Siglo Nuevo

El lustre de la vertical

La misión del rascacielos: volver a la Tierra

Soyak Kristalkule, Estambul. Foto: Pei Cobb Freed & Partners

Soyak Kristalkule, Estambul. Foto: Pei Cobb Freed & Partners

REDACCIÓN S. N.

Una torre de oficinas puede ser un problema y convertirse a veces un lamentable monumento. Para Henry N. Cobb lo importante sería humanizar los edificios altos, de manera que se comporten como buenos ciudadanos.

A fines del siglo XIX nació en Estados Unidos el término 'rascacielos'. Esa fue la denominación acuñada para designar a los grandes edificios de oficinas. En esos primeros tiempos tenían como fin optimizar el uso del suelo.

Desde entonces, el vocablo ganó no sólo arraigo y prestigio sino una carga simbólica que ha llevado a pensadores y académicos como Spiro Kostof, historiador turco especializado en arquitectura, a referirse a las torres para grandes firmas y cientos de oficinistas como la “firma de de la ciudad”. No obstante, se trata de un tipo de construcción que la Unión Americana ha exportado al mundo.

Pocos como Henry N. Cobb a la hora de encarnar ese afán por habitar los cielos. El nacido en Boston, Massachusetts es un símbolo vivo, uno con más de seis décadas de experiencia, de la búsqueda por dotar a los bloques, antes de piedra, hoy de acero, de una forma única y atractiva que dote a la ciudad tanto de un inmueble como de un elemento de identidad.

A unos años de cumplir un centenario de vida, Henry Nichols Cobb es sinónimo de obras que se destacan por dar un vuelco atractivo a la vertical.

Nacido en 1926, estudió en la Facultad de Diseño de la Universidad de Harvard y en 1955 se convirtió en uno de los fundadores de una firma que ha amasado un más que sustancioso reconocimiento mundial: Pei Cobb Freed and Partners (PCFP). A los 29 años fue el responsable de proyectar la torre del Royal Bank of Canada.

El dosier de este creador se destaca por características como el diseño monumental, el porte clásico y el uso eficiente del espacio.

RECONOCIDO

A partir de 1968, Henry Cobb inició una cosecha de premios y reconocimientos que se ha prolongado hasta hacer de él uno de los favoritos del Instituto Americano de Arquitectos (AIA por sus siglas en inglés).

Además, el gusto por la enseñanza de la profesión lo ha acompañado por buena parte de su singladura vital. Cuando ya había consolidado su lugar en el mapa, regresó a su alma mater, pero como docente, y allí se mantuvo la mayor parte de la década de los ochenta. Su relación con la institución es, además de saludable, gratificante. Hace unas semanas recibió la Medalla Alumni de Harvard.

Sobre su área de especialidad suele declarar que una torre de oficinas puede ser un problema y convertirse a veces un lamentable monumento. Para Henry N. Cobb lo importante sería humanizar los edificios altos, de manera que se comporten como buenos ciudadanos, enriquezcan el espacio y animen la esfera comunitaria.

Críticos y especialistas del ramo arquitectónico señalan que el trabajo del socio fundador de PCFP se destaca por la coherencia de su lenguaje y la consistencia de sus propuestas. Eso aplica tanto para obras de carácter público como el Museo de Arte de Portland o el Palazzo Lombardia en Milán.

En el sector privado hay ejemplos como la torre Fountain Place en Dallas, de 60 pisos, que se ha convertido en un elemento básico de la ciudad.

La firma de Cobb ha llegado a destinos internacionales como Copenhague, en Dinamarca, o Estambul, en Turquía.

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Vista de la azotea de la torre 7 Bryant Park. Foto: Pei Cobb Freed & Partners

ACTIVO

En 2016, este longevo estadounidense concluyó su obra más reciente: la torre 7 Bryant Park, ubicada en Nueva York, con 28 pisos de acero y vidrio. Su fachada obsequia al observador una sensación de movimiento gracias a dos conos incompletos, uno corto y ancho cuya base nace encima de la entrada principal y concluye en el noveno techo, y otro cuyo vértice nace en el décimo piso y encuentra su fin al llegar a la azotea. Los inquilinos de los tres pisos más altos tienen acceso a un penthouse.

