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Sin cordura

Alfonso Villalva P.

Sin cordura

 Alfonso Villalva P.

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Una pregunta que por años me ha parecido divertida, retadora y, sobre todo, una cuña para erradicar la cordura, esa cualidad abominable que te machacan desde la primaria y la secundaria como un atributo deseable e inalienable de toda persona de respeto en la sociedad moderna.

Sé cuerdo y serás decente, es el patrón con que el sistema, el establishment, el paradigma, parece sancionar nuestra carta de naturalización para ser terrícola, con métodos que sustituyen a la educación y se asemejan más, pero mucho más, a crear seres amaestrados, capaces de repetir piruetas y clichés nauseabundos, pero tan vigentes a la hora de clasificar, de pertenecer, de ser parte del grupacho.

No se equivoque, le dicen a uno, lo que está fuera de la caja, de lo esperado, de lo políticamente correcto, es un acto suicida social, es una locura que amerita proscripción, desterrarte; tratamientos y estudios de su cabeza desorbitada, ingreso a un sitio tan aterrador como la Castañeda, el ominoso manicomio.

Figurines de molde, de clase de corte y confección, tal cual, de lo cual yo no sé absolutamente nada, pero si puedo atestiguar que ese oficio de entrelazar hilos de fibras variadas para confeccionar espléndidos vestidos, trajes de noche y demás artilugios que se utilizan ya, más que para tapar nuestras carnes del frío, para pavonearnos en cualquier sitio como pavorreales tiernitos, ese oficio, decía, parece diabólicamente cercano a nuestro modelo educativo. Y así la instrucción. Con la misma indignidad de quien pastorea perros amaestrados para actos circenses, igual de funesto, igual de reprobable.

Y así con la motivación costurera o histriónica de un circo ruso del siglo diecinueve, por décadas, siglos quizá, los esfuerzos formativos, los formatos educativos de escuelas privadas y públicas, impulsados lo mismo por visiones políticas aborazadas y explotadoras, que, por razones económicas o dogmáticas, sean laicas o religiosas, nuestra supuesta educación ha sido eso: patrones de costura para estandarizar, imitar, repetir hasta la saciedad., hasta el vómito del fracaso de la esencia humana.

¿Eres una réplica del ser humano que alguien recortó con tijeras de sastre? ¿Tus miedos son el contorno de tu patrón de costurera? ¿Así? ¿La creatividad la redujiste a tu audacia para salir bien librado de la multa de tránsito vehicular, del examen sorpresa del maestro, de los adornos para el cumpleaños "enemil" de un marido soso y sin sabor?

¿Cuándo fue la última vez que hiciste algo por primera vez? Una pregunta a la que tengo especial aprecio pues en mi opinión encierra una serie de facetas y dimensiones muy particulares que te provocan a redimensionar tus sueños añejos que jamás cumpliste, porque tuviste que conformarte con vivir la maldita cotidianidad que da para llenar la panza, comprar el mandado, cumplir con los días de los valentines, y las madres, y las navidades, y toda la parafernalia de eventos, fechas y compromisos que te dan el lujo de pertenecer, aunque ello implique la acción criminal de cauterizar tus terminales nerviosas para vibrar con la aventura, la incertidumbre del riesgo, la apuesta por lo grandioso, por la trascendencia.

¿Qué dejaste de hacer por pertenecer? ¿Qué rendiste por ser aceptado? ¿Cuál fue el precio de tu mutilación?

Claro, las derivaciones y los puntos de vista que a veces suenan como a regaño por llegar a las edades asediadas por las preconcepciones. Los veintes con una carrera, los treintas con una familia, los cuarentas con un empleo y un plan de pensiones, los sesentas con una jubilación decorosa.

La posibilidad de tener un motor para lo que sigue. A cualquier edad. En cualquier industria, porque el sueño no se acaba con montarte en el parapente ni en el paracaídas, que está sensacional, chaval, pero hay mucho más que eso en esta vida en la que tu cerebro se puede licuar con mejores elementos que la cordura e inventar un aparato, una tecnología, un negocio, un platillo o una forma de comértelo.

Pero, ¿tú qué inventaste? ¿Qué creaste? ¿Qué generaste de tal manera que las cosas después de que tu hayas palmado, nunca, pero nunca vuelvan a ser igual por aquí? ¿De qué se sentiría orgullosa tu descendencia en caso de que la tengas, que te llevarías a la tumba entre pecho y espalda que pudiera ser sustancia de una verdadera razón para haber vivido?

La gran oportunidad de mirar el horizonte de frente, activarte, salir corriendo bajo la lluvia, trabajar desde la playa o en un bar, de escribir en una banqueta, hacer una fiesta un lunes, montarte una empresa o dos, trascender, vivir a contra flujo del deber ser y descojonarte de la risa. De tener una forma diferente de crear valor para ti, para la sociedad. De tener una forma loca de aspirar a ser alguien diferente, de trascender y no engrosar la fila de los que se quedaron estáticos y temerosos pensando en lo que jamás podrán ser.

Cambiar las cosas, en fin. De tu vida, de tu rutina de pareja, o de vecino o de trabajo. Cambiar para siempre y adoptar la locura innovadora, apasionante y llena de adrenalina por estar vivo, hoy, ahora, como nunca jamás lo estuviste. Que todos los días haya una primera vez para todo, empezando por esa primera vez en que abandones para siempre la cordura como moneda de cambio de cada sueño que seas capaz de generar, así, sin cordura.

Twitter @avillalva_

Facebook: Alfonso Villalva P.

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