Columnas Social

Pequeñas especies

M.V.Z. FRANCISCO NÚÑEZ GONZÁLEZ

UNA SONRISA EN EL ALMA

Al escuchar los pulmones me di cuenta que "Chester" tenía graves problemas respiratorios, se trataba de un gato joven de un año de edad aproximadamente, había dejado de comer y se encontraba en un estado de desnutrición lamentable, tenía varios días enfermo, aunque le estaban medicando por su cuenta, no veían alguna mejoría y decidieron llevarlo a consulta. No les di muchas esperanzas a sus dueños, una señora de sesenta y tantos años y sus tres nietos entre diez y doce años de edad, lamentablemente la neumonía tenía al gato al borde de la muerte, lo habían adoptado desde pequeño y le tenían gran afecto, debido a su instinto nato de libertad no era muy fácil retenerlo en casa y carecía de todo tipo de vacunas. Al llegar a la clínica traían a "Chester" dentro de una bolsa de nylon de las que utilizan para mandado, al colocarlo sobre la mesa no hizo el intento de escapar ni de incorporarse como cualquier gato normal, después de aplicar algunos medicamentos se incorporó y saltó de la mesa, sus dueños se alegraron al verle caminar, les dije que el problema no estaba resuelto, entre los medicamentos que había inyectado se encontraba un estimulante respiratorio y broncodilatadores, eso mejoraba momentáneamente su respiración, su estado seguía siendo grave, pero le haríamos la lucha, alcancé a percibir que esbozaron una leve sonrisa.

Al terminar la consulta, salieron de la clínica con "Chester" en los brazos de su dueña, fuera de su "jaula transportadora", no habían caminado gran distancia cuando unos perros ladran intempestivamente desde el interior de una casa vecina, y el gato por su instinto de supervivencia intenta escapar, al tratar de impedirlo, su dueña recibe algunas mordidas de su mascota debido al estrés por el cual estaba pasando, y como resultado del gran esfuerzo y al sujetarlo enérgicamente, sufre un paro respiratorio y muere en sus brazos. Al enterarme de los acontecimientos, inmediatamente lavaron sus heridas y las desinfectaron en el interior de la clínica, le sugerí llevar al gato al centro antirrábico debido a que carecía de vacunas, además recomendé asistir a una institución médica para la valoración de sus heridas y probablemente la aplicación de la vacuna contra el tétano, ellos la atenderán adecuadamente. Después de unas horas recibí la visita no de cortesía precisamente, de una hija de la señora dueña del gato, enfermera de unos cuarenta y tantos años. Fue una larga plática en el consultorio, empezó con diplomacia y a medida que avanzaba la reunión me hacía responsable del accidente y de la salud de su familia por las mordeduras del gato, argumentando que mi obligación era haber sacrificado al gato desde un principio, (también lo llegué a pensar, mientras la seguía escuchando), pero no lo hice, el cliente acude con el veterinario por el amor y el cariño que le tiene a su mascota, además va con la esperanza y hasta algunas veces por el milagro de salvar a sus animales cuando los ve muy graves, y mi obligación es evitar el sufrimiento y hacer todo lo posible para devolver la salud a los enfermos y no terminar con la vida de ellos, ese argumento utilicé en mi defensa, aunque ella se mostraba molesta, en ningún momento subió de tono o hubo falta de respeto. Sabía de la preocupación por la salud de su señora madre, pues es mayor de edad y la mano se había inflamado bastante a causa de las mordidas del gato, lo importante es que siguieron las recomendaciones, afortunadamente fueron valorados por un médico y acudieron al centro antirrábico, aunque no manifestaba ningún síntoma nervioso o sospechoso el gato, por precaución se recomienda el estudio de rabia. Al parecer llegamos a limar asperezas, y lo más importante ahora era el resultado del laboratorio, (afortunadamente resultó negativo) sé por experiencia propia del dolor que causa la mordedura de gato y el riesgo de infección que puede causar, pero bien atendida la herida no tiene consecuencias. Pasaba de las nueve de la noche, había quedado con la boca seca y amarga de explicar varias veces mi trabajo de veterinario y creo que terminó la plática cuando le mencioné a la señora que volvería hacer exactamente lo mismo si se presentara de nuevo la situación, lamentando una vez más el accidente. Cuando me disponía a cerrar la clínica timbró el teléfono, era una emergencia para una gata, (tal vez tenía razón, debí de haber realizado la eutanasia), continuaba pensando. Solicitaban una consulta para una gatita que supuestamente tenía una "bola" y estaba muy inquieta, procuramos preguntar sobre los signos o síntomas que ellos notan de la mascota cuando vamos a domicilio, para ir preparados con los medicamentos o el equipo necesario para la urgencia a que nos vamos a enfrentar. En el camino pensaba en el paciente que me esperaba, tal vez se trate de un tumor, no me gustaría enfrentarme una vez más a la disyuntiva de la eutanasia en caso de que fuese algo grave, o prolongar el sufrimiento como el caso anterior que no me lo podía quitar de la mente.

Al llegar a casa del paciente no se encontraba la señora, había ido a un teléfono público para hablarme una vez más. Mientras llegaba la dueña de la mascota, me pasaron al interior de la casa de condición humilde, al llegar la señora una persona modesta de unos cincuenta años me explicó que notaba muy inquieta a su gata y tenía una especie de bola en el vientre, se veía muy preocupada, al empezar su revisión la levanté ligeramente e intempestivamente apareció un cachorro de sus entrañas, el "tumor" había desaparecido, aparentemente palpaba otro cachorro más, le apliqué una inyección para estimular las contracciones uterinas, no tenía gran abdomen, así que el trabajo de parto pasaría rápido. Al término de la consulta la señora muy agradecida y sorprendida por la rapidez por lo que había resuelto el problema de su mascota, me preguntó por mis honorarios y sacó un pequeño y viejo monedero, si gusta puede pagarme en la siguiente visita, le respondí, se rehusó y continuó insistiendo, mañana cuando regrese para volver a revisar a su gata lo podrá hacer, y me dijo muy seria, ya es tarde doctor, usted a esta hora debería de estar en su casa descansando, si usted no me cobra, cómo voy a volver a solicitar sus servicios cuando se ofrezca la próxima vez. Le cobré sólo una parte de mis honorarios después de tanta insistencia. Al despedirme de la señora me dice con una apenada sonrisa, doctor la razón por la cual compro el periódico sólo los domingos es por esto... Y por arte de magia me mostró unos viejos recortes de periódico que no me fijé de dónde los sacó, y al verlos detenidamente me di cuenta que eran algunos de mis artículos semanales anteriores, los conservaba como si se tratase de algo de valor.

Que diferentes clientes traté hoy, pensaba mientras conducía a descansar, uno me hizo sentir como el peor de los veterinarios, mientras al otro inmerecidamente le causaba una gran admiración. Después de haber tenido uno de esos días oscuros en la clínica donde me sentí con la moral por los suelos, y al finalizar la jornada se presenta un caso en que todo salió a la perfección y que se hubiera resuelto sin mi intervención, hizo que se volviera a iluminar mi día. Regresé a casa con "Una sonrisa en el alma".

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