La forma de este edificio justifica adjetivos como elegante o dinámico que suelen acompañar al dosier del proyectista. La estructura tiene la estética, el lustre, que hace reconocibles sus trabajos. Apenas fue inaugurada, los premios comenzaron a caer: se llevó cinco galardones nacionales.

La Torre John Hancock, ubicada en Chicago, es quizá la pieza emblemática de su repertorio. Integrante de la lista de los rascacielos más grandes de la Unión Americana, fue terminada en 1977 y entre sus señas partículas aparece el mirador instalado en el piso 94 (en el 95 hay un restaurante y en el 96 un bar). Alberga oficinas de diversos negocios y espacios para la expresión artística.

A cuatro décadas de distancia, los elogios para este complejo se siguen renovando, y hasta con premio incluido. En 2011 ganó el Twenty-five Year Award del AIA. La distinción se otorga a estructuras que han superado la prueba del tiempo por al menos un cuarto de siglo.

Las razones de su vigencia parten de una búsqueda minimalista por parte del arquitecto. El objetivo era reducir el volumen reclamado por un rascacielos. El resultado es, básicamente, un monolito de acero y cristal que causa un efecto admirable en el paisaje de Boston, Massachusetts.

Además, la John Hancock fue un parteaguas en la carrera de este bostoniano ya que es un punto de referencia de lo que ha desarrollado en las últimas cuatro décadas.

Por sus constantes y variadas contribuciones al ámbito arquitectónico, en 2015 le fue entregada la medalla del Presidente de la Liga de Arquitectura. Ese gremio lo reconoció por sus aportes como diseñador, educador y pensador.

Cobb también es un ganador de la medalla de oro de arquitectura de la Academia Americana de Artes y Letras.

FUTURO

Un reto de los hacedores de torres, afirma Cobb, es cambiar la percepción de que esas estructuras están aisladas de la comunidad. Dicho de otro modo, el desafío sería conseguir una auténtica integración; que la obra sea imponente mas no esté reñida con la simplicidad de la vida cotidiana.

Hacer conexiones entre construcciones elevadas, imagina Cobb, permitiría cambiar la idea de que un rascacielos es solamente un centro laboral en el que las personas se aíslan. Con algunos puentes se agilizarían los traslados y se favorecería la convivencia. Esos nexos, indica, servirían para abrir estos inmuebles a nuevas funciones, de manera que sean de uso mixto, laboral y cultural o laboral y habitacional. Las torres unidas, considera, contribuirían a la cohesión social.

Mientras se concreta su visión de los complejos del futuro, Cobb sigue diseñando asombros verticales como la Torre Espacio, ubicada en Madrid, España. Son 50 pisos y 220 metros de altura. Posee una estructura que cambia de forma según el punto de mira. El bostoniano diseñó una forma esbelta, con líneas que incluso le dan una apariencia esquiva. En la descripción del proyecto se destaca que está extraordinariamente situada (lo que se traduce en una vista panorámica de la capital española), que representa la identidad del cliente y que sirve a las necesidades de sus ocupantes.

Esa obra en suelo español comparte varias de las señas de identidad de los desarrollos forjados por el bostoniano, como los espacios eficientes y cómodos.

Henry Cobb es especialista en ese lugar común de la inventiva dirigida a dotar a la vertical de un diseño innovador que empuje los límites celestes de la arquitectura.

Algo que se destaca sobre la personalidad del socio fundador de PCFP es el rigor analítico y la curiosidad que le han permitido ya sea mantener fresca su capacidad de generar ideas o entrar de forma frecuente en un proceso de renovación constante del talento. Los inmuebles diseñados por Cobb no son sólo las obras de un artista casi centenario, también se alzan como el recordatorio de que los seres humanos no han abandonado la idea de habitar el cielo.

Torre Espacio, Madrid. Foto: Pei Cobb Freed & Partners
Torre Espacio, Madrid. Foto: Pei Cobb Freed & Partners
Museo de Arte de Portland. Foto: Pei Cobb Freed & Partners
Museo de Arte de Portland. Foto: Pei Cobb Freed & Partners

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