Columnas la Laguna

ODA PARA LOS ANCIANOS

VIEJOS HOY, AYER, JÓVENES FOGOSOS

HIGINIO ESPARZA RAMÍREZ

Viejos suspirantes son hoy, ayer fueron jóvenes fogosos, laboriosos y divertidos, bailaban mambo, cha chá, danzón y los ritmos afrocubanos que demandan excelente condición física; gozaban con la Princesa Lea, Wanda Siux y Lyn May y soñaban con Greta Garbo, Sofía Loren, Briggite Bardot y Llilia Prado. Respetaban a sus abuelos y en consecuencia a todos los viejos del mundo, pedían permiso a sus mayores y no existían los "ni nis" ni los celulares distractores, sólo la radio que los congregaba cuando peleaba El Ratón Macías contra el francés Alfonse Halimi.

En su añorada juventud los viejos se movieron con iguales inquietudes, ambiciones y espíritu aventurero; viajeros y mujeriegos, se desvelaban en los antros nocturnos y no le temían a nadie; peleaban en la calle a mano limpia y fumaban tabaco a escondidas de sus padres o de la policía los adictos a la marihuana: muy pocos sabían de éstos últimos porque no eran tan descarados como los actuales viciosos.

Se enredaban en noviazgos guardando las distancias debidas a menos que los arrebatos pasionales los empujaran por otras vías y aún así llegaban al matrimonio. Eran reverentes con las damas y los adultos, de ningún modo insolentes como sucede en estos tiempos con una juventud que trastoca los valores del pasado.

Éso fueron y mucho más los ancianos que ahora sólo sueñan y lloran.

La sociedad es ingrata con ellos; los menosprecia y los regaña y son los jóvenes mal educados y los adultos irrespetuosos los que se ensañan, olvidando que ellos también llegarán a la senectud irremediable. Los lastiman con insultos, especialmente cuando se cruzan en su camino e incurren en faltas que por su avanzada edad son inevitables. No perdonan al infractor involuntario y lo humillan con gritos y descortesías en un arranque de soberbia y superioridad de fuerzas.

Se ceban con los mayores que no son de su círculo familiar como si no tuvieran abuelos o abuelas o que su madre todavía es joven; se crecen ofensivos con los que se cruzan en su camino como es el caso de los choferes impacientes e intolerantes que le gritan "viejo pendejo, ¿que no estás viendo por donde caminas?" si es peatón, pero si se trata de un particular que maneja calmosamente o que por torpeza se atraviesa al paso de aquellos, el vituperio es peor con la cobardía por añadido: los intolerantes huyen y no dan la cara ni bajan la marcha, sólo sacan el brazo por la ventanilla para subrayar el agravio con los dedos.

Hay un proverbio sueco que dice: "los jóvenes van en grupo, los adultos por pareja y los viejos van solos" y esa soledad es precisamente la que se acentúa cuando los integrantes activos de esta sociedad egoísta tratan mal a los ancianos que también forman parte de la misma colectividad que ahora los aparta a un lado.

El pitorreo es común entre los adultos ordinarios que equivocadamente se sienten superiores a sus semejantes que ya son mayores de edad y hasta el diccionario se pule en recordarles a éstos últimos lo que han llegado a ser: longevos, abuelos, veteranos, avejentados, antiguos, añosos, añejos, arcaicos, vetustos, rancios y antañones, epítetos que no se aplican a ningún otro género humano.

Pero no todo es desventura senil: con la credencial del INSEN se obtienen descuentos en el pago del Impuesto Predial, renovación de las placas de circulación, viajes en autobús y en avión, rebajas en las grandes tiendas y en los partidos de beisbol de la Liga Mayor de La Laguna, menos en las funerarias, donde no las hay para nadie, parientes incluídos.

Alrededor de los mayores de edad han surgido máximas de los grandes pensadores de la historia que lo mismo levantan el ánimo o lo apachurran con juicios certeros, verbi gracia: "Los años arrugan la piel, pero renunciar al entusiasmo arruga el alma", previene Albert Schfeitser y enseguida puntualiza y saca de onda: "Con 20 años todos tienen el rostro que Dios les ha dado, con cuarenta el rostro que les ha dado la vida y con sesenta el que se merecen". (Uff, esto ya duele).

Los hay de tono humorístico: "La edad también tiene sus ventajas muy saludables, se derrama mucho del alcohol del que antes no quedaba ni gota", señala Gidi y John Knitex, por su lado, es realista: "Se es viejo cuando se tiene más alegría por el pasado que por el futuro". Santiago Ramón y Cajal remata -y feo-: "lo más triste de la vejez es carecer de mañana".

Y para las mujeres con las arrugas de la senilidad encima, los refraneros de la historia les asignan un destino que es más bien un elogio a su vanidad: "Cásate con un arqueólogo; cuanto más vieja te hagas más encantadora te encontrará".

A los achacosos Winston Churchill, el estadista inglés, les aconseja: "No fumes mientras duermes, te sentirás mejor".

Charlie Chaplin, Da Vinci, Galileo Galilei, Isaac Newton, Franklin Roosevelt y Alberto Einstein, entre otros, tenían una edad promedio de 80 años de edad cuando alcanzaron la cúspide como grandes científicos y forjadores de la historia. Y que me dicen de Sophia Loren, a sus 80 años todavía sacude el alma de sus sempiternos admiradores y los pone a lloriquear.

Desafortunadamente la realidad se impone: no hay acomodo y mucho menos reintegración de los veteranos a una sociedad que también ellos, con empuje y disponibilidad crearon y fortalecieron.

Ahora se les agravia en la calle y aún en el seno familiar que ellos forjaron -con sus grandes excepciones, claro está- y reciben un trato de muebles desvencijados destinados al rincón de la casa si bien les va. Otros a la intemperie van a dar. Los solitarios, en consecuencia, siempre se encontrarán desarmados.

Está el ejemplo del viejito llevado en silla de ruedas al jardín para que se asolee. Beisbolista y robador de bases en sus tiempos, trepador de árboles y clavadista en albercas y canales de riego, un Casanova febrilmente activo, ahora sus parientes se olvidan de su existencia y lo dejan hasta 24 horas seguidas afuera de la vivienda, expuesto al frío y a la lluvia con sus truenos y relámpagos, todo porque no soportan sus intromisiones en los asuntos del correcto comportamiento familiar, pasando por alto que él también enfrentó altas y bajas y sólo desea que se atiendan sus experiencias.

Si hay suciedad de pájaros en la hoja en que escribo a mano estas divagaciones, en mi cabeza, hombros y brazos, es porque las aves creen que se trata de una estatua como la que hay en los descuidados andadores de la alameda Zaragoza, zurradas, mudas y deterioradas por el tiempo y el descuido. Se posan abrigadoramente sobre mi figura inmovilizada y pienso que es su manera de rendir honores a un ser humano que nunca las mató a pedradas ni las dispersó con pavorosos cohetones.

Sus alegres vuelos los interpreto a la vez como una oda para los ancianos colegas que descansan sus años en las bancas de los paseos públicos o en sillas de ruedas fantaseando con Marylin Monroe como es mi caso y me vuelvo optimista. La sociedad ignora que todos somos fabricantes de sueños…

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