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Siglo Gourmet - A la carta con Nuño

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JOSUÉ NUÑO

Como ya comienzan las fiestas patrias, se me ocurrió visitar un restaurante de comida Mexicana. Así que vine a Frida y Diego, un local que se encuentra en una plaza frente al parque España. Y no fue del todo una agradable experiencia. Imagine, buen lector y lectora, que entra a una dimensión desconocida y le suceden curiosos eventos desafortunados. Déjeme contarle lo que pasó y como en la lotería ¡corre y se va!

El local es cómodo y agradable, tiene buena música y la atención es de primera. Hasta hay toallas de tela individuales para que te seques las manos. Por ese detalle dije ¡wow, mi hambre y yo saldremos contentos de aquí! Pero no fue eso lo que pasó y la primera señal de alarma apareció cuando abrí la carta. Al ver algunos de sus platillos, me sentí en un lugar donde se mezclan los antojitos mexicanos y la comida de tianguis. Y eso no está mal, pero no va acorde al local, lo que preparan y sus precios  

Para recibirme, el mesero me trajo un par de salsas y un plato de limones. Después toma la orden de bebidas y se va. ¿Qué hacía con eso delante de mi? Esperaba unos totopos, un pancito, algo para entretener a la solitaria. Y como no quise quedarme con la duda, pues probé a cucharazos las salsas. La roja era picosa, muy al estilo de la que preparan con chile cuaresmeño y cebolla cruda en los duritos de la plaza, pero le faltaba sal. Y la verde, sabrosa, pero nada del otro mundo. Así que mientras esperaba, como niño un poco desesperado, me puse a mirar todo el lugar para entretenerme. Y la espera fue larga como los días de quincena que uno quiere que ya lleguen; tanto así, que tuvo que venir un mesero a disculparse porque no salían los platos de la cocina. 

Llegó la entrada. Fueron unos esquites. Los traen muy bien presentados en un plato largo y ovalado. Lo primero que pensé cuando los ordené, fue en ese saborcito chilango muy típico. Pero lo que traen es una mezcla de elote desgranado y tostado en sartén (no tatemado), donde el epazote que supuestamente tenía, no se saboreaba; pero tampoco el aserrín de chicharrón o la mayonesa de aguacate asado. Lo que sí sobresaltaba, y de más, eran el tocino, la crema y el queso fresco. Y espérese, eso no fue todo. Encima de esta montaña extraña de comida, desmenuzaron una buena cantidad de arrachera frita. Todos los ingredientes del platillo son de sabores intensos, fuertes, de calidad, pero fue extraña la manera en que los mezclaron. ¿Cuánto costó?, nada más y nada menos que 185 pesitos.

¿Qué otra cosa se me antojó? Pues unos tacos de canasta ¡sí, lo está leyendo bien! Y mire que me intrigaron porque en La Laguna no he probado unos malos, pero por su precio pensé "han de venir con redilas". Pero ¡oh, tristeza! No eran así y para colmo sin copia. Imagine cuatro taquitos acomodados uno sobre otro, con una tortilla suave, pero sin ese sabor rico donde se mezcla el chile, la grasa y cebolla. El de papas no sabía mal; el de chicharrón era sabroso; otro no supe de qué era y el de frijoles, bueno, sin sazón. Además, la col morada y verde, la crema, la salsa y los encurtidos encima de ellos, hacían que se parecieran más a unos tacos dorados de cenaduría. Me los comí porque traía hambre, la mera verdad. También pedí el taco de chicharrón de cachete y tripitas bañadas ($75). Lo sirvieron en una tortilla morada hecha a mano, pero la combinación de las proteínas no es la más afortunada. Insisto, se notaba la calidad y la buena preparación de ellas, pero fue inesperado sentir cómo se combinaban los sabores y texturas. Solo me quedé con una duda ¿con qué bañaron las tripitas? 

Para cerrar ordené dos cosas más. Una fue el pork belly pibil. Lo que me traen es un buen trozo de puerco con piel bien bonita, dorada, de aparador, pero dura y correosa como el corazón de Cruella de Vil. A ver, buen lector y lectora, cuando a usted le dicen pibil, piensa en una carne que se deshace apenas la prueba. Pero lamento decirle que no fue así. Se masticaba, nada más, ¿dónde estaba el achiote o esas especias que te topas en la cochinita? Con dos bocados tuve. ¿Y el precio?,  280 pesos.  

Otra cosa fue la hamburguesa de Diego (así viene en el menú). La sirven con unas papas fritas de camote bien doradas y con ese punto de sal que se disfruta. No son pocas, así que es una buena guarnición. La carne es de calidad y aunque a mi me gustan los sabores fuertes, es una mezcla balanceada entre grasa y proteína que se disfruta. Además, la acompañan con un queso asadero ácido y unas cebollas moradas caramelizadas que, mientras muerdes a esta hamburguesa de pan negro con carbón activado (la cereza del pastel), sentí que me saqué el premio de consolación en una catafixia que costó 225 pesos. 

¿Cuáles son las recomendaciones de comida sabrosa, rica he inesperada de la semana? Dos, así que apúntele. Tiene que probar los chilaquiles pibil de La Ofrenda Concept Store. Son abundantes, picosos y los acompañan con una cochinita y unos frijoles negros en los que sientes la sazón y el amor, como un abrazo de abuelita cuando te sirve el desayuno. Además, no puede dejar de venir y darse un quemón con los tacos al pastor de "Taquería Doña Cuca" (así mero búsquelos en Facebook o venga a Juambelz, entre Juárez e Hidalgo). Lo característico de este lugar es que el trompo lo cuecen en brasas de carbón. El sabor de la carne es especial y no hace falta que uno le ponga cebolla o cilantro, así se defiende sola. Pero la salsa de chipotle con morita es el arma secreta con que te conquistan. Venga, valen mucho la pena.

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