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La realidad no es una telenovela

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La realidad no es una telenovela

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MARCELA PÁMANES

Hacer como que todos los que apoyan el proyecto contrario son comelonches y oportunistas es manipulación.

México vive un ambiente de crispación, ¡qué novedad! Lo siento amable lector, no te estoy diciendo nada nuevo. Las elecciones nos han llevado hasta ahí.

Disfrutamos una película. Salimos del cine entusiasmadas. Nos subimos al coche. La radio sonó y el spot en turno era de uno de los presidenciables. El mensaje suscitó un comentario de una amiga: “Yo creo que ya estuvo suave de que nos estén viendo la cara, estos hijos de su tal por cual, tenemos que ver qué hacemos, porque esto no funciona”, palabras más, palabras menos. La respuesta de otra de mis compañeras no se hizo esperar: “Por eso hay que explorar caminos inéditos”. Alguien más la increpó: “¡Que te pasa! Aunque nos lo digas de manera muy adornada lo que sugieres es que votemos por el fanatismo y eso lleva a la destrucción”. La destinataria de la réplica no se quedó callada: “Mejor no hables de lo que no conoces”. El tono ya era otro, la intención era ofender. Vino un incómodo silencio. Quisimos variar la conversación pero el daño estaba hecho.

Revisaba mi muro de Facebook. Lo considero un buen termómetro social. Encontré memes que se repetían con frecuencia, uno de ellos decía: “No te pelees por tus preferencias políticas porque cuando tú te levantas de la mesa por ellos, ellos se sientan tan tranquilos a cenar juntos”. Otro rezaba: “No pierdas a tus amigos porque no piensan igual, ellos no piensan igual y siguen siendo amigos (refiriéndose a los políticos)”.

Hacer aparecer como intelectuales y gente de avanzada a quienes apoyan un proyecto es manipulación. Hacer como que todos los que apoyan el proyecto contrario son comelonches y oportunistas es manipulación. Tildar a todos los que van por otra opción de burgueses o integrantes de un grupo privilegiado es manipulación.

Sucede que las emociones dan pie a intentar convencer a los demás de los riesgos que entrañan sus preferencias. El otro, suele pasar, piensa lo mismo, intenta convencerte a ti acerca de lo errado de tu postura.

Lo que sí es verdad es que los cambios y las transformaciones no empiezan de afuera hacia adentro. Tenemos un enorme trabajo personal por delante. Nadie puede hacer ese trabajo por nosotros. Debemos estimular la parte activa del ciudadano pasivo.

“La verdad os hará libres (Jn 8-32)”, reza la famosa frase bíblica. La información es poder, y justo ahí es donde debemos ubicarnos. Informarnos quiere decir leer, escuchar, comparar, analizar, reflexionar y tomar decisiones pensando en el impacto que ellas tienen para mí y mi familia, para los que aún no nacen, para mi empresa y la del vecino, para mis empleados, para los profesionistas independientes, para el clérigo, el intendente, el repartidor, el ciclista, el automovilista, el maestro, el indígena, aquellos con quienes compartimos vida, ciudad, estado y país.

Si no alcanzamos a ver la integralidad de los efectos de nuestras decisiones difícilmente podremos apartarnos de ser electores que eligen con el estómago. Eso lleva fácilmente a descalificar al otro.

Admito el hartazgo hacia quienes han decidido hacer de la política su forma de subsistencia. Tal vez no saben hacer otra cosa o sí saben pero la seducción del poder es absoluta. Cuando pienso en ellos, pienso en las torres humanas en Cataluña. El grupo trabaja y una sola persona llega a la punta del castillo. Estas “colles” saben que lo fundamental es la coordinación y sostener en sus hombros a otros que a su vez terminarán permitiendo que el chico llegue a la cima.

En política, quienes tienen el poder se sirven de un grueso resto de aquellos que aspiran a avanzar en la estructura. Ellos dan fuerza a los proyectos, también endiosan a quienes llegan dándoles trato de seres infalibles. ¡Cuánto daño nos ha hecho verlos de abajo hacia arriba! ¡Empoderarlos tanto!

Podemos debatir, disentir, apasionarnos, pero sin permitir que sus famosas campañas nos lleven a creer en buenos y malos, héroes y villanos, redentores y demonios. La realidad no es una telenovela.

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