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Felipe Calderón y su fundación

PATRICIO DE LA FUENTE
"Los ex presidentes son como los jarritos chinos. Muy bonitos, pero nadie sabe qué hacer con ellos".— Adela Micha

Relajado, cómodo, entre amigos, dicharachero y platicador, amable en el trato, ya sin el peso del poder y sus tribulaciones. Así estaba Felipe Calderón la última vez que lo vi, hace algunos meses, y pude conversar con él. Fue en la comida de cumpleaños de Roberto Gil Zuarth, íntimo, del círculo de allegados y hoy senador. Calderón me habló de su estancia en Harvard, de lo contento que se encontraba en Boston.

Pero la vida en Cambridge, todo indica, termina antes de lo planeado. El ex Presidente de México, panista de cepa, amenaza sin decirlo con meter mano en la elección interna y hacer sentir su influencia, cosa a la que tiene derecho, de cara a la renovación de la dirigencia nacional. Se antoja un pleito de proporciones épicas que dudo que alguien, panista o no, se quiera perder. Mucho menos Don Felipe, acostumbrado a ser, estar y decir.

Inquieto al fin, demasiado joven para el retiro, Calderón busca reinventarse y encauzar la energía acumulada en algo. Su nueva Fundación Desarrollo Humano Sustentable, es el pretexto idóneo. A una semana del anuncio, desde Davos, Suiza, de que encabezaría una fundación, el ex se ha dejado ver en tierras regiomontanas, pasa la charola y busca convencer al empresariado de que financie el proyecto.

"Actúa como tú hubieras querido que actuase, Luis", relata en su libro "El Fiel de la Balanza", Roberto Casillas, otrora secretario particular de José López Portillo, aludiendo la complicada relación entre su jefe y Luis Echeverría, entonces expresidente.

Cercana la sucesión, Don Luis no dejaba de moverse y hacer política desde su Centro de Estudios Económicos del Tercer Mundo, apostado en el capitalino barrio de San Jerónimo, le complicaba las cosas a Don Pepe. "Actúa Luis…", le escribió López Portillo a su amigo de la infancia, y Echeverría abandonó el territorio nacional por varios meses. Otros eran los tiempos…

Salvo Ernesto Zedillo, discretísimo y de bajo perfil, hoy ningún expresidente respeta las viejas reglas no escritas del sistema que condenaban al ostracismo y el silencio, recién abandonados Los Pinos. Vamos, hasta Miguel de la Madrid, quien tanto presumía de no opinar sobre política, al final de su vida provocó un escándalo mayúsculo cuando en entrevista con Carmen Aristegui, habló de la presunta corrupción de la familia Salinas y dijo que las elecciones de 1988 habían sido fraudulentas.

Vicente Fox, locuaz en el discurso y relajadas las formas, extraviado el respeto por la investidura presidencial recién asumido el mando, se ha convertido en ajonjolí de todos los moles. Lo mismo recibe al Dalai Lama que a Juan Gabriel, narra partidos de futbol, vota por el PRI, abandona a su suerte a la candidata panista, Josefina Vázquez Mota, y espeta declaraciones polémicas. Comparándose con el Benemérito de la Patria, acusa: "Benito Juárez no fue un buen presidente", y al tiempo, amenaza con vender marihuana.

El viejo modelo está rebasado. Obstante su condición e investidura como exmandatarios del país, antes que eso, Luis Echeverría, Carlos Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, Vicente Fox y ahora Felipe Calderón, son ciudadanos en ejercicio de sus derechos, obligaciones y prerrogativas contempladas en la Carta Magna. La libertad de expresión, entre ellas.

Con la sombra y el peso de más de setenta mil muertos a sus espaldas, repudiado por muchos y querido por quienes hoy lo extrañan y añoran otras épocas, está por verse qué tipo de expresidente Felipe Calderón planea ser y hasta donde su nueva fundación tratará de influir en asuntos de política interna, o si más bien se avocará a un rol internacional de alto perfil que repercuta entre los tomadores de decisiones a nivel mundial.

Filias, fobias y simpatías por fuera, el regreso de Felipe Calderón Hinojosa, si es que alguna vez se fue del todo, debe leerse como lo que es: parte del juego democrático en donde todos los actores políticos del espectro participan, opinan y en diferentes grados, se involucran. Así como aplaudo que Andrés Manuel López Obrador critique y se oponga al Gobierno, creo que cualquier contrapeso al poder presidencial es positivo y solidifica nuestra joven e incipiente democracia. Lo que representa Felipe Calderón, la antítesis priista, cae bien en estos nuevos tiempos donde muchos, a lo único que están avocados, es a lambisconear a la nueva administración.

"Mi padre me enseñó a odiar a los priistas desde niño", dijo alguna vez Calderón. Infancia es destino.

@patoloquasto

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