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PEQUEÑAS ESPECIES

¡CORTADOS CON LA MISMA TIJERA!

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Al escuchar el auricular del teléfono me saludaba un compañero de generación de la facultad de veterinaria, se dedicaba a laborar en la clínica de bovinos lecheros. El objeto de la llamada era para enviarme a consulta a un paciente canino, me extrañó su llamada, siempre fue un compañero de pocas palabras y reservado durante la época de estudiantes. Se trataba de un Cobrador de labrador de dos años de edad, su nombre era "Max", un perro de gran talla con todas las características genéticas de campeón, bello de líneas, temperamento estupendo gozaba de una mirada inteligente y tranquila. Era una mascota de gran estima para su propietario que era el dueño del establo donde trabajaba mi colega.

Por lo regular cuando los veterinarios trabajan en un establo, los dueños del rancho o los trabajadores convierten a mis colegas en "todólogos", pues al enfermarse el perro, el caballo o hasta el perico, les solicitan que atienda a sus animales, pero cuando se trata de casos clínicos de mayor atención lo canalizan a su respectivo especialista, como así sucedió. El problema de "Max" era una de sus extremidades posteriores, me hablaba para amputarla, había introducido la pata al paso de los discos de la rastra de un tractor y desafortunadamente la tenía desecha.

Al estar revisando en la mesa de exploración al labrador se dejaba manejar tranquilamente sin hacer el intento de agredir, como si agradeciera de antemano lo que pudiese hacer por él, el dolor era inminente pero no hubo necesidad de sedarlo, solamente miraba resignado hacia el lugar donde se le exploraba para ver el grado de la lesión, afloraba la nobleza típica de la raza. Había sufrido dos fracturas del hueso tarsiano y otra de tibia y peroné, pero eso no era lo delicado, sino la pérdida de la masa muscular y de piel, tenía expuesto el hueso, además de la infección y la severa inflamación de las falanges con exudado purulento en todas sus heridas. El dueño de "Max" lo veía tan mal que entes de darle algún diagnóstico, se adelantó diciendo, de ninguna manera permitiré la eutanasia, ampute la pierna para que deje de sufrir, de todos modos será feliz en el rancho. Por la edad del perro tenía toda la vida por delante, se notaba un gran cariño hacia su mascota. Lo único que le dije a su dueño antes de marcharse fue, que haría hasta el último esfuerzo por lograr salvar la extremidad. Jamás cruzó por mi mente ponerlo a dormir.

Al evaluarlo con mayor detenimiento después de una excelente asepsia, se apreciaba buena irrigación sanguínea, magnífica sensibilidad y temperatura en su extremidad lesionada, además el tejido necrosado solamente se hallaba en los bordes de las heridas, era factible la recuperación de la pierna a través de una buena cirugía. Teníamos que hacer un gran injerto de piel, la infección se encontraba presente, las fracturas no ocasionaban gran problema, solamente el rechazo del mismo organismo al injerto pudiese ser el mayor obstáculo.

Se realizó el protocolo que utilizamos en estos casos, canalizamos una vena para poder administrar los medicamentos y las curaciones continuas de su extremidad. La recuperación de estos animales es maravillosa, el primer día que llegó a la clínica "Max" no probó alimento alguno, se la pasó echado muy triste y con fiebre, al segundo día empezó responder al tratamiento y probó algo de alimento, su semblante fue más alegre, al tercer día su apetito era magnífico, dejaron de supurar las heridas y la inflamación empezó a ceder, era momento de la cirugía.

Después de unos días, "Max" se adaptó perfectamente a su collar isabelino, el cual es un enorme cono de plástico rígido que se coloca al cuello para evitar que el mismo paciente se alcance la incisión de la cirugía y se quite las suturas del injerto con los dientes. En ocasiones no tenemos la seguridad total de la recuperación al cien de una cirugía mayor, pero lo que si estaba completamente seguro de que la pierna jamás la perdería, la evolución fue magnífica, empezó apoyar levemente la pierna al incorporarse, solo nos restaba esperar a que su organismo hiciera el resto de la recuperación, hubo problemas de rechazo en algunas zonas de los injertos de la pierna que conectaban a las costillas, pero no fue causa para desanimarse y que no se pudiera resolver con otras cirugías.

Pasaron dos semanas y caminaba con dificultad, al darlo de alta su dueño al verle con su pierna salvada no hizo gran aspaviento por la recuperación parcial de la salud de su mascota, pagó la factura y se retiró de la clínica sin inmutarse subiendo al labrador a su camioneta. En realidad la mayor parte de la recuperación fue por la magnífica respuesta del paciente y sobre todo por el deseo de vivir del noble animal.

Transcurrieron los meses y no supe más del Labrador, hasta que un día en una reunión de veterinarios casualmente vi a mi colega quien me había remitido el caso, recordé su carácter, serio y retraído, jamás le impresionó algo durante los cinco años que convivimos en la facultad, así que cuando se dirigió conmigo antes de saludar me dijo: "Pancho, buen trabajo del labrador", ahora corre como si no le hubiera pasado nada en la pata, el patrón sino hubiera visto la lesión no lo creería, es su orgullo, y es la historia favorita que cuenta en las reuniones a sus amigos de su perro.

Sé que fue un caso clínico normal, nada para publicarse en una revista veterinaria, estoy seguro que cualquiera de mis colegas especialistas también hubiera resuelto el caso y tal vez mejor que yo. Me dio gran gusto que "Max" haya recuperado su pierna, pero no tanto como ver a mi colega que al fin le haya impresionado algo, a tal grado que contagió a su patrón "Que estaba cortado con la misma tijera".

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