Columnas Social

ENSAYO SOBRE LA CULTURA

José Luis Herrera Arce

LA IDEOLOGÍA Y LA LEY

La ideología precede a la ley. Antes de pensar en hacer nuevas constituciones, que es el tema que se está poniendo de moda en México y que en Venezuela se vuelve a imponer, habría que aclarar bajo que principios ideológicos piensa hacerse.

Constitución ya la tenemos, la del 17', que ha sido constantemente renovada por todos los legislativos según la ideología imperante en todos los momentos históricos por los cuales hemos pasado desde Carranza hasta nuestros días; se ha venido acoplando a los intereses de los grupos en el poder.

La del 17' hubo un pacto entre el grupo carrancista y los demás, sobre todo el zapatista, a pesar del propio Carranza y de que los Zapatistas no tuvieron mucha oportunidad de hacer oír su voz. Con Cárdenas, la Constitución se volvió socialista. Sobre todo, se legisló para que los bienes naturales no pudieran privatizarse. Posteriormente, la Constitución viró hacia el capitalismo y el liberalismo y hoy por hoy, la hemos adaptado para hacer posible la participación de México en el libre comercio y el liberalismo brutal.

La ley es lo que regula la convivencia a todos los niveles. La naturaleza tiene sus propias leyes. La ley tiene un objetivo, preservar a la naturaleza, por un lado, y hacer posible la vida social, por el otro. En el pensamiento religioso, la ley tiene un sentido trascendente, lograr la salvación, lo que se traduce en la felicidad eterna.

La ley encuentra su sentido cuando el propósito de la ideología es claro. En términos políticos, diríamos que nos ayuda a alcanzar el bien común. Si entendemos esto, sabríamos que en lugar de estar cambiando leyes, lo que hemos hecho en realidad es cambiar de ideología o de concepciones de vida. No es que adaptemos la ley a las circunstancias actuales, sino lo que adaptamos es la ideología: el cambio de la ley es una consecuencia.

Nuestra madurez y responsabilidad humana consiste en comprender que debemos de supeditarnos a la ley porque eso es benéfico para el bien común propuesto según determinada ideología.

¿Pero qué es lo que sucede cuando la ley se decreta en beneficio de unos cuantos y en contra de la sociedad? Todo el sistema cae como un castillo de naipes. Si somos conscientes del hecho, sabemos que la ley es la forma de legalizar la sumisión de la mayoría a los deseos de una minoría que sólo piensa en su fin particular y lo expone como un fin social. Eso es lo que ha pasado con Trump al salirse de los países que intentan proteger la ecología para permitir en su país la explotación de industrias que están afectando al clima y a la vida humana, como son las minas de carbón. Eso es lo que pasa en nuestro país al poner nuestros bienes naturales a disposición de la explotación particular. Dejamos de creer en la ley porque no persigue ningún fin común y en cambio satisface a intereses turbios. En países como en Venezuela, donde la hambruna está a la orden del día y la inflación mucho más, a pesar de los buenos propósitos que pueda tener la ley no está cumpliendo con su cometido y por ello se han levantado las protestas en contra del sistema que no va de acuerdo con lo esperado.

La ley me lleva a pensar en la disciplina necesaria para cumplir con ella. Las leyes nos disgustan cuando nos afectan: tenemos que pagar impuestos para conseguir las obras sociales; a muchos no les gusta pagar impuestos y los evitan de varias formas, pero si exigen las obras que debieran hacerse con los impuestos que no pagan.

La ley limita mi libertad y la disciplina me ayuda a aceptar esa barrera a mi libertad con el propósito de conseguir un fin social o familiar. Cuando se me pide que haga un sacrificio con un determinado propósito, estaré dispuesto a hacerlo en la medida del compromiso que yo tenga con el conglomerado social, pero si no creo tener ese compromiso, entonces no cumpliré.

Cuando yo veo que en la cúpula hay corrupción, entonces puedo inferir que lo único que se desea es el sacrificarme en aras de intereses de terceros que intentan explotarme. (La situación laboral de finales del siglo XIX con 12 o 14 horas de trabajo, sueldo insuficiente, en beneficio de los grandes capitales). Es ahí cuando me impongo a la ley y la cambio en un proceso que se llama revolucionario.

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