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Mirador

San Virila salió de su convento. Iba al pueblo a pedir el pan para sus pobres. La mañana era de las más frías del invierno. Soplaba el cierzo y caía la cellisca. La niebla lo ocultaba todo como en un manto gris.

Por el camino San Virila halló a un anciano que apenas podía mantenerse en pie. Fue en su ayuda, y juntos llegaron a la aldea. El frailecito lo llevó a la taberna y ahí hizo que le dieran vino y pan. El anciano le preguntó: -¿Quién eres?

-Un hombre como tú -respondió el santo-. Un pobre como tú. Lo invitó a ir con él a su convento. Ahí podría esperar la llegada de la primavera. Cuando salieron al camino el frío había arreciado. San Virila movió su mano y un rayo de sol cayó sobre el anciano y le dio su calor.

El rey, que iba pasando con sus guardias, vio el milagro que había hecho San Virila y le preguntó:

-¿Quién eres?

Contestó el frailecito:

-Un hombre como tú, Un pobre como tú.

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