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Crisis interconectadas

JORGE ALVAREZ FUENTES

Mientras las perspectivas de una segunda ola de propagación del COVID-19 y el que la pandemia en el mundo, luego del verano, pueda extenderse por años, capturan casi toda la atención y preocupación de la opinión publica mundial, otros escenarios de crisis proliferan y se agudizan, acarreando con ello graves presagios. Como una nueva intervención y posible confrontación entre Turquía y Egipto, en torno a la ingobernable Libia; la inminente anexión de algunos territorios palestinos ocupados en Cisjordania por parte de Israel y los recientes choques fronterizos en la cordillera del Himalaya entre China y la India, entre otros. Volveremos sobre estos y otros escenarios de conflicto internacional en próximas entregas. Mientras tales escenarios transcurren sin obtener mayor visibilidad, debemos caer en la cuenta de que las crisis actuales están estructuralmente interconectadas. Las tensiones y diferencias entre Estados y China no sólo son una disputa geopolítica y una guerra comercial, sino también una guerra por la supremacía tecnológica. Basta recordar que las empresas tecnológicas chinas, empezando por Huawei enfrentan un duro veto comercial estadounidense, siendo ya el mayor fabricante de teléfonos inteligentes en el mundo, con el 19 % del mercado, y punta de lanza de la nueva red 5G. La desconfianza que caracteriza las actuales relaciones transatlánticas entre Estados Unidos y la Unión Europea, y entre ésta y China, son parte del conjunto de diversos procesos interrelacionados. Que duda cabe que la propia pandemia del coronavirus está intrínsecamente vinculada con la crisis de la degradación ambiental y la emergencia climática. O que el confinamiento forzado a miles de millones de personas ha acelerado un cambio de paradigma, catapultando al mundo a la realidad virtual, al aprovechamiento acelerado de la nanotecnología, biotecnología y la inteligencia artificial entre otras tecnologías de crecimiento exponencial, pero también a la expansión de las actividades delictivas transnacionales, ampliando y haciendo más profundos las amenazas a la ciberseguridad en el mundo. No podemos perder de vista que lo que está ocurriendo va más allá de las ventajas del teletrabajo y del incremento del comercio electrónico.

Por ello no nos debe resultar sorprendente que haya resistencia al establecimiento de la llamada tasa impositiva Google en Europa, o la adopción de otros gravámenes fiscales a las grandes empresas de telecomunicaciones en muchos países del mundo, cuando lo que se observa es que las grandes empresas globales digitales experimentan un auge sin precedente, sin estar sujetas casi a ninguna fiscalización, regulación y supervisión pública. Silvia Ribeiro señalaba acertadamente apenas el mes pasado que las principales ganadoras de la pandemia son las grandes plataformas digitales: Amazon, Microsoft, Apple, Google, Facebook, Baidu, Alibaba y Tencent. Las primeras cinco, conocidas como GAFAM, tienen matriz en Estados Unidos, mientras que las otras tres, con el sugestivo acrónimo BAT, en China. Las ocho tienen primacía sobre el mercado y también sobre las ganancias. Hoy, una plataforma de reuniones virtuales como Zoom, en cuestión de unos cuantos meses, vale más que muchas aerolíneas, mientras Uber y Airbnb han registrado enormes pérdidas. Según el informe de 2019 de la UNCTAD, setenta plataformas digitales controlan el 90% del mercado mundial, y las 7 más grandes tienen dos terceras partes. Eso significa ejercer un control dominante sobre las nubes de cómputo, al igual que sobre las patentes de las cadenas de bloque, haciendo posible una capitalización acelerada.

En fecha reciente, Facebook compró Whatsapp e Instagram, mientras Microsoft adquirió Skype y Amazon a Souq, la principal plataforma digital en Medio Oriente. Facebook controla las dos terceras partes de las redes sociales y Google el 90% de las búsquedas en Internet. Estas empresas globales libran también innumerables guerras sin cuartel para dominar el almacenamiento y uso de datos, tanto de empresas como de instituciones públicas, compitiendo con sus servicios de nubes, para manejar los llamados big data con inteligencia artificial, mediante la extracción, gestión, interpretación y venta de datos. Son esos datos que les entregamos gustosa e inconscientemente al usar las comunicaciones en la red. Silvia Ribeiro nos recordaba que: "Con la pandemia se ha extendido el uso de las aplicaciones que siguen a las y los ciudadanos de ciudades y países enteros, supuestamente para alertar si son o no un riesgo de contagio. Esto, a su vez, se cruza con el uso de cámaras y lentes "inteligentes" conectados a bases de datos estatales o privadas, que ya se usan extensivamente en China, Rusia, Corea y otros países asiáticos, y van en rápido aumento en Europa, América del Norte y del Sur." Se trata pues de otras confrontaciones entre las grandes empresas digitales por hacerse de la gerencia de la información y la comunicación en el mundo, las cuales tienen, también, serias implicaciones sobre el control y la vigilancia de los ciudadanos, respecto de sus preferencias electorales, estéticas, sexuales o de consumo, con todas las consecuencias políticas, económicas y sociales, como quedó de manifiesto con la colaboración de Facebook y Cambridge Analytica.

Es por ello por lo que en los insólitos tiempos que vivimos en 2020, no sólo está en riesgo la salud a nivel global, la protección de los datos personales, sino la gestión misma de muchos componentes fundamentales de la vida humana, en escenarios de crisis sistémicas interconectadas. La próxima vez que veamos una serie en Netflix, deberíamos recordar que en este primer semestre la empresa ganó más de 820 mil millones de dólares, pero que también el mundo está olvidando otras muchas tragedias.

@JAlvarezFuentes

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