Siglo Nuevo

Héctor Zagal

Foto: Cortesía Héctor Zagar

Foto: Cortesía Héctor Zagar

YOHAN URIBE JIMÉNEZ

Maestro por la UNAM y doctor en Filosofía por la Universidad de Navarra, Héctor Zagal es además miembro del Sistema Nacional de Investigadores, profesor en la Universidad Panamericana, en la UNAM y en el ITAM. Además de su labor académica, Zagal es un prolífico escritor. Entre sus obras se destacan los ensayos Dos aproximaciones estéticas a la identidad nacional (en coautoría con Luis Xavier López, 1998) y Gula y cultura (2005); las novelas La venganza de Sor Juana (2006), La cena del Bicentenario (2011), Gente como uno (2012), Imperio (2013) y La ciudad de los secretos (2014); así como los textos filosóficos Felicidad, placer y virtud. La buena vida según Aristóteles (2013) y Amistad y felicidad en Aristóteles. ¿Por qué necesitamos amigos? (2014).

Conversar con él es como departir con un niño que narra historias sin fin, que se divierte y comparte; junto a él cualquier tipo de charla casual te enseña algo o se transforma en una cátedra de historia y conocimientos. Abrió un espacio en su agenda para platicar de su más reciente obra, El inquisidor, publicada bajo el sello editorial de Planeta, con los lectores de la revista Siglo Nuevo.

Esta novela nos traslada a la década de 1780. Una serie de violentos y extraños asesinatos desata las habladurías de los aterrorizados habitantes de Ciudad de México. Excesos y perversiones hallan cobijo entre palacios, iglesias, tabernas y prostíbulos. Cuatro jóvenes de las familias más prominentes del virreinato se verán atrapados en esta sórdida red de crímenes, pecados y mentiras. Como una sombra implacable, el inquisidor mayor de la Nueva España será el encargado de hacer cumplir la ley de Dios y del Santo Oficio. Su feroz devoción no se detendrá ante nada ni nadie. Una sorprendente y desconocida historia donde las intrigas, la culpa y las pasiones consumen los últimos años de esplendor de la Nueva España.

La Iglesia católica tiene menos poder que en otras épocas, pero sigue siendo arriesgado hablar de la inquisición en México.

Hay que ser delicado, en efecto. Si bien es cierto que desde el siglo XIX hay una separación de la Iglesia y el Estado y que el catolicismo está en crisis, Benedicto XVI llegó a decir que ésta es la época postcristiana, nuestro país sigue siendo culturalmente muy católico y a un cierto sector de los católicos les cuesta reconocer estos errores. Sí creo que hay que ser muy cuidadoso para, por un lado, invitar a la reflexión y, por el otro, no faltar al respeto.

Finalizo El inquisidor, con una advertencia histórica. Esa advertencia recoge las palabras de tres papas, Francisco, Juan Pablo II y Benedicto XVI, que han pedido perdón públicamente por los pecados cometidos por sectores de la Iglesia en nombre de la Iglesia, en una alusión explicita a la Inquisición.

Me he topado con gente que piensa que hablar de la Inquisición, retratarla, describirla, es como atacar a la Iglesia, pero la Iglesia ha reconocido y pedido perdón, entonces, considero que en muchos sentidos nuestro país es, vamos a decirlo así, ligeramente susceptible. No en todas las regiones, ni todos los fieles, pero sí personas que tienen este malentendido conservadurismo.

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Foto: Cortesía Héctor Zagar

Describes una Nueva España llena de claroscuros, ¿ahí esta la primera reflexión?

Por supuesto. Pienso que había dos objetivos en la novela: uno, reconstruir desde dentro la mentalidad de los inquisidores; y dos, mostrar al virreinato de la Nueva España como un espacio extraordinario. A los escritores, a los cineastas, a veces les cuesta encontrar historias y la colonia es un espacio geográfico, cultural y cronológico fértil en historias. Es un espacio lleno de contrastes, de paradojas, la Ciudad de México opulenta como es, con sus palacios magníficos, tiene malolientes canales de agua sucia.

Es un virreinato que va prácticamente desde la alta California hasta Panamá, un espacio donde tenemos constantes ataques de piratas en las costas de Tamaulipas, Campeche, Veracruz, al igual que un intenso y relevante comercio con China y Japón a través del galeón de Manila. Están rutas como el Camino Real de Tierra Adentro, que van hasta Santa Fe, Nuevo México; el chocolate que se produce en Chiapas se consume en las cortes de Viena, Alemania y muchos otros lugares; la grana cochinilla que se produce en Oaxaca permite a los pintores europeos lograr esos colores tan vivos y hermosos. Es un espacio lleno de historias.

