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Propagadores de mentiras

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Estamos expuestos a la mentira y contamos con muy pocos medios para defendernos ella. No sólo es que la tecnología ha facilitado el camino al engaño, sino que, además, hay muchos dispuestos a burlarse de nosotros. Atada a la ley de la oferta y la demanda, la opinión tiende a liberarse de toda atadura con la verdad. No importa lo que se diga mientras se diga de manera convincente. Nada hay que probar; las evidencias son cosa del pasado. Lo que importa son los "like" y las veces que se comparte una publicación, por más mentirosa que ésta sea.

Resulta muy preocupante que, aún las personas que han tenido la oportunidad de realizar estudios universitarios se presten para difundir charlatanería barata. Es penoso que su preparación no les alcance para sospechar siquiera de los falsos profetas ni de sus discursos mentidos. Se escandalizan de todo, menos de su propensión a creer en absurdos ni de su proclividad para difundir aberraciones. Su criterio y su sentido común brillan por su ausencia, y de su juicio profesional es mejor ni hablar.

El caso es más grave cuando las falsedades refieren a asuntos de interés público, como los desastres naturales. Ya es de por sí deleznable que individuos carentes de escrúpulos, con tal de ganar notoriedad, publiquen versiones alarmantes, carentes de todo rigor y sentido, en las que aseguran predecir cataclismos apocalípticos que están por ocurrir. Pero es peor que se les haga resonancia, ayudándolos a difundir sus patrañas y a inquietar a la población, ya de por sí golpeada por la tragedia.

Ello demuestra que la peor calamidad para este país sigue siendo la ignorancia y la pobreza de sentido, que se profundiza en la medida que la opinión deja de exigir experticia, dando lugar a que cualquiera se exprese libertinamente. Por supuesto, habrá quién defienda a ultranza el derecho a opinar, sin importar el daño que pueda ocasionar una mentira. Sin embargo, el bienestar general debería prevalecer sobre los intereses individuales, lo que parece cada vez más difícil de pensar en un país en el que cada quien parece rascarse con sus propias uñas.

Ojalá y seamos capaces de volverle a dar valor a la verdad, aunque ésta sea algo temporal y limitado. La vorágine de información y de opiniones, nos hace altamente vulnerables a la mentira. Necesitamos por eso ser extremadamente cuidadosos con lo que compartimos. Es indispensable que entendamos que la calidad de nuestras decisiones está estrechamente relacionada con lo verídico de la información que consumimos. Y si queremos opinar, ojalá y lo hagamos con honestidad, apoyados en datos verificables y demostrables. En verdad, es por nuestro bien.

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