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La gloria de la Trevi

GENARO LOZANO
El éxito de los estereotipos es la felicidad de los comentaristas.— Carlos Monsiváis

Desde las escalinatas del Auditorio, la avenida Reforma parece un estacionamiento: los conciertos en este recinto con butacas para 9 mil 700 espectadores causan un caos vial los 360 días en los que hay algún evento en este lugar al que acuden más de 1.8 millones de personas cada año. Es jueves y esta noche no es la excepción.

Los ambulantes en la banqueta hacen su agosto en pleno marzo. Venden playeras, tazas, plumas, estampas y más mercancía de mala calidad y no oficial de Gloria de los Ángeles Treviño Ruiz, la Trevi, quien regresa a la Ciudad de México con su gira de éxitos "Agárrate".

En la plaza de las escalinatas suena ya la tercera llamada. Son las 8:30 pm. "La Trevi no es de las que empieza su show dos horas después", escucho a una señora muy atractiva, cuarentona, y que apresura a su amiga, una señora similar, mientras se pelea con los tacones altísimos para caminar, pero sin dejar de moverse como la cougar que es, porque esta noche ella se soltó el cabello, se vistió de reina, se pintó bien bella…

La plaza está repleta y la gente muy variada. Lo mismo está la familia de padre y madres treintañeros con sus hijas casi adolescentes, que el grupo de amigos gay, muy estridente, con lentejuelas, pelucas y estolas. Ahí también están los empleados de los hoteles cercanos, esos que levantan una valla que segrega y que no permite el uso de las áreas verdes mal iluminadas. Están en la multitud lo mismo quienes se cruzan después del concierto al Au Pied du Cochon a cenar que quienes se van a los tacos de afuera del Metro.

La Trevi es un magneto. Como pocas artistas, sus letras, su historia y el personaje, tienen esa capacidad de llegarle a distintas generaciones, clases sociales, géneros y orientaciones sexuales. La Trevi es tal vez la Juan Gabriel contemporánea por su capacidad de transformar las emociones y vivencias personales en letras que se cantan llorando y riendo también de forma colectiva.

Adentro el recinto está repleto. Una pantalla, que ocupa el escenario de 24 metros de frente, proyecta una cuenta regresiva de 5 minutos para que empiece el concierto. La Trevi respeta a su audiencia y sale a cantar con sólo 15 minutos de retraso.

Su aparición en el escenario no es espectacular. Se presenta con poca luz que va aumentando, con un corsé blanco con negro y botas negras hasta la rodilla. Su cuerpo es escultural, sigue siendo el de la veinteañera que empezó a cantar a fines de los 80 en restaurantes y fiestas privadas, aunque algunos aseguren que ya hay un par de silicones en los senos. La cara está retocada. La nariz más afilada, los dientes más blancos y largos, pero la sonrisa y la mirada son las mismas. La Trevi está "hechizada", pero se ve y se escucha muy bien.

Suena el clásico "Pelo suelto" y los fans estallan. Corean la canción. Brincan de sus asientos, se ponen a bailar y así se siguen durante las casi tres horas del concierto. El show es un festival de lo kitsch. Las coreografías parecen de concurso intercolegial, los videos asemejan presentaciones de Power Point, el vestuario es una mezcla entre Madonna y Cher con toques de Lady Gaga y Mitzy, el diseñador de Verónica Castro, pero la Trevi es única y enciende a la gente cada vez que le grita "¡raza!".

Gloria se ve vulnerable cuando canta "Hoy me iré de casa", pero desafiante cuando recuerda que ella "fue vetada porque cantaba sobre el aborto, ese tema que hoy está de moda". La Trevi repite bien esa mezcla de vulnerabilidad y fortaleza en el escenario, la misma que la ha hecho conectar con millones de sus fans. Ese talento que despertó la curiosidad de Monsiváis y de Poniatowska y el mismo que la rescató del inframundo carcelario de Brasil y de Chihuahua. Ese talento que me tiene despersonalizado, convertido en una parte más de la masa a la que tiene hipnotizada. La Trevi como directora de orquesta de uno de los rituales de ese caos urbano en el que vivimos y al que se suman casi 10 mil cuerpos convertidos en uno.

La Trevi canta, llora, grita, se azota en el piso y lo barre con el cabello - aunque menos violentamente que en 1990- le escupe agua al auditorio, reflexiona sobre el dinero y la fama, sube a un hombre al escenario -que resulta ser mi vecino- a quien reta y semidesnuda, ese ritual que realiza desde sus primeras apariciones en Siempre en Domingo. Gloria repite fielmente sus performances, porque sabe que la construcción del ícono se basa en la reinvención de la repetición y, en su caso, en la virtud de sus provocaciones.

Casi al final del show, la Trevi no ha cantado "Mañana", uno de sus más grandes éxitos. Se despide. Se apagan las luces de la sala, los fans piden el encore y ella cumple. Vuelve a salir, ataviada con un vestido con pezones rojos al estilo de Las Vegas o de Copacabana. Gloria empieza a despedirse, dice "hasta mañana", canta el éxito que le faltaba, luego se hace un autohomenaje cantando "Gloria", el éxito global del italiano Umberto Tozzi. Antes de irse recita su mantra: "Gracias a quienes me aman, a quienes me odian porque por eso estoy aquí, más fuerte y más cabrona". La Trevi se despide en su gloria.

Politólogo e Internacionalista

Twitter @genarolozano

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