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Arrepentirse

JUAN VILLORO

Cada mes, la antropóloga Natalia Mendoza publica en Nexos una espléndida columna en la que analiza nuevas formas de comportamiento y las consecuencias éticas y culturales de sucesos contemporáneos. En su entrega de enero de 2021 aborda un tema decisivo pero poco mencionado en la discusión pública: el arrepentimiento.

En gran medida, la tradición judeocristiana se basa en el perdón de los pecados; confesar el daño es el primer paso para expiarlo.

El México actual no parece muy proclive a esta conducta. Practicamos una cultura de la negación donde las excusas superan a las responsabilidades: admitir un error es peor que cometerlo. Si el póster no está listo, el encargado encuentra una causa ajena: "nos falló la imprenta"; los políticos de todos los partidos niegan lo que afirmaron antes ("estos son mis principios, y si no les gustan, tengo otros", diría Groucho Marx), y en los deportes la derrota se explica con una abstracción: "no se dieron las condiciones".

Las redes sociales han contribuido a rebajar el valor social del arrepentimiento. Nadie manda un tuit para decir: "me equivoqué". En la colmena digital recapacitar lleva al descrédito.

¿Significa esto que nos hayamos puesto al margen de la "verdad de los arrepentidos", como la llama Mendoza? En tiempos violentos, la antropóloga estudia el papel de la enmienda en las confesiones de los delincuentes. Una mujer que rastrea cuerpos de desaparecidos en Sonora le dijo al respecto: "esperamos que algún sicario se arrepienta y quiera hablar".

La información de ciertos delitos sólo puede venir de quienes los perpetraron. La figura del testigo protegido se ha convertido en un recurso clave para romper el silencio de la impunidad. ¿Hasta dónde podemos creerle a quien se beneficia con la denuncia? "El hombre acorralado se vuelve elocuente", señala George Steiner. Entre la espada y la pared, buscamos palabras de emergencia. Calibrar el valor de las delaciones no depende de un principio jurídico sino ético que otorga versosimilitud: el arrepentimiento.

Mendoza recuerda el proceso de Tommaso Buscetta que en 1987 condenó a 457 miembros de la Cosa Nostra. Hasta ese momento ningún delicuente había aceptado la existencia de la mafia. En 2019 Marco Bellocchio reconstruyó la historia en su extraordinaria película El traidor. El título alude a la forma en que Buscetta fue percibido por la Cosa Nostra. El capo rompió el "pacto de honor" de la mafia. Sin embargo, de acuerdo con Buscetta, la mafia misma había vulnerado esa conducta, matando impunemente a los suyos. El juez Giovanni Falcone entendió que el delator era algo más que un apóstata (su sinceridad dependía de un gesto moral: se había arrepentido), y pagó con su vida por creer en ese testimonio.

Hans Magnus Enzensberger se refirió a los "héroes de la retirada" para definir a personajes que trascienden al modificar sus convicciones. De San Pablo a Mijaíl Gorbachov, hay ejemplos de provechosas conversiones. No se trata de actitudes incongruentes, ni de la oportunista búsqueda de nuevas alianzas, sino de la reconsideración cabal de un sistema de creencias.

El testigo protegido y el sicario que hace una denuncia anónima no son "héroes de la retirada" que argumentan su proceder. Contribuyen a reparar un error, pero su credibilidad deriva de una paradoja: "el arrepentido está en una situación particular con relación a la verdad", escribe Mendoza: "Es por un lado el que ha visto las cosas de forma más cercana, el que más sabe, pero también el menos confiable". Se trata de confesiones interesadas: decir la "verdad" rebaja la condena. "Para que sus palabras puedan ser usadas como evidencia en un contexto judicial es necesario que se produzca un raro subterfugio lingüístico y moral que tiene en su centro la cuestión del reconocimiento". Falcone otorgó a Buscetta ese reconocimiento; el delator no mentía; se arrepentía.

Confesar errores es un gesto poco común en un mundo donde la mentira es la principal divisa política, las fake news marcan la pauta del debate planetario y el odio adquiere valor comunicacional en las redes (si un ++hater++ depone su encono un par de días, pierde seguidores).

Es de suponer que el arrepentimiento aún existe entre nosotros, pero cuenta con pocos foros para expresarse. Una cruel paradoja de la época es que esa sinceridad parezca patrimonio de los testigos protegidos.

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Escrito en: editorial JUAN VILLORO

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