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¿Soberanía? ¿Cuál soberanía?

ARTURO SARUKHÁN

Esta pregunta se le podría formular al Presidente López Obrador con respecto a su visión -o más bien, la falta de ella- acerca de las relaciones internacionales, la política exterior de México y el papel de nuestro país en el sistema internacional. Esto viene a cuento porque en plena bataola en torno a las celebraciones del bicentenario de la consumación de la independencia de México, el presidente volvió a demostrar -durante la Cumbre de la CELAC celebrada unos días antes- las profundas inconsistencias y contradicciones que caracterizan su manera de concebir a México en el mundo, el mundo en México y lo que implica nuestra soberanía en el siglo XXI.

La ópera bufa que es la CELAC nos dejó muchas perlas; una de ellas fue cuando el anfitrión de la cumbre, celoso centinela de la soberanía nacional como principio rector de sus políticas públicas, habló del futuro de la región y llamó a emular el andamiaje supranacional más consumado en el mundo que es hoy la Unión Europea. Para un presidente mexicano obcecado con una visión westfaliana de las relaciones internacionales y la lectura maximalista y a rajatabla de la soberanía, resulta paradójico que ahora su paradigma con la CELAC fuese la UE o incluso su antecesora, la Comunidad Europea, cuando su premisa fundacional es precisamente lo opuesto a lo que predica y cree López Obrador: la cesión progresiva y selectiva de soberanía en aras de bienes públicos globales así como de objetivos, bienestar y seguridad compartidos. Indudablemente, la transición más difícil para un Estado nación es pasar de donde está a donde nunca se había encontrado antes. Si el presidente realmente hubiese experimentado un momento damasceno de iluminación y cambio de opinión en el camino hacia una política exterior anclada en este siglo, en sus retos y oportunidades, pero sobre todo, en el futuro y no en el pasado, sería ciertamente un momento celebratorio. Pero dudo que así sea; el presidente sigue, en toda la gama de sus políticas públicas -y no solamente en la política exterior- invocando el pasado en lugar de construir el futuro. Qué mejor ejemplo que su contrarreforma eléctrica, animada más por el afán de control que por el nacionalismo económico y la soberanía que la iniciativa de ley invoca y que de ser aprobada desatará un tsunami de litigios internacionales por violaciones a acuerdos comerciales como el T-MEC y el Acuerdo Trans-Pacífico.

México lleva tres años confrontando el futuro con el pasado, y la adicción a un supuesto pasado dorado no nos permite pensar en futuros posibles. Este sexenio arrancó con la utopía pero navega en la nostalgia. La posición default de quienes no tienen una visión o apetito por las relaciones internacionales es precisamente que la mejor política exterior es la política interna. López Obrador, que cree en ello a pies juntillas, no ha caído en cuenta que son precisamente nuestras vulnerabilidades internas las que le abren frentes de presión desde el exterior. Hoy parece que busca revertir las manecillas del reloj, las de México y las del mundo, pasando por alto que nuestro compromiso internacional más profundo debiera ser con los bienes públicos globales como con los esfuerzos por mitigar el cambio climático o la solidaridad con pueblos que hoy confrontan el azote de violaciones a sus derechos humanos, la erosión de sus libertades, la tiranía, los crímenes de lesa humanidad o el genocidio.

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Escrito en: Editorial Arturo Sarukhan

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