Columnas Social

PEQUEÑAS ESPECIES

EL ÚLTIMO MANDATO

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

Pedro un viejo solitario de setenta años, era el dueño de "Whisky", un perrito criollo que había recogido en la calle, tenía vestigios de Scottish Terrier, de ahí el origen de su nombre, contaba con cuatro años de edad, color negro, de ocho kilogramos de peso, de carácter atrevido y orgulloso, independiente, inteligente, agradable, obediente, inquieto, resultado de sus genes de Terrier que asomaban en su pequeña estampa. Quien ha tenido a uno de estos ejemplares, irremediablemente se encariñará con él, se ha definido esta raza como, "El perro que puede ir por todos lados y que puede hacer cualquier cosa". Vivían el uno para el otro, habitaban en unos apartamentos de Brooklyn en Nueva York, "Whisky" era feliz con ladrarle a los vecinos, era su saludo, realmente lo hacía sin el afán de agredir a nadie, quien lo conoció diría que lo hacía como juego, realmente lo disfrutaba sin haber llegado jamás a causarle daño a persona alguna. No faltó quien se quejara con las autoridades, y estas le solicitaron que tendría que deshacerse del perro si quería seguir viviendo en los apartamentos.

A Pedro le cambió su existencia la noticia, vivía para su perro, sabía que si regalaba a "Whisky", jamás se adaptaría con un nuevo dueño, extrañaría la libertad y sufriría demasiado, tampoco tenía dinero para pagar los servicios de un veterinario, y si lo conservaba lo echarían de su hogar, a él no le importaba, pero sufriría su amiguito al dormir a la intemperie. Y con todo el dolor de su corazón decidió arrojarlo al río Hudson para que tuviera una muerte rápida y sin sufrimiento. Pedro se dirigió al puente durante la noche, la temperatura marcaba veinte grados bajo cero, la nieve se hacía presente en la ciudad de Nueva York. Mientras sostenía en sus brazos a su pequeña mascota, una ráfaga de viento helado voló el sombrero a su dueño, asomando su rostro bajo la luz, corrían lágrimas sobre sus arrugados pómulos y su pequeño amigo las limpiaba, lambiendo el rostro como diciendo, no te preocupes, eres mi amo y lo que decidas está bien hecho, confío ciegamente en la mano que siempre me ha protegido. Pedro arrojó a su compañero al río desde una altura de más de cien metros, donde éste se perdió en la oscuridad de las frías aguas a punto de congelación. Durante la noche no pudo dormir de solo pensar en la suerte de su noble animal. Al día siguiente, al abrir la puerta de su apartamento, un viento helado entró entre sus pies y notó algo en el suelo, ahí se encontraba su fiel amigo, frío y rígido como un témpano de hielo. Al tomar en sus brazos a "Whisky", cuál fue su sorpresa, que sostenía cabalmente en el hocico el sombrero de su querido amo, cumpliendo así, con el último mandato de obediencia y fidelidad de haberle encomendado la tarea de ir en busca de su prenda.

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