la corriente neokantiana.

RELEVANCIA

Angela Merkel pierde votos en su país, incluso entre los suyos, precisamente por haber intentado mostrar un rostro amable y por persistir en su actitud de elemental humanidad. Inglaterra se niega a recibir inmigrantes y apuesta por el Brexit para cerrar sus filas. Sube prodigiosamente el número de votantes y afiliados de los partidos nacionalistas en Francia, Austria, Alemania, Hungría y Holanda. Donald Trump gana las elecciones, entre otras razones por su promesa de deportar inmigrantes mexicanos y de levantar una impenetrable muralla en la frontera sur. Y, por alguna extraña razón, una parte importante de sus votos provenía de antiguos inmigrantes, ya instalados en su nueva patria.

Realmente, no se puede llamar xenofobia al sentimiento que despiertan los refugiados políticos y los inmigrantes pobres en ninguno de los países. No es en modo alguno una actitud de amor y amistad hacia el extranjero. Pero tampoco es un sentimiento de xenofobia, porque lo que produce rechazo y aversión no es que estos individuos provengan del exterior, que sean de otra raza o etnia, que sean distintos a “nosotros”. No genera aversión el extranjero por el hecho de serlo. Lo que particularmente molesta al ciudadano es que su pobreza les genera complicaciones, a ellos, a los que “salen adelante” con grandes dificultades, no como ellos “los otros”, los que son pobres porque quieren. Gran parte de los argumentos utilizados tiene como fondo que quienes llegan no traen consigo más que problemas.

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Descanso en el neumático, distrito londinense de Hackney. Foto: Desmond Henry

Y es que es el pobre el que molesta, el desamparado, el que supuestamente no aportará nada positivo al país que lo recibe. De él, dicen que engrosará los costes de la sanidad pública, quitará trabajo a los autóctonos, que es un potencial terrorista, que traerá formas de vida extrañas y muy sospechosas, que no tiene valores y que removerá, sin duda, el bienestar de las “inclusivas y modernas” sociedades, en las que indudablemente hay pobreza y desigualdad, pero mucho menor que la que sufren los desplazados forzosos que tratan de escapar de la violencia y la miseria.

Por eso, no puede decirse que estos sean casos de xenofobia. Son muestras palpables de aporofobia, de rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el desamparado que nos han hecho creer que no puede dar nada a cambio. Por eso, se le excluye de un mundo construido sobre contratos políticos, económicos y sociales basados en una supuesta reciprocidad, un mundo de dar y recibir, en el que sólo pueden entrar quienes pueden costearlo.

IDEOLOGÍA Y MANIPULACIÓN

La aporofobia no solamente es un problema para la democracia moderna, también es uno para la humanidad a secas. Todas las clases sociales pertenecen a un conjunto mayor y es de suma importancia la concientización de esta problemática, de un síntoma real que ha sido acrecentado por varias ideologías de discursos políticos de odio, de personajes que se esconden tras ordenadores por medio de plataformas digitales, como de otros medios que impulsan en la sociedad ese sentido casi “natural” en los seres humanos; ese miedo y defensa de crisis inexistentes e imaginarias, bien aprovechadas por estos personajes para despertarlo de lo más profundo generando estragos crecientes en la ética y la moral de la sociedad.

Existe una cantidad preocupante de delitos de odio al pobre, siendo este catalogado como aquella persona que, por sus condiciones dentro del “sistema”, es incapaz de dar o generar. Lo que Cortina entiende por sistema es explicado como parte de nuestro comportamiento natural, esencialmente se trata de los esquemas de intercambio, donde para dar de forma individual, el humano siempre espera algo a cambio. Esta “cooperación” en un sistema económico capitalista y neoliberal no incluye al pobre, él no tiene las condiciones para entrar en el juego y, por tanto, tampoco tiene relevancia.

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Inmigrantes mexicanos detenidos en Estados Unidos. Foto: El Universal

Esta realidad se ve reflejada en las políticas modernas de diferentes gobiernos, como es el caso de Estados Unidos de Norte América, donde frecuentemente se alega que los inmigrantes mexicanos no generan, al contrario, roban trabajos, recursos y oportunidades a sus ciudadanos.

Otro ejemplo reciente de este tipo de razonamientos traducidos en conductas, pudo observarse en las reacciones por parte de la sociedad mexicana ante la caravana de migrantes centroamericanos. Una cantidad alarmante de conciudadanos tomaron posturas que destilaban odio, y sembraron rechazo y miedo valiéndose de frases similares. Así, la sociedad mexicana comenzó a buscar argumentos, simples, elaborados y de doble moral, como la generación de basura, la transmisión de enfermedades, el comportamiento ético de los migrantes, etc.

Para expresar sus posturas y popularizarlas se valieron de todos los recursos a mano, abundaron los memes, las publicaciones en redes sociales, noticias falsas y videos en contra de los migrantes, mostrándolos como un violento enemigo, tratándolos de invasores, alegrándose de sus infortunios y sus circunstancias, exigiendo que se les expulsara y se les obligara a regresar a su país o sugiriendo la ejecución de acciones violentas en su contra.

Sobran ejemplos y demostraciones directas de que la aporofobia es un hecho casi cotidiano y como tal debe ser reconocida, concientizada y combatida. De lo contrario el riesgo de olvidar que el derecho a vivir no pertenece sólo a quienes pueden pagarlo, porque toda existencia tiene un valor intrínseco, está a la vuelta de la esquina y puede, si la humanidad se descuida, llevar a caer en excesos criminales que desgraciadamente ya se han visto antes.

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