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‘Los teléfonos de la Cruz Roja no dejaban de sonar’

EL UNIVERSAL

La mañana de 19 de septiembre de 1985, los teléfonos en el control de ambulancias de la central de la Cruz Roja Mexicana “no dejaban de sonar”. Eran decenas de ciudadanos que clamaban por ayuda, porque decían que “había temblado y múltiples construcciones se derrumbado y sus habitantes estaban atrapados entre los escombros”, recordó a 25 años, Daniel Goñi Díaz, presidente nacional de la Cruz Roja Mexicana.

Recordó que socorristas, voluntarios y ambulancias iniciaron una de las más grandes operaciones de socorro en la historia del país, al participar en el auxilio de miles de personas que se encontraban en desgracia.

Relató que la población se organizó voluntariamente para emprender, no sólo labores de rescate y salvamento, sino también para brindar alimento, vestido y enseres indispensables o incluso albergar en sus hogares a quienes lo habían perdido todo.

El encargado de dirigir a 29 mil voluntarios de la Cruz Roja resumió que los sismos de 1985 representan una de las mayores tragedias de México, por el número de personas muertas, y también, sin duda, por los cientos de actos heroicos, “llenos de la más profunda solidaridad (que) representan, de igual manera, un parteaguas en la historia de la Protección Civil”.

Y a pesar de que ya pasaron 25 años, “la herida no cicatriza”, aseguró Jacobo Zabludovsky, quien fue uno de los protagonistas que vivió y narró aquel 19 de septiembre. Invitado por el Gobierno a los actos por el 25 aniversario del sismo, Zabludovsky describió en cuatro palabras las escenas que le venían a su memoria de aquel jueves: México sufrió la “destrucción de su capital”.

Dijo que el sismo de 8.1 grados Richter que ocurrió el 19, y el de 7.2 grados que se sintió el 20 de septiembre de 1985, alcanzaron quizá 15 mil muertos y dejaron pérdidas irreparables por el derrumbe de escuelas, oficinas, viviendas, hospitales y la “traumática interrupción de la vida de la ciudad, de una ciudad pasmada”.

“Fue aquel un día de tristeza y de lágrimas, pero también de aliento y esperanza por el ejemplo sorpresivo del ciudadano heroico y generoso, habitante anónimo de nuestra ciudad”. Sin embargo, “a pesar del tiempo transcurrido, la herida no cicatriza. Tampoco la gratitud a esos mexicanos cuyo recuerdo no morirá, porque en un momento crucial supieron colocarse en lugar de honor en la historia de México”, dijo.

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