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Mujeres de la Independencia (capítulo VI)

SIGLOS DE HISTORIA

Pintura de la entrada del ejército Trigarante a la Ciudad de México, con Agustín de Iturbide al frente el 27 de septiembre de 1821.

Pintura de la entrada del ejército Trigarante a la Ciudad de México, con Agustín de Iturbide al frente el 27 de septiembre de 1821.

Dr. Luis Alberto Vázquez Álvarez

LA "GÜERA" RODRÍGUEZ

El papel que jugaron las mujeres en la Independencia de México, fue muy importante, por su parte unas tomaban las armas mientras que las otras realizaban labores aparentemente menos "peligrosas", pero igualmente importantes. Las mujeres participaron en el movimiento de acuerdo al medio social en que se movían; las conspiradoras usaban las tertulias a las que asistían con frecuencia para planear el movimiento, mientras que las seductoras se encargaban de convencer y embelesar a las tropas enemigas.

¿Qué características debería tener una mujer que como gracia principal tuviese el honor histórico de haber desviado de su ruta original el solemne desfile triunfal del ejército libertador de un país que durante once años había enfrentado las más duras batallas; en ella, muchos hombres y próceres habían ofrendado su vida y finalmente llegaba la plenitud de su empresa: conseguir la anhelada libertad y ocupar la capital del coloso de las antiguas colonias españolas en América?

Y la verdad sea dicha, esa mujer de quien vamos a platicar ahora para concluir nuestra serie de Mujeres de la Independencia, era muy bella; alguna vez, en oposición a la visión de Paz sobre la décima musa expresó: "Yo la mejor de todas".

Su nombre completo era: María Ignacia Javiera Rafaela Agustina Feliciana Rodríguez de Velasco y Osorio Barba Jiménez Bello de Pereyra Hernández de Córdoba Solano Salas y Garfias, pero en nuestra historia es más conocida como "LA GUERA RODRIGUEZ". Ella fue aquella de quien Alejandro Von Humboldt, el gran viajero alemán que recorrió casi todo el mundo y visitó nuestro continente a principios del siglo XIX, declarara: "La mujer más hermosa que he visto en el curso de mis viajes"

María Ignacia Rodríguez nació en la ciudad de México hacía 1778. Cuentan las crónicas de la época, entre chismes y verdades, que, teniendo 16 años, "la Güera", se encontraba con su novio José Jerónimo López Peralta, en plena calle en situación comprometedora cuando los vio el Virrey Juan Vicente de Güemes y Pacheco, conde de Revillagigedo; un hombre exageradamente moralista, el cual, constatando comportamiento tan inapropiado, los mandó casar inmediatamente. Matrimonio que duró 11 años por el proceder infiel de la esposa.

Desde que Hidalgo levantó la bandera de la insurgencia, ella fue partidaria de la Independencia y prestó importantes servicios a la causa emancipadora. Era mecenas de los insurgentes a quienes apoyaba con importantes recursos económicos, obtenidos de su cuantiosa fortuna personal y de su matrimonio. Ante acusaciones como esas hubo de comparecer ante el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición, logrando salir airosa del proceso, en parte porque se dice que les conocía muchos "secretos" a obispos y políticos de la colonia. Tras esa aventura, el virrey Javier de Lizana y Beaumont la desterró por un corto plazo a Querétaro.

Pero ese susto no preocupó a nuestra protagonista, quien continúo con su sediciosa labor. En esa época eran famosos los saraos, reuniones sociales que se realizaban por las tardes en las casas de las principales familias de México; ahí se servían licores, bocadillos, aguas nevadas endulzadas con algún sabor de frutas, pocillos de chocolate y dulces elaborados por monjas en sus conventos. Resultó que los saraos más famosos y concurridos eran los de la casa de La Güera Rodríguez. A ellos concurrían lo mismo mariscales del ejército virreinal que jerarcas de la iglesia y hasta escritores y escultores, como Manuel Tolsá, el mejor escultor de la historia de México, quien estaba perdidamente enamorado de ella.

Existe la presunción, defendida por importantes y serios historiadores de la época, que había enseñado el arte del amor al libertador sudamericano Simón Bolívar cuando apenas era un mozo, que acogió en su residencia al famoso viajero y científico alemán Alejandro de Humboldt y hasta el gran político y escritor de la reforma Guillermo Prieto expresó: "Era una mujer cautivadora que sembraba a su paso un aroma de lujuria. Su mirada rendía a los hombres y su cuerpo era la pasión encarnada. Sacaba provecho a sus atributos físicos, a los cuales ningún caballero podía negarse".