¿Un deber de justicia con la historia?

Creo que uno de los errores, o más bien problemas, es acercarnos a este espacio con un tono pintoresco, Puede ser muy entretenido lo que hace Artemio del Valle Arizpe, pero creo que en hacerle justicia al virreinato. No es Disneylandia ni es algo pintoresco simplemente, es un espacio donde hay esclavos negros, donde todavía se sigue exterminando y luchando contra los indígenas, los nativos de Nuevo México, Colorado, Arizona. En el siglo XVIII todas esas zonas, a veces se olvida, estaban guerra.

Un lugar que reúne opulencia y miseria, con una especie de globalización, el peso de plata novo-hispano se aceptaba en el Imperio chino; al mismo tiempo hay un cierto intento de cerrar el virreinato.

El siglo XVIII es interesante porque el afrancesamiento que llega por vía de los reyes Borbones, también se traslada a la Nueva España. Ser afrancesado era la época moderna. Así como hoy hablamos inglés, en ese momento hablar francés era la modernidad; esto se ve incluso en la comida: el chocolate criollo antiguo ha sido desplazado por el café, la bebida moderna. Es, en efecto, un espacio muy divertido, muy interesante y lleno de contrastes.

La década de los ochenta del siglo XVIII forjó costumbres que incluso hoy se mantienen vigentes ¿por qué?

La identidad criolla termina de formarse ahí. Intenté poner esto en dos personajes, el dominico que representa al pasado y el jesuita que, de alguna manera, representa el futuro, la modernidad. No hay que olvidar que seguía siendo una modernidad católica, un poco más abierta políticamente pero, al fin y al cabo, la identidad del virreinato termina siendo muy católica, pienso que esto lo seguimos viendo.

Me gusta decir que no todo en México es la colonia Condesa que es como el barrio hípster. A veces podemos imaginar que este país es, de algún modo, uniforme; las pasadas elecciones revelaron, cuando uno ve lo que algunos candidatos propusieron, que había un notorio aunque no apabullante conservadurismo, aún nos encontramos con estos valores tradicionales, todavía encuentran eco, para bien y para mal. Somos hijos del siglo XVIII e incluso nuestra devoción por la burocracia es muy de ese siglo.

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Foto: Universidad de Piura

¿Para las nuevas generaciones será interesante leer que el poder de la Iglesia era superior al de la autoridad civil?

Hoy por hoy estamos acostumbrados a lo opuesto, pero debemos recordar que resulta muy impresionante la unión del trono y del altar. Cuando terminé de escribir la novela, respiré y me dije: “Qué bueno que nací en el siglo XX y que escribo en el siglo XXI; seguro que esta novela me costaría un calabozo en la Inquisición, también a mis lectores y a mis entrevistadores. Tú estarías en el calabozo de al lado (Héctor ríe) sólo por darme un espacio.

Luego caí en la cuenta de que, hoy por hoy, hay países económicamente desarrollados donde este proceso no se ha dado, es decir, donde no hay una separación entre la Iglesia y el Estado y el gobierno es oficialmente religioso, hablo de Arabia Saudita, país inmensamente rico, desarrollado económicamente. Sus habitantes no pueden profesar la religión que quieren, cambiar de religión es delito, el adulterio es penado, la homosexualidad te puede acarrear la pena de muerte.

Quizá hemos cantado victoria demasiado pronto. Basta pensar en la narrativa de Estados Unidos: en su dólar todavía aparece Dios; todavía hay un predicador del Congreso; en el ascenso de Trump los grupos religiosos tuvieron un papel muy importante. Con esto no quiero decir que haya que combatir la religión ni mucho menos, simplemente creo que aún nos falta mucho por conseguir para adquirir un verdadero carácter laico, con la separación entre la Iglesia y el Estado.

Hoy reconocemos el problema de la desigualdad social, pero en el virreinato la desigualdad era abismal.

Absolutamente. Hay que recordar que existían las castas, existía la esclavitud, intento retratar eso en algún momento. Te podían regalar un esclavo como a un niño rico le regalan hoy un coche, un padre podía regalar un esclavo negro y eso era visto con toda naturalidad. Creo es muy importante retratar esas diferencias sociales en las que, además, prácticamente no hay posibilidad de ascender.

