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Dignos discípulos de Maquiavelo

Seguramente hemos escuchado el adjetivo “maquiavélico” como sinónimo de algo que se trama para perjudicar de alguna manera a otros; y quienes han cursado la educación media seguramente tienen una idea más o menos precisa del autor de un famoso tratado sobre el ejercicio de la política que se publicó en Europa hace ya 504 años. Tal obra fue escrita por Nicolás Maquiavelo, (inspirado sin duda por el pensamiento de César Borgia), intitulada “El Príncipe”, y en ella se consagran los lineamientos idóneos para conservarse en el poder, sin importar principios morales o religiosos.

Para Maquiavelo, la conservación del estado siempre fue una prioridad, aunque para ello fuera necesario ir contra sus propios gobernados, sus creencias religiosas, su fe y sus valores morales. Fue una obra opuesta a todos los principios que en política rompió paradigmas y arrasó con las ideas de Platón y sus seguidores.

He aquí algunas de las ideas expuestas por Maquiavelo en la citada obra: “En general, los hombres juzgan más por los ojos que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven”; “Pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.”; “Vale más hacer y arrepentirse, que no hacer y arrepentirse.”; “La habilidad y la constancia son las armas de la debilidad.” “Los hombres ofenden antes al que aman que al que temen.”

Sin duda, hoy en día, la mayoría de nuestros políticos se ha doctorado en Maquiavelismo; eso, suponiendo que les guste leer (o que sepan “ler”), pues los más adquieren y conservan el poder gracias al amiguismo y compadrazgo, o simplemente lo han heredado de sus parientes; serían éstos los políticos genéticos, con mala sangre (o de mala leche, valga decir), los que por miopía, astigmatismo o daltonismo ven los problemas del país, la entidad o pueblo a su cargo como les conviene, y siempre dan “soluciones” deliberadamente a su particular conveniencia.

La guerra de campañas de candidatos que contenderán en las próximas elecciones confirma el desmedido afán de poder. El poder por el poder mismo, aunque en sus discursos para ganar la voluntad de los votantes prometan bajarles el sol y las estrellas. Saben bien que el poder político lo es todo. Con poder son intocables ante la justicia, se enriquecen de la noche a la mañana y se sienten como una especie de semidioses que pueden hacer y deshacer a su antojo.

El espíritu de servicio hacia la comunidad ha sido secuestrado por la propia justicia; y quienes transgredan las leyes serán castigados, siempre y cuando tengan fuero o un capital político o financiero que los salve de la “justicia”; y si para taparle el ojo al macho hay que sacrificar a algún político que se ha descarado en las enseñanzas de Maquiavelo, bueno se monta el circo y ya.

Luego, si se porta bien o la ofensa no fue contra su propio partido, éste lo revive, y va de nuevo por una curul. Pero si ha ofendido a uno de los peces gordos (como la Gordillo), lo más seguro es que en casos como ése, la justicia se ensañe, para ejemplo de los demás.

Si queremos un cambio, habría que empezar por dejar de un lado la desidia y acudir a las urnas, previo análisis de la calidad moral de los candidatos. ¡Ah!, y no crea a pie juntillas que los candidatos independientes son la mejor solución. Pues no hay tal independencia partidista, ya que generalmente los candidatos autodenominados independientes son apéndices que fueron cortados o separados voluntariamente porque su partido no los favoreció.

En todo caso son políticos “ardidos”. No descarte que los “independientes” son caballos de Troya, estrategias maquiavélicas a favor del partido gobernante. ¿Cómo saberlo? Como dijera Shakespeare en su monólogo Hamlet: “That is the Question”.

Héctor García Pérez,

Gómez Palacio, Durango.

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