Acrecentó su fortuna al casarse por segunda ocasión con un comerciante rico del Valle de Toluca, de quien pronto enviudó, pues era mucho mayor que ella La gente cuchicheaba que La Güera se lo había acabado, por lo cual le aplicaron algunos dichos de la época como: "Matrimonio en edad madura mortaja segura" y "viejo que se descobija la muerte lo cobija".

Hacía 1820 le tomó cariño a un ambicioso caudillo virreinal, antiguo perseguidor de insurrectos: Agustín de Iturbide; a quien inclinó a aceptar la propuesta de los conjurados de La Profesa y buscar a Vicente Guerrero para lograr un acuerdo que separara a la Nueva España de la vieja Metrópoli europea. Escribe el cronista Mariano González Leal que fue en un apasionado encuentro en Apaseo el grande, donde la Güera llegó a convencer al jefe realista de abrazar la causa insurgente.

Desde ese momento Agustín de Iturbide asumió la lucha a favor de independencia; el día 27 de septiembre de 1821, el ejército Trigarante hacía su entrada triunfal a la Ciudad de México para consumar la gesta heroica de la creación de la ahora nación mexicana. Reseñan las crónicas de la época, que la columna militar que encabezaba la marcha gloriosa del victorioso ejército, fue desviada de su ruta original y llevada a la calle de la Profesa, donde vivía la Güera Rodríguez, para que, Agustín de Iturbide vistiendo su uniforme de gala y desfilando al frente las tropas triunfantes, pasaran bajo el balcón de la casa de doña María Ignacia. Iturbide se bajó del corcel que montaba y quitando una pluma multicolor de su hermoso sombrero, se la envió a ella, quien lo guardó en su pecho como símbolo de amor. Posteriormente el desfile regresó a la ruta originalmente trazada para llegar a la catedral de México y escuchar la primera misa del México independiente.

Después de la caída del emperador Iturbide, la "Güera" Rodríguez se casó por tercera vez con un comerciante chileno y ya no se involucró en la política. En 1833 se reanudaron las relaciones entre México y España, por tal motivo llegó su primer embajador; la esposa de éste, Frances Erskine Inglis, conocida como la marquesa Calderón de la Barca, conoció y frecuentó la amistad de doña María Ignacia por los años de su estancia. La marquesa Calderón de la Barca llevó un diario, en el que narró todas sus experiencias vividas en México, mismo que se publicó como libro, convirtiéndose en una referencia obligada sobre nuestro país y sus personajes. Ella dedica un capítulo a La Güera Rodríguez, mencionado que fue una mujer tan carismática, importante y de gran influencia en la formación del México independiente. Describe la noble hispana que a pesar de que, cuando ella conoció a la Güera Rodríguez, ésta rondaba los 55 años (edad en la que las mujeres eran prácticamente ancianas y encorvadas), le impactó que seguía perfectamente erguida, con su piel blanca, su cabello rubio, dentadura completa y perfecta; extremadamente elegante y distinguida. La calificó como una mujer chispeante fuente inagotable de información sobre la vida social, política y económica de México. Sin embargo, al morir a sus 70 años, una enfermedad degenerativa en los huesos y una caída la dejaron paralítica. Su biógrafo Adolfo Arrioja Vizcaíno comenta que desde el balcón de su casa sentada en una silla de ruedas vio pasar el resto de su vida hasta su deceso. Tras él, su marido se retiró a un convento para tratar de calmar el dolor de perderla, arropado por su religión.

Podemos concluir esta serie de Mujeres de la Independencia, reflexionando que todo movimiento social es una combinación de esfuerzos en los cuales la diferencia de sexos no tiene vigencia. En toda revolución la mujer, al igual que el hombre, desempeña un papel de gran importancia, no solo como compañera del soldado o como la madre que nutre a los hijos, quienes luego serán combatientes, no debe vérsele como alguien que realiza trabajos de sustitución, sino como una persona que tiene sentimientos y amor y es capaz de comprometerse con su patria y su nación y luchar por sus ideales.

Aún queda mucho camino por recorrer para lograr que nuestro país alcance un nivel decoroso entre las naciones del mundo y la mujer mexicana siempre será un factor determinante de este desarrollo, como lo ha sido en los grandes movimientos sociales del pasado, como lo fueron las heroínas de las que hemos comentamos en el movimiento de independencia, como lo fueron las adelitas y las valentinas de la revolución.

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Era tan bella que inspiró al escultor Manuel Tolsá, para tallar la virgen de la Purísima Concepción que se encuentra en la Iglesia de la Profesa en la Ciudad de México.
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Posible retrato a lápiz de María Ignacia La 'Güera' Rodríguez,  de quien difícilmente se conservan imágenes  que sean concluyentes de su efigie.
Posible retrato a lápiz de María Ignacia La 'Güera' Rodríguez, de quien difícilmente se conservan imágenes que sean concluyentes de su efigie.

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Escrito en: Siglos de Historia

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