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Año de Hidalgo no, ¡Sexenio de Hidalgo!

Hay en el argot político una frase que expresa un hecho harto conocido y que tristemente ha prevalecido a lo largo de las últimas cinco décadas en el gobierno; en cualquier instancia, desde las alcaldías hasta el propio Gobierno federal.

La frase en cuestión acuñada en los años de los setenta y ochenta retrata la actitud mediocre, la desmedida ambición, la carencia de honestidad y del más elemental sentido de vergüenza.

El vulgo, siempre creativo y crítico, censura y se mofa con amargura y decepción de las “uñas largas” de quienes se enriquecen ilícitamente durante el desempeño de un cargo público, caricaturizándolos como ratas; y aunque en tiempos pasados el robo al erario que hacían los políticos salientes era en el último año de su gestión, y lo hacían con cierta simulación y medida; ahora no; en estos tres últimos sexenios han sido el descaro y el cinismo los rasgos que han tipificado el actuar de los políticos de alto rango. Hablo de exgobernadores y gobernadores; algunos ya presos por gracia cuasi divina; otros, vinculados a proceso por delitos como lavado de dinero, peculado, enriquecimiento ilícito, y otros más tipificados en el fuero federal; y los más, aunque con la manos sucias, aún siguen paseándose en el terreno de la impunidad.

Año de Hidalgo o año de Carranza son palabras que aluden al saqueo del erario público cuando se sabe inminente su salida del cargo; pero ahora sabemos que la salida no es definitiva, simplemente cambian de puesto; unos suben otros bajan, pero ahí siguen, viviendo del erario.

La frase “El año de Hidalgo, y su complemento en lenguaje soez a los oídos de un moralista, retrata fielmente la deshonestidad de quienes nos gobiernan, y que ahora ya no les preocupa la opinión pública.

La alternancia en el poder en el 2000, inició la debacle del país, que luego en esta administración Peñanietista funcionarios de todas las instancias y niveles, obraron con excesiva desvergüenza y falta de respeto a la ciudadanía; y todavía dice el candidato Meade que ¡México le debe mucho al PRI! eso sí que es miopía intelectualoide, falta de juicio o franco e impúdico cinismo.

Si Peña Nieto acabó con el PRI, lo que sería un parricidio, el PRI oligárquico, la partidocracia plutocrática y megalómana, está matando lentamente con sádico desprecio a México, mediante reformas estructurales diseñadas maquiavélicamente para enriquecimiento de unos cuantos y empobrecimientos de millones de mexicanos.

Auguran politólogos imparciales, que Meade difícilmente ganará las elecciones presidenciales; pero en política nada debe darse por seguro; ya pasó más de una vez en que el candidato de la oposición ganó, y, sin embargo, la maquinaria electoral dio el triunfo al más cercano adversario: Salinas arrebató el triunfo a Cárdenas; Calderón a López Obrador; ¿cuál es ahora la garantía de tener elecciones limpias y que no se “caiga el sistema”, o que el PREP (Programa de Resultados Electorales Preliminares) no falle? Ninguna.

No existe ninguna certeza de actuar con apego a la legalidad. A nosotros, la ciudadanía potencialmente votante nos corresponde actuar cívicamente y analizar minuciosamente la información que llegue a nuestras manos; porque después de todo, México aún es rescatable.

Héctor García Pérez

Comarca Lagunera

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