Columnas la Laguna

AMORES DE VERDAD

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

-Amoor… (Se oye una voz melosa desde el baño)

(Silencio)

-¡Amor! (La misma voz, pero sin sonsonete)

-Dime amor, te escucho… (Responde desde el comedor una voz sumisa)

-Amor… (la primera voz) se acabó el papel, tráime un rollo.

(Silencio)

-¡Amor! (Grita impaciente la demandante)

-Amor, lo busco, pero no lo encuentro, espérame, voy a la cocina porque en la alacena no hay.

-Cariño, es un rollo, no una lata de sardinas. Busca en los cajones del trastero, abajo a la izquierda.

-Amor, ¡aquí está! Voy corriendo (responde el interpelado)

-Cachorrito, eres un amor, (Alarga la mano por la puerta entreabierta y coge el rollo) ¡Gracias! (Le envía un beso soplado con la otra mano)

(Más tarde en una fonda del mercado Baca Ortiz):

-Mi tigre, te pedí dos gordas, una con chicharrón en chile rojo y otra de asado, ¡a desayunar! (Apresura la voz cantante)

-¿Y tú amor? (Dice el otro entre bostezos)

(Le responde con mirada tolerante): Pichoncito, tú sabes que estoy a dieta. Pedí unos chilaquiles divorciados, la mitad con salsa verde de tomatillo y la otra de rojo, de tomate con queso panela, una gordita con chicharrón prensado y otra con frijoles y queso manchego, unos huevos volteados con jocoque, un té adelgazante y una coca laig. No quiero engordar.

(La voz en jefe) -Come amor, antes de que se pongan duras y agrias las gorditas. Te pedí un café con olla, de olla, quiero decir.

(Se escuchan mordiscos y sorbos de un lado; del otro el ruido de un tenedor que cayó al suelo y una silla abriendo espacio para facilitar la recuperación del trinche. (La degustación sin respetar las quince masticadas que ordenan los nutriólogos se da en forma glotona)

-Amor, no comas tan rápido, ya te manchaste los cachetes con el asado y el mole te escurre por los labios. ¡Límpiate! (vuelve a la carga la pareja y atolondra al requerido, quien intenta tallarse el rostro con una servilleta. El resultado es contraproducente, pues los residuos colorados los extendió con mano torpe a los bigotes y a la punta de la nariz, lo cual le da aires de Cepillín)

En el lado opuesto de la gran urbe:

-Viejo (a secas)

-¡Viejo! (repite y alza la voz)

(Silencio)

(El viejo se queja a la distancia, que no lo oiga la jefa): -¡"chin" qué lata. Apaga la computadora y se retira del teclado. Las ideas del momento se le escapan)

-Viejo (con voz airada) ¿dónde te metes? ¿Por qué no me respondes? Allá tú, ya se enfrió tu té de los siete azares y ni esperes que lo vuelva a calentar.

-Vieja, aquí estoy, no escuché tus gritos (entra humildemente a la cocina)

-Viejo, (con voz autoritaria) -No hay tortillas ni leche y faltan los panes de harina integral que te recetó el doctor. No voy a vigilarte todo el tiempo, no ayudas en nada, carajo

(El viejo, un viejo verdadero, coge el dinero y escapa a la calle para respirar los aires de libertad vedado para los esclavos domésticos. Regresa media hora después cargando con una mano el bote de leche y con la otra el paquete de tortillas y la bolsa con los bolillos integrales. Ya no sale de la cocina, pues no se atreve a reanudar la escritura. A hurtadillas lo intenta, pero un nuevo grito lo frena)

-¡ Viejo! Ya está el almuerzo, no lo dejes enfriar como lo hiciste con el té.

(El viejo se sienta a la mesa y se saborea con una torta de huevo hecha con tomate, cebolla morada y pimiento)

-Vieja se me antoja un cafecito de Orizaba (se atrevió a decir y prendió la mecha)

(La vieja -es decir, la mujer- visiblemente molesta)

-¡Óyeme no! no soy tu sirvienta, Mi quesadilla se enfría por tus caprichos. Para la próxima me dices con tiempo lo que quieres.

El invocado: -Quiere un menú como en los restaurantes (se burla por dentro porque en voz alta no se atreve. El café del antojo no llegó, por lo cual tuvo que tomarse el té frío que ya sabía a yerba amarga)

(Estos dos, pareja sesentona, todavía se quieren, pero son discretos o ya se les olvidó).

En otro escenario de convivencia marital almibarada:

-Papito, papito, te voy a poner un babero porque ya manchaste la camisa.

-Flaquita, mi flaquita, no te incomodes. Mis reflejos van a la baja (Se justifica escurriendo leche por la boca)

-Papito, ten más cuidado (Lo limpia, pero quedan residuos en los bigotes)

-Flaquita, no te molestes, tendré más cuidado (Le da un nuevo sorbo al lácteo contenido en un vaso de cristal cortado y los escurrimientos se repiten).

-Papito, papito, voy a buscar un popote. (Comprensiva va por la paja y la mete al recipiente)

-Flaquita, gracias. Te incluyo en mi testamento. ¡A dormir!

(La mujer se muestra extrañada)

-Papito, apenas son las ocho de la mañana.

- Mi terroncito, traigo los tiempos cambiados. Por cierto ¿Este año es el 2013 o el 2020? No quiero perder mi registro como conscripto clase 1937.

Tras bambalinas se escucha una voz solitaria:

Mi esposa y un servidor tardamos un mes y medio para poner un nombre de nuestro agrado a los hijos recién nacidos con la intromisión oficiosa de los parientes que siempre ganan. Gastamos dinero en la ceremonia del bautizo, el bolo y la propina al sacerdote oficiante y la inscripción por ley en el registro civil que también tuvo un precio: el ordinario, la propina que se da por cuestiones de urgencia y más adelante las actas de nacimiento cada vez que solicitaban trabajo. Se casaron sólo para que sus contrapartes les impusieran apodos: A él ella le dice pichoncito y él a ella pichoncita. El colmo. Ignoran lo acaramelados que a la vuelta de los años el matrimonio se vuelve tedioso, aburrido y es cuando estallan las broncas y vuelan platos y tazas sobre la cabeza: -¡Bruja. engañadora! le grita él con odio acumulado. Ella:-¡Patán, eres un patán un desobligado, un imbécil y un infiel; supe que me engañas con mi comadre desgraciado. Con mi compadre sólo platico, mentiroso.

Los motes cambian y se vuelven ofensivos, opuestos al trato azucarado de los matrimonios principiantes y no sólo ellos -admito- sino también de los casados avanzados que ya llevan de cinco a cincuenta años o más con la misma cantaleta ¡Qué horror!.

Las voces se apagan en los ámbitos descritos; los vientos alisios que soplan de Torreón a Lerdo pasando por Gómez Palacio arrastran el gastado estribillo, pero con un agregado que desentona con la idílica relación:

-Amor, ya no ronques en la cama, me despiertas. Mi bomboncito -le responde el otro -No son ronquidos. Las gorditas me hicieron daño…

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