Quizás la gran diferencia es que en esa sociedad jerarquizada y estratificada a la gente se le invitaba a la resignación. Te tocaba ser pobre y había que aceptarlo. Las diferencias sociales hoy día son mucho menores, en esa época eran terribles.

Todo tiempo pasado no siempre fue mejor...

En nuestro país hay hambre, pero en aquel momento una lluvia o una mala cosecha podía acabar con pueblos enteros. De la minería, por ejemplo, lo que vemos son los grandes palacios, los edificios, los acueductos. No nos quedan, para ver cómo vivían, casas de pobres. Eran tan pobres que ni siquiera tenían una casa que pudiera perdurar, esto lo dicen todos los viajeros. Además, este país era especialmente ostentoso, en el virreinato había fortunas y cuando digo fortunas podemos hablar con seguridad de que, entre las cien más grandes del mundo, tres o cuatro estaban en la Nueva España. Este es uno de los motivos por los que la Independencia va a prender aunque es un movimiento de criollos, lo narran muchos cronistas. Los negros combaten del lado de los insurgentes porque no tienen nada que perder; los saqueos que se registran, no creo que hayan sido causados por un resentimiento, sino por la injusticia, muchos pueblos vieron la independencia como esa forma de cobrar la deuda histórica. Y sí, la brecha era mayor. Lo sorprendente es que las ciudades eran contrastantes, tenemos muchas descripciones, por un lado, del palacio, el oro, los carruajes, y, por el otro, de una población en la miseria absoluta.

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Foto: Fernanda Tapia

En tu narración el machismo, el clasicismo, la doble moral, parecieran ocurrir en el siglo XXI y no hace cientos de años.

México era un país terriblemente racista, pictocrático, los blancos estaban arriba, algo que heredamos y hoy por hoy aún lo vemos. Lo mismo con el machismo y la doble moral, una que no sólo se ve en temas sexuales. Suelo poner el ejemplo de la esclavitud, había damas de sociedad y sacerdotes preocupados de que los esclavos negros escucharan misa el domingo, pero en ningún momento se cuestionaban si era correcto tener un esclavo o si lo podías comprar, maltratar o azotar como si fuese un objeto.

El machismo, por supuesto, estaba presente. Era una sociedad donde la mujer prácticamente no tenía ningún derecho y, algo muy importante, una sociedad donde había cierto desprecio por el trabajo manual. Eso lo conservamos especialmente en el centro. En el siglo XVII comienza a gestarse una cierta oposición entre los viejos aristócratas y la sociedad de los rancheros que están cada vez más orgullosos de su trabajo, pero que no son aceptados socialmente. Eso es súper español. Los títulos nobiliarios en España se podían perder si te dedicabas a oficios manuales.

Acá es muy bonito ver que el norte del país, es decir, más allá de Zacatecas, era un territorio más agreste y en él había menos indios que quisieran el trabajo. Ahí se fue formando un nuevo México, con nuevos mexicanos que tenían que esforzarse más. Muchos de ellos llevaban aliados indígenas, tlaxcaltecas, y eso produjo que en el norte se formara una identidad distinta a las del centro y el sur, más aristocráticas, más clasistas, incluso se generó una pequeña tensión entre la aristocracia y una naciente burguesía.

¿Qué tan larga fue la investigación para ficcionar este particular periodo de la historia?

Es, antes que nada, una ficción histórica. La anécdota no es real, los personajes no son históricos, aunque la urdimbre sí lo es. La novela tiene un elemento de divulgación.

Gracias a que la Inquisición era terriblemente burocrática conservamos muchas fuentes. Cuando digo muchas fuentes quiero decir que conservamos montones de documentos, de procesos, y muchos de ellos ya están publicados. Producto de la labor de los investigadores en el ramo de la Inquisición tenemos lo que quieras, el tipo tortura, el tipo proceso, además contamos con fuentes de la época, con descripciones de los autos de fe.

El gran reto, así lo creo, era no perderse en el detalle sino dar una visión del contexto. Hay mucha información, articularla en un escenario y con los personajes, ese fue el desafío. Como tengo el tic académico, me gusta poner una pequeña advertencia para señalar las libertades que me he tomado y que podrían llevar al error al lector inadvertido. Son cuatro o cinco datos clave que interpreto de cierta manera y lo advierto. En el caso de El inquisidor, el reto fue condensar y escenificar.

Contacto: @uyohan

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