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Rescatando al soldado Lynch

Jorge Zepeda Patterson

No deja de ser una paradoja que Jessica Lynch, quien cobrara fama como la primera soldado rescatada en la Guerra de Iraq, sea de un pueblo llamado Palestina (West Virginia). Pero la verdadera paradoja es que el verdadero rescate del soldado Lynch no se libra en los campos de combate sino en los de la opinión pública. Y es un rescate en el que la propia protagonista intenta escapar de las garras de sus supuestos salvadores.

Jessica está comenzando una larga batalla para impedir que el Pentágono distorsione su vida y la convierta en una falsa heroína. Todo indica que uno de los momentos más climáticos de la guerra y desde luego el más emotivo para el público norteamericano, fue una mascarada y que la propia protagonista está dispuesta a develarlo.

Los hechos mismos están cubiertos por un velo de misterio. El 23 de marzo su unidad cayó en una emboscada del agonizante ejército iraquí. Once de sus compañeros murieron en la acción y seis fueron hechos prisioneros. Nueve días más tarde una escuadra del avance estadounidense entró en el hospital donde convalecía Jessica y la liberó en una acción que todavía no ha sido suficientemente clarificada. Mientras que el ejército asegura que fue una operación dramática, con comandos entrando a sangre y fuego, otras fuentes afirman que la única resistencia que encontraron las tropas de asalto fue la de los pocos médicos que prácticamente les ignoraron, abrumados como estaban en su trabajo.

Pese a la confusión, El Pentágono explotó al máximo las posibilidades melodramáticas del evento. La compasión que inspiró esta pequeña combatiente, cuyo rescate fue transmitido en “prime time” de televisión, era mucho más poderosa en la opinión pública que los sesudos argumentos de los intelectuales y otros núcleos críticos que alertaban sobre la irracionalidad de una guerra innecesaria. La fragilidad de Jessica, el estado lastimoso en que se encontraba cuando fue rescatada y una apariencia que recuerda lejanamente a Meg Ryan (otra favorable coincidencia que permitiría una conveniente asociación con la película de Spielberg, “rescatando al soldado Ryan”), resultaron irresistibles para los guionistas a sueldo de la cúpula militar. Las imágenes de Jessica hicieron más por el fervor patriótico que los discursos de Donald Rumsfeld, el secretario de Defensa.

Por desgracia, nadie le pidió su opinión a Jessica Lynch. La mayor parte de los seis meses que han transcurrido desde el incidente, los ha pasado en su pueblo, recuperándose de las heridas. Todavía está lesionada de la columna y debe caminar con muletas. Prácticamente había rehusado hablar en público desde entonces. Pero eso habrá de cambiar ahora que Lynch ha decidido dar a conocer un libro con sus impresiones, lo cual tiene demasiado nerviosos a los altos círculos militares.

La versión oficial aseguraba que ella había luchado denodadamente hasta agotar sus balas, por lo cual fue distinguida con tres medallas. Pero en la entrevista ella señala que no disparó un solo tiro porque su arma se atascó y que sus heridas podrían proceder del choque de su vehículo en el fragor de la batalla. “¿O sea, que no luchaste como Rambo?”, le pregunta Diana Sawyer, en una entrevista que habrá de hacerse pública el próximo martes. “No, me puse a rezar de rodillas y eso es lo último que recuerdo”.

Tampoco recuerda haber sido violada, como asegura el parte médico de los doctores militares que la revisaron luego de su rescate, ni entiende porqué el ejército llegó a rescatarla con cámara de filmación en mano.

Hace unos días los padres de otra ex prisionera, Shoshana Johnson, de la misma unidad que Jessica y quien fue aprehendida en la misma acción y liberada diez días más tarde, se quejaron del trato desigual. Ella no recibió las condecoraciones de Jessica ni la misma pensión por sus heridas (equivalente a 30% de su sueldo muy por abajo del 80% con el que se retira su “heroica” compañera) a pesar de que fue prisionera de guerra el doble de días y sus lesiones son igualmente severas. Pero claro, la soldado Johnson es negra y para nada se parece a Meg Ryan. Sectores críticos vinculados a las minorías han tomado el caso para denunciar la doble moral que ha imperado a lo largo de esta operación.

El grueso maquillaje con que El Pentágono manipuló esta historia podría quedar revelado el próximo martes, día de los Veteranos, fecha que ha elegido Jessica Lynch para la publicación de su libro “Yo también soy un soldado”, por el cual ha recibido un millón de dólares. Los contenidos siguen siendo un misterio, pero no se anticipan buenas noticias para los altos mandos castrenses, menos aún para Bush.

Buena parte de los norteamericanos comienzan a preguntarse si no se han metido en un nuevo Vietnam. En la última semana la cifra de soldados muertos después de la caída de Saddam superó a la de los soldados muertos en combate durante la guerra. Cada día esta cifra aumenta sin señales evidentes de que los iraquíes se estén enamorando de las fuerzas de ocupación. La opinión pública que favorecía la guerra se ha desplomado y con ella la popularidad del presidente Bush. Las confesiones del soldado Lynch podrían constituir un misil a la escasa credibilidad de El Pentágono. Se avecina un martes negro para la Casa Blanca.

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