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LA FIESTA

ALEJANDRO TOVAR

En memoria de Ramón Romero Álvarez

Siempre echaremos de menos a los héroes que se marchan, porque todos dejan un mucho de ellos y de paso se llevan un poco de nosotros, son como velas que arden por los dos extremos, que duran poco pero dan luz extraordinaria, como Ramón Romero, capitán del Laguna del ascenso, puñado de valientes en la selva de Zacatepec, rifados al fuego en el equilibrio con fecha de caducidad de 1968, cuando la vida nos marcaba el destino para vivir a precio de resucitado.

Ramón recordaba años después al hombre más difícil que marcó, Lupe Flores, volátil atacante de Cruz Azul, cuya movilidad era propia de un gimnasta, malabarista de la pelota, piel de lagarto y ansia de infante, que fue como ráfaga de aire limpio que partió pronto a su cita con la muerte. Ahora, ambos se verán de nuevo allá arriba, en la liga de los que escapan de nuestro infierno.

En esa lista donde ya marca Romero, están Jaime Yassín, Lalo Castro, Perico Borrego, Gato Gómez, Esteban Méndez. Simón Gómez, Chero Aldrete, Gerardo Lupercio, Mario Cordero y otros, que seguro juegan allá arriba, en canchas que son no como alfombra roja de artistas, sino escenarios de tinieblas donde el eco de la fama se confunde con la vibración del recuerdo, porque el futbol es un edificio de cristal, expuesto a todas las miradas de los ojos marrones de laguneros.

Esas generaciones de muchachos vivaces, fácil de sonrisa, navegantes sufriendo las tormentas, bromistas incansables y atletas sin reproche que jugaban con el corazón en la mano, nos sumergieron en el mundo del futbol, donde seguimos presos y todos ya sabían que a menudo la pasión ciega, que en los vaivenes ubicaríamos la sensación final de vivir un juego infinito.

Muchos de ellos, entre dirigentes, fans, técnicos, gente de futbol, un ejército de muchachos eternizantes que deben traer su gafete para identificarlos pues uno los ubica como eran en la cancha y se niega a creer que el tiempo también les acose, se reúnen esta tarde en San Isidro, sobre el piso sagrado donde se dieron batallas que marcaron a todos, reunidos por Basilio Amezcua y un grupo de nostálgicos que apuestan por distinguir la realidad de la ficción.

Mientras, Santos Laguna envuelto en su nuevo rol de creadores de ilusiones, muestra que un estilo es expresión de inteligencia y descansa con la vista no en dos partidos con el demonio, sino en la premonición de una guerra en cuatro días pero ya bien saben que la excelencia no es una habilidad, sino una actitud y que Siboldi, puede ofrecer a falta de Djaniny una buena versión de Jona Rodríguez, ambos con cita en la portería, sabe el técnico que ha descubierto en todos, un dibujo de sus caracteres humanos y los inspira a manejarse como mitad hombre, mitad máquina.

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