Columnas la Laguna

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE (CATÓN)

A los 50 años de su edad John Dee encontró por fin la piedra filosofal, sustancia milagrosa que convertía en oro todo aquello que tocaba.

No la tocó él, por temor a convertirse en estatua dorada. La tomó con unas tenazas, cavó un profundo pozo y ahí la sepultó. Pensó que aquella piedra haría más mal que bien.

Nadie sabe, entonces, que John Dee halló lo que tantos alquimistas habían buscado durante siglos. Ni siquiera a su esposa le dijo él del hallazgo. Pensó que en su caso una pobreza llevadera le causaría menos problemas que una riqueza desorbitada.

Siguió entonces viviendo la vida que siempre había vivido, modesta y contenida en los límites de la razón y el bien. Así ha sido feliz, y con él han sido felices quienes lo rodean. Ahora que es viejo dice:

-Tengo mujer que me ama; tengo hijos y nietos que me quieren. Tengo mis libros, mi jardín. No soy dueño del mundo, pero soy dueño de mi pequeño mundo. ¿Para qué quiero oro, entonces?

En un pozo, olvidada, yace la piedra filosofal.

¡Hasta mañana!...

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