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SUBRAYADO

Eso de durar y transcurrir

Por qué no antes. Por qué no nunca. Por qué ahora. Quién convino la llegada, quién la partida. Presencias irrumpen. Presencias concluyen. Dos personas comienzan el arado verbal, echan raíces de profundas emociones, levantan cosecha histórica. Dos segundos, dos días, dos años, dos decenios. Uno, por quien aparece; otro, por quien corresponde la bienvenida. Sin embargo, ya dada la convergencia, el resto es azar. Duración incierta. Efímera certeza de lo tangible. Cuentan que todas las historias, sin falta, escritas están.

Sin recordar fecha precisa, un domingo llegué al restaurante. Eran las nueve de la mañana. Dos mujeres y ocho caballeros departían alrededor de la mesa acompañados del gran anfitrión honorario. Terminado el saludo de bienvenida y los "mucho gusto" de mano en mano, siguieron el café y las pláticas. Ambos, con alta temperatura. Los comensales eran expertos en el bombardeo de anécdotas. Discutían. Satirizaban. Y reían. Sobre todo, eso: Sus risas eran sostenidas. La carcajada, su amistoso e inteligente cohesor. De ahí, entonces, el porqué del mote por ellos seleccionado para presentarse en sociedad: "Los miserables". La metáfora sarcástica como bandera.

A sus casi cincuenta, a sus sesenta, a sus setenta, a sus ochenta años, los compañeros de desayuno dominical, y de legendarias experiencias, continuaban la relectura de sus capítulos en voz alta. Escucharlos era aprender. Sus travesuras verbales coloreaban la narrativa. Esa miserabilidad profesada traía jiribilla de cepa. Política, economía, medicina, ingeniería, deportes, vinos, canciones. Combinaciones temáticas que al poco rato decantaban en lo entrañable: La familia, los trabajos, la salud. La vida misma. Pero en cuanto la solemnidad amenazaba con dominar la charla, de inmediato aparecía el doble sentido en voz de alguno; en otros más, el chiste; el humor negro llegaba en coro. La risa era el remedio infalible de sus "Selecciones" doradas.

De cada "Miserable", cuánto por escribir. Sin embargo, hoy domingo es necesario centrar la atención en uno de ellos.

Él solía llegar avanzado el desayuno. Aparecía con sus lentes oscuros. Elegante. Paso lento. Garbo. "¡Saludo al pueblo!", era su grito de batalla. Un clásico provocador. Pedía algo ligero y comenzaba a tomar el pulso del análisis matinal. Callado, callado, muy callado hasta que no podía más. Luego de escuchar un argumento meritorio de reubicación o freno, lanzaba otra de sus frases predilectas: "No entienden que no entienden", dejaba a un lado su media sonrisa y el "Miserable" amigo comenzaba a dar línea. Sus referentes como político, abogado, notario público y editorialista, fluían ante la fija atención de los demás.

A veces, colaba experiencias de sus estrategias en el otrora Distrito Federal, al lado de su hermano, ex secretario de Educación Pública y senador, Miguel González. También, compartía lo heredado por su padre, el General Medardo González Peña, "Uno de los primeros seguidores del movimiento maderista para derrocar al dictador Porfirio Díaz; jefe de operaciones militares en varios estados del país; director de la dependencia del Estado Mayor Presidencial y fundador de las escuelas 'Hijos del Ejército', institución que logró crear en casi todas las capitales de los estados, un sistema de internados para los hijos huérfanos (todos de extracción humilde y popular) originados por la misma Revolución, para así capacitarlos y facilitarles el ascenso en la pirámide de la sociedad mexicana" (www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/923067.un-general-y-una-escuela.html). Nos contaba sobre las participaciones mediáticas de su sobrino, Nicolás Alvarado, y, con cuidadoso desmenuzamiento, relacionaba una columna de Nicolás en "Milenio", aquélla en la que opinó sobre Juan Gabriel, con las maneras de "hacer política y ser político" en México. En otras ocasiones, era tal su entusiasmo al describir a sus cuates pintores, escritores, escultores, músicos, que su natural proclividad a la promotoría cultural invitaba de inmediato a conocer las obras que él nos reseñaba. No fue este el caso de su libro, "Realismo mágico" (Ed. UAdeC, 2014). Él lo tuvo como discreto as escondido en su guayabera color marfil hasta que un día tuvo la ocurrencia de llevarlo al desayuno de "Los Miserables". Le conocimos otras facetas más. Su facilidad para el dibujo, para la ilustración. Su expresión en acuarelas y óleos. Sus exposiciones y sus comentaristas de cabecera. Sus amigos, Andrés Henestrosa y Juan José Arreola, entreverados en el "Realismo mágico" que compendiaba reproducciones de sus cuadros con un marcado interés ecológico por la fauna y la flora.

Al paso de los años, mientras los desayunos transcurrían y "Los miserables" conversaban entre sí, de esquina a esquina él me hablaba. "Mira, ten. Quiero enseñarte algo". En su celular guardaba joyas. No había domingo sin que yo viera en la pantalla las fotos de sus nietos, de sus hijos, de su esposa y hasta de su perrazo echado, como guarura, en la puerta de su casa. Me platicaba los logros recientes de cada uno de ellos. Meses atrás, comenzamos a recordar cuando estuvo en el hospital a consecuencia de un infarto y cómo se dejó querer por su familia. Hablábamos de sus libros electrónicos, de las aplicaciones para el celular que él bajaba con notoria curiosidad, de lugares emblemáticos visitados, de medicinas y avances científicos, de su genial "playlist" en Spotify. A veces, me regañaba a su manera: "Ya no trabajes tanto. Es demasiado. La gente no valora. Pero, bueno, si así te gusta a ti, pues síguele. A ver, dime qué más vas a hacer ahora. Yo me apunto".

Hoy es domingo. Es día del desayuno con "Los Miserables", pero nuestro amigo con más andanzas que las hasta aquí narradas, don Víctor González Avelar, falleció esta semana. Hoy es domingo 17 de septiembre. Es mi cumpleaños. El año pasado recibí de don Víctor uno de los libros de su biblioteca personal como regalo. Con una dedicatoria muy de él, celebramos el gusto de haber coincidido en estas alturas de su tiempo y del mío. Gracias a su creativo pensamiento, de brillante perspicacia, recuerdo habernos reído sin parar. Tomamos buen café, ahora sí. Arreglamos continentes, sancionamos a líderes políticos y a sus "anarcolocos", abordamos tratados internacionales y, como era menester, volvimos al tema de temas: El familiar. Nuestro abrazo de cierre fue, para variar, a plena carcajada y aprovechamos el momento para tomarnos una foto del recuerdo. Hoy es un domingo para celebrarnos al unísono, cada quien en su tiempo y espacio.

Ayunaré en cariñosa y solitaria miserabilidad, pero con un vasto contento. El de haberme nutrido de los tantos saberes del amigo que ya no está y de haberle dado las gracias en vida. "Eso de durar y transcurrir", escribió Eladia Blázquez, "no nos da el derecho a presumir", ciertamente, pero sí a honrar el milagro tan delicado llamado vida y el incanjeable aprendizaje llamado muerte. Lo que media entre ambos, una vez me contó don Víctor, "son puros malabares. Son puros entretenimientos".

  Por: Renata Chapa

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