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‘El Niño Dios te escrituró un establo/y los veneros de petróleo el Diablo’

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Hace casi noventa años, a Manuel López Velarde le quedó muy claro: el petróleo que yace bajo nuestro suelo (continental o marítimo) va a ser una especie de maldición disfrazada. Sí, representaba riqueza (aunque en aquel entonces ni idea tenían de cuánta); pero al mismo tiempo sería motivo de tentaciones, blanco de codicias, manzana de la discordia y catalizador de bronca y media. Y eso que cuando el jerezano estaba escribiendo “La Suave Patria” ignoraba la existencia de las Seis Hermanas, “La Quina”, el Pemexgate y lo mucho que ese recurso distorsionó el Siglo XX mexicano.

Muchos países se han encontrado con un dilema semejante: que el petróleo se convierte en maldición. Casos notorios serían Nigeria y Venezuela.

En el primer país, el petróleo ha sido fuente infinita de corrupción gubernamental y creado niveles impresionantes de contaminación de tierra y mar. Su riqueza no ha servido para sacar a millones de nigerianos de la miseria; al contrario, les ha envenenado los campos de cultivo y el agua que beben. Para colmo, los habitantes de las principales regiones petroleras (la antigua Biafra, que se quiso separar hace cuarenta años) no reciben un cinco de los enormes ingresos, que van a dar a los bolsillos de los ladrones gubernamentales y a las arcas de las petroleras transnacionales. No por nada, en Nigeria se registran numerosos ataques a los pozos y el secuestro de trabajadores (nacionales y extranjeros) de las plataformas del Golfo de Guinea. Pequeñas venganzas de una población agraviada por el oro negro.

Venezuela se acostumbró a vivir prácticamente de esa sola fuente de riqueza, y se ha tirado en la hamaca de la manera más irresponsable y comodina. Y ahí sí ni cómo echarle la culpa sólo a Hugo Chávez: sus antecesores no cantaron mal las rancheras. Eso sí, con la bonanza petrolera de los últimos años, con los precios por la estratosfera, Venezuela se convirtió, por ejemplo, en el principal importador de whiskey del mundo. De hecho, Chávez se puso hecho un basilisco (¡mira, qué novedad!) cuando amenazó con suspender toda importación del benemérito líquido color ámbar, considerándolo un exceso y abuso de la burguesía y la oligarquía. Pero no es nada más el whiskey: Venezuela ya está importando casi todos los productos de consumo a que tiene acceso la población… pagándolos con petróleo. Y además, esa riqueza está financiando utópicos proyectos faraónicos del Gobierno bolivariano, auténticos elefantes blancos que rápidamente se convierten en pozos sin fondo de dinero, sin viabilidad económica (ni lógica) alguna. Algo así vio México en los tiempos de López Portillo.

Lo peor es que todo el dinero proveniente del petróleo no ha evitado que, en los últimos meses, se presente la escasez de productos como el pollo y la leche. Nadando en petróleo, la sufrida población venezolana tiene que hacer cola durante horas, como si fueran ciudadanos soviéticos (o cubanos, si a ésas vamos) para adquirir productos de primera necesidad.

Y para fruncir lo arrugado, agitando el petate del muerto de un conflicto inexistente y ante la presunta amenaza de una invasión norteamericana (¿?), Chávez amenazó con dejar de venderle petróleo al odiado imperio. El cual tiene reservas estratégicas, dentro de minas de sal en Virginia, para tres meses. Sin el dinero procedente de su acérrimo rival, Chávez se quedaría sin desayunar en cinco días. Sí, el petróleo crea ese tipo de delirios.

Por otro lado, hay países que han entendido que el petróleo no durará para siempre, que no se puede supeditar la suerte de toda una sociedad a las veleidades del precio internacional (y por tanto, imposible de controlar) de un solo recurso (aunque nadie espera que baje en un futuro próximo), y han decidido invertir para el futuro. Quizá el caso extremo sean los Emiratos Árabes Unidos, que fuera del petróleo no tienen otro recurso que la arena de sus muy decorativas dunas. Ahí está en marcha un programa de construcción impresionante, que pretende hacer de Dubai y otras ciudades costeras auténticos emporios turísticos, financieros y de alta tecnología. Como habíamos comentado en estas páginas, ahí se yergue ya la estructura más alta hecha por el hombre. Se están construyendo islas artificiales carísimas (y de muy dudoso gusto) para que ahí residan los ricachones de este mundo… y mantengan la economía per sécula seculorum. ¡Imagínense un shopping spree de la esposa de Warren Buffet! Los EAU estiman que cuando los oleoductos empiecen a toser, dentro de un cuarto de siglo o por ahí, el país no necesitará del hidrocarburo para sobrevivir y prosperar. Eso se llama previsión. Que les cuaje la movida, eso lo veremos (bueno, lo verán los más jóvenes de mis lectores) entonces.

México no ha tenido mucho tino en el manejo de este recurso. Hasta el hallazgo del pozo de Cantarell, en 1976, Pemex pujaba por darle abasto al mercado interno; de hecho, hubo años (mucho después de la famosa expropiación) en que México fue país importador neto de hidrocarburos. Cuando JoLoPo anunció que íbamos a tener que aprender a “administrar la riqueza”, esa novedad se tradujo en el mayor endeudamiento per cápita de la historia humana, y una corrupción rampante que deshizo al país.

Después del colapso de 1982, nos acostumbramos al hecho de que no íbamos a vivir como jeques árabes (ni a ser “una potencia mediana tipo Francia” como también prometiera el patilludo), pero ocurrió algo igual de nefasto: el petróleo sirvió para financiar el gasto corriente del Gobierno. ¿Las ventajas? Así el Estado se evitaba las broncotas de: introducir reformas dolorosas, pero necesarias, acabar con los monopolios que tanto daño le hacen al país, pero que los sindicatos gangsteriles defienden con uñas y dientes (como nos lo recuerda hoy el SME), ampliar la base fiscal, crear un sistema tributario simple y justo, y empezar a cobrar impuestos como Dios manda. Es más fácil ordeñar a patadas la escuálida vaca de Pemex que enojar a la izquierda paleolítica con un IVA parejo, pero más sencillo de colectar.

A fin de cuentas, y para mantener ese status quo, los sucesivos gobiernos priístas le concedieron al sindicato petrolero prebendas e impunidades atroces; por el régimen fiscal que se le impuso, impidieron la modernización de Pemex; y se llegó al extremo estúpido de poner a funcionar refinerías… en Texas, dado que aquí es imposible asociarse con empresas privadas. Los resultados están a la vista: Pemex es básicamente chatarra, el sindicato es una organización mafiosa intocable, en nueve años se nos acaban las reservas, no hay tecnología para ampliarlas en grandes profundidades y el Gobierno tiene una adicción a los ingresos petroleros peor que un junkie de novela de Burroughs. Ah, y todas esas lacras nos dan soberanía, según la eterna cantinela priista, repetida a lo largo de setenta años.

Pero no podemos seguir así: hay que introducir cambios urgentes, so pena de convertirnos en importadores de hidrocarburos en una década. No existe otro país en este planeta que rechace coinversiones privadas y extranjeras para adquirir tecnología y compartir riesgos (no siempre se encuentra lo que se busca). No existe. China, Cuba, Brasil, aceptan alianzas con petroleras extranjeras, en convenios negociados y benéficos para las partes involucradas. Quizá esos países no sufren el complejote de inferioridad, inoculado por el Priato y reforzado de todas las formas posibles por nuestra mezquina, mediocre educación, de que todo extranjero que llega a México es un Hernán Cortés que viene a violar indias.

Noruega tiene la tecnología para extraer petróleo de pozos marinos de más de tres mil metros de profundidad desde hace veinticinco años (y en el muy proceloso Mar del Norte, no en el relativamente calmo Golfo de México). Nosotros quizá podríamos desarrollar la tecnología en cinco, siete, diez años… que perderíamos a lo baboso, por no aliarnos con quienes sí le saben, y que no venden su know how, sino que insisten en alianzas estratégicas. No hay vuelta de hoja: o aseguramos estratégicamente nuestra vialidad como país haciendo una reforma energética a fondo y moderna; o nos sumimos en nuestros complejos y atavismos xenófobos y dejamos que Pemex se pudra y nos quedemos sin gasolina ni electricidad en una década. Es hora de decidir. Es el 2008, no 1938. El mundo no es el mismo. Y aunque sobran quienes sigan viviendo en el Siglo XX, éste es el XXI.

Consejo no pedido para funcionar con gasolina “de la verde”: Lea “La cabeza de la hidra”, temprana reflexión de Carlos Fuentes de lo que nos traería la mentada bonanza. Provecho.

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