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Más Allá de las Palabras / UN CIEGO LLAMADO BARTIMEO

Jacobo Zarzar Gidi

Hace varios años, cuando terminé de impartir una plática en el anexo del Teatro Isauro Martínez, se me acercó un hombre desconocido que minutos antes había permanecido sentado entre los asistentes. Me dijo en voz baja que necesitaba hablar conmigo porque tenía un problema muy grave de falta de fe en Dios. Al escuchar la sinceridad de sus palabras y descubrir el vacío desesperante de su alma, le pedí que me llamara por teléfono para conversar sobre el tema. Durante varias semanas esperé en vano, y nunca más volví a saber de él.

A pesar del tiempo transcurrido, en repetidas ocasiones he recordado a ese ser que deseaba a toda costa dejar atrás la oscuridad, y finalmente no tuvo el valor para conseguirlo. En el evangelio de San Marcos se nos relata que Jesús, al salir de Jericó en su camino hacia Jerusalén, pasó cerca de un ciego llamado Bartimeo, hijo de Timeo. Acostumbrado a permanecer sentado junto al camino pidiendo limosna, vivió siempre a oscuras en su triste, larga y dolorosa noche. Al sentir el tropel de la gente, Bartimeo preguntó qué era aquello. Los ruidos sonaban diferente, y tal vez por eso llamaron su atención. Inclinando la cabeza pudo escuchar que alguien le decía: "es Jesús de Nazareth". Al oír ese nombre, se llenó de fe su corazón, porque Jesús era la gran oportunidad de su vida. Al comprender eso, comenzó a gritar con todas sus fuerzas: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!". Quienes lo rodeaban le reprendían para que se callase. Sin embargo Bartimeo no les hace caso porque Jesús es su gran esperanza, y no sabe si volverá a pasar de nuevo cerca de su vida. El Señor, que lo escuchó desde un principio, lo dejó perseverar en su oración, porque a Él le agrada que seamos insistentes y claros en nuestras peticiones. La comitiva se detiene y Jesús ordena llamar a Bartimeo. Jesús le pregunta: "¿Qué quieres que haga?". El ciego contestó enseguida: "Señor, que vea". A lo cual le respondió: "Anda, tu fe te ha salvado". Al instante recobró la vista y le siguió por el camino.

La historia de Bartimeo es nuestra propia historia, pues también nosotros estamos ciegos para muchas cosas, sobre todo espirituales. Sin embargo debemos imitarlo en ese maravilloso entusiasmo que nos puede hacer gritar al sentir el ruido de sus pasos. Aprovechar la oportunidad es importante porque no sabemos si se repetirá, antes de que nuestra oración personal se vuelva difícil y de que la fe se nos debilite. Un poco antes de que la luz comience a declinar y nos perdamos nuevamente en el abismo tentador y desastroso del pecado.

Fueron muchos los que quisieron callar a Bartimeo, pero éste no les hizo caso. De la misma manera a nosotros nos atraen las voces del mundo porque somos del mundo y no nos hemos decidido a renunciar a él. Si dejáramos las cosas terrenas para un segundo plano, y nos atrajeran las cosas del espíritu, tal vez tendríamos la fuerza necesaria para gritar: "Jesús, hijo de David, ten compasión de mí". Con la oración fervorosa detenemos a Jesús que va de paso, y suplicamos su atención para atender nuestros problemas que pueden ser de índole diversa. Sin embargo, el más grave de todos es la falta de fe, porque al encontrarnos en ese estado, el vacío de Dios nos hace perder la fuerza necesaria para enfrentarnos a las dificultades del diario acontecer.

La ausencia de fe produce tristeza en el alma, porque al no tener a Dios junto a nosotros, el mundo nos parecerá opaco, sin brillo, reseco, sin color, sin destino, sin justificación, perdido en un laberinto inexplicable que a nada nos conduce. En los momentos de oscuridad, cuando quizá ya no nos acompaña el entusiasmo que tuvimos en años anteriores, cuando la oración se hace costosa y la fe parece debilitarse, en vez de abandonar el trato con Dios, es el momento de mostrar nuestra lealtad, nuestra fidelidad, redoblando el empeño por agradarle. No debemos olvidar que el que tiene a Dios lo tiene todo y no necesita pedir algo adicional, porque su espíritu se encuentra satisfecho en espera del cumplimiento de las promesas divinas. Imitemos a Bartimeo en su fe grande, en su oración perseverante, en su fortaleza para no rendirse ante el ambiente adverso en el que se inician sus primeros pasos hacia Cristo. Ojalá que, dándonos cuenta de nuestra ceguera, sentados junto al camino de la vida y oyendo que Jesús pasa, le hagamos detenerse junto a nosotros con la fuerza de la oración.

Cada vez que recuerdo al ciego Bartimeo, valoro más su grito desesperado implorando misericordia divina. Todos tenemos un momento especial en nuestras vidas en el cual sentimos el llamado para seguir a Jesucristo. De nosotros depende levantar la cabeza para escuchar con atención, o simplemente continuar vagando sin rumbo fijo